Salvar un corazón. María Laura Gambero

Salvar un corazón - María Laura Gambero


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de un grupo de boxes, señalándole los distintos sectores en los que se distribuía la empresa. El editorial-tour, pensó sarcástica Gimena. Allí estaban los diagramadores y los diseñadores; también los editores y los que representaban al área comercial. Generalmente llegan pasado el mediodía, había acotado la chica para justificar la falta de personal. Por supuesto, acotó mentalmente Gimena con algo de ironía.

      A la distancia, le señaló el despacho que Antonella había sugerido ofrecerle; había sido el despacho de quien fuera el segundo a cargo de la editorial y que había fallecido tan solo diez meses atrás. Ese comentario le produjo a Gimena cierta aprensión, pero no dijo nada, aun cuando detectó dos mensajes subliminales en el discurso: el despacho pertenecía al “segundo”; y también, que estaba “muerto”.

      –Es espacioso y luminoso –dijo Romina una vez dentro. Giraron para apreciar el lugar, que estaba delimitado por paredes de vidrio que permitían tener una buena visión de toda la planta–. Perdón, pero a Rubén le gustaba controlarlo todo, nunca usó cortinas.

      –No te preocupes –respondió. Sin embargo, en el fondo estaba convencida de que Antonella prefería tenerla expuesta a la vista de todos–. No me molesta para nada. Además, solo serán unos meses.

      Antes de marcharse, Romina le ofreció un café que Gimena aceptó con gusto. Agradeciendo estar a solas por unos momentos, estudió mejor la oficina que le habían asignado. No estaba mal; aunque podría estar infinitamente mejor. Nada que no pudiera solucionar. Estiró su mano y tomó el teléfono; funcionaba. Encendió la computadora que habían dejado instalada; también funcionaba, pero la usaría poco y nada, ya que tenía su propio equipo con programas mucho más actualizados.

      Resolvió instalarse ese mismo día. Era la necesidad de plantar bandera la que la apremiaba. Mentalmente tomó nota de todo lo que deseaba hacer para acondicionar ese despacho y así tornarlo más acogedor para los meses que tenía pensado quedarse.

      –¿Estarás cómoda aquí? –preguntó Romina colocando una bandeja con el café sobre el escritorio.

      Gimena asintió y guardó silencio por unos segundos.

      –Sí, tiