Salvar un corazón. María Laura Gambero
términos con ella y de tanto en tanto invitarla con un trago. Leticia siempre sabía quién entraba y salía del edificio; también quién se relacionaba con quién. Era una vasta fuente de información; nada se le escapaba.
Esa tarde, el corazón de la editorial se encontraba. Mirko se dirigió directamente al box que le habían asignado para trabajar. Allí se quitó el abrigo, lo colgó en uno de los percheros y, sin perder más tiempo, reunió el equipo fotográfico que utilizaría esa tarde.
La secretaria de Antonella, que salía del despacho de su jefa, acaparó su atención. Algo en su actitud lo alertó. Consultó su reloj, consciente de que era tarde, y consideró que unos minutos más no empeorarían la situación. Se acercó a la muchacha en busca de información.
–Hola, Romi –la saludó al llegar a su lado–. ¿Antonella te dejó algo para mí?
–Sí, dame un segundo, Mirko –respondió. Bajó la vista hacia una pila de carpetas y buscó una de cartulina amarilla; se la extendió–. Aquí tienes la información y las especificaciones sobre las modelos de hoy. Los productores están esperándote hace media hora.
–Perfecto. Gracias –respondió sin molestarse en verificar la información–. Noto cierta tensión en el ambiente –puntualizó simulando preocupación–. ¿Sucede algo?
–De todo –respondió Romina, tensa–. Antonella llegó tardísimo; tenía dos reuniones muy importantes, y en ambas quedó para el demonio –comentó preocupada–. Primero se presentó una mujer que venía de la casa matriz de España; luego un posible inversionista. Ambos tenían sus entrevistas pautadas hacía semanas. El hombre que venía con una fuerte recomendación, la esperó más de una hora y se marchó indignado –hizo una pausa al percatarse que había hablado de más. Miró a ambos lados, como si buscase constatar que nadie la escuchaba. Luego estiró su cuello acercándose a Mirko–. Fue una vergüenza –agregó en un susurro–. El tipo se fue furioso y ni te digo la española. Por suerte logré contactarla y accedió a venir a última hora. Pero el hombre está difícil.
Romina seguía compartiendo con él sus apreciaciones, pero Mirko hacía rato que había dejado de escucharla. Su mente intentaba unir las situaciones que, aunque parecían aisladas, podían no serlo. Estaban muy cerca de detectar la conexión entre la agencia, la editorial y la tercera pata que contactaba a los clientes. Meses de asumir riesgos para averiguar qué tramaban, de modo que si un inversionista se ofuscaba o no con Antonella, no lo conmovía.
–Tranquila, Romi –dijo, buscando aplacar a la chica, quien vivía aterrada de perder su trabajo–. Ya verás que Antonella se ocupará de seducirlo. Me voy a trabajar.
Dos plantas por encima de la redacción y del sector administrativo, la editorial contaba con un amplio salón completamente vacío, destinado a eventos o diversas producciones fotográficas organizadas por la revista de moda.
–Por fin, Mirko –dijo uno de los productores al verlo–. Ya tenemos todo listo. Solo faltabas tú.
–Perdón, me demoró el tráfico –mintió con naturalidad–. En un segundo comenzamos, Marcos –agregó Mirko mientras apresuraba el paso hacia un tablón de madera que descansaba sobre unos rústicos caballetes junto al escenario donde posarían las modelos.
Lo primero que extrajo de la mochila fue la computadora portátil y la ubicó en uno de los extremos de la mesa. Por sobre su hombro, se aseguró de que nadie estuviese observándolo y rápidamente verificó que el dispositivo funcionara bien. Antonella seguía sentada en su escritorio manteniendo una conversación telefónica. Perfecto, pensó. Pulsó dos teclas y la imagen se ocultó.
Desplegó los materiales y abrió la carpeta que Romina le había entregado con las especificaciones que Antonella había indicado. Tomó nota mental de todo mientras preparaba su cámara de mano y se colgaba otra del cuello. Entonces, giró hacia el corazón del lugar y se ocupó de ubicar en los trípodes el resto de las cámaras que utilizaría. Para terminar, ajustó la iluminación según su necesidad.
Una vez más, recorrió el recinto con la mirada. Los vestuaristas conversaban con las modelos del otro lado del salón; los maquilladores y los estilistas se dispersaban por el lugar hasta que sus servicios fueran nuevamente requeridos. Llamó su atención una hermosa mujer de rubia cabellera a quien no conocía; no parecía tener la edad para el tipo de modelos que esa tarde se habían convocado. Debe ser personal de la agencia, dedujo al verla conversar con el director de Arte.
–Empecemos –anunció al acercarse a los productores.
Todos acataron la indicación. En ese ambiente, Mirko se sentía a gusto, útil y respetado. Ese era su dominio. Viendo el mundo a través de la lente de la cámara, se olvidaba de su vida, de su pasado y de su presente. Renacía. Bajo esa gratificante sensación pasó la siguiente hora disparando su cámara, dando indicaciones, buscando ángulos, haciendo oídos sordos a los comentarios de los productores y soportando las excentricidades de las modelos que, siendo prácticamente desconocidas, se creían Cindy Crawford.
Durante el primer cambio de vestuario, aprovechó para refrescarse. Fue en busca de una botella de agua mineral y se dirigió al baño, donde una buena dosis logró que volviera a sentir su mente despejada y el cuerpo vigoroso. De un trago terminó la botella de agua y revisó el celular, que vibraba en su bolsillo. Era Garrido quien le escribía:
“¿Cómo puede ser que me entere antes que ti que esa perra está a punto de mantener una reunión que puede poner en juego toda la operación?¿Para qué mierda te saqué de ese infierno? Quiero saber qué sucede antes de que pase. No me defraudes, Croata”.
Maldijo, indignado y furioso. Abrió la computadora portátil y observó lo que estaba sucediendo en el despacho de Antonella. Nada. Antonella caminaba por su oficina con su celular en la oreja.
–Creo que no nos han presentado –una voz femenina le habló desde atrás.
Se volteó abruptamente a mirarla al tiempo que cerraba la computadora portátil con brusquedad. Era la atractiva rubia que había visto conversando con el director de Arte. Una bella mujer de ojos verdes y sonrisa contagiosa.
–Soy Serena Roger –agregó–. Trabajo para la Agencia De la Cruz.
–Mirko Milosevic –respondió escuetamente pero alerta. No le agradaba el modo en que esa mujer parecía analizarlo. Se sintió estudiado, atravesado por una mirada pesada y firme–. Encantado.
–Vaya, tenía muchos deseos de conocerte –dijo la mujer, seductora–. He oído tantos comentarios sobre ti que estaba intrigada.
Sorprendido, Mirko le sostuvo la mirada y no le gustó la suficiencia con que le sonreía. Había mucho más tras esa sonrisa.
–Si me disculpas, tengo que seguir –dijo intentando sacársela de encima y, buscando poner distancia, caminó hacia el trípode donde había dejado una de sus cámaras.
Serena Roger lo observó un instante y se alejó de él para reunirse con el vestuarista y el maquillador que se habían congregado junto a la mesa de refresco.
Mirko la siguió con la mirada. Algo en la actitud de esa mujer lo intranquilizó y no pudo evitar preguntarse qué sería lo que se rumoreaba de él. En silencio, simuló estar ajustando la lente y disparó varias veces. Revisó las imágenes tomadas y sonrió al notar que la había registrado varias veces. Por sobre su hombro, la observó y sus miradas se encontraron.
Serena, por su parte, fue muy consciente del momento en que Mirko registraba varias imágenes suyas. Sabía que había despertado su curiosidad y eso era justamente lo que deseaba lograr; quería ganar su atención. No se había equivocado al sospechar de él. El fotógrafo era parte de la operación, no tenía dudas. Ahora sabía que debía apresurar sus movimientos.
Las que siguieron fueron dos horas tensas en las que apenas dio indicaciones y, cuando lo hizo, se expresó con demasiada aspereza.
–Terminamos –anunció cuando creyó que ya tenía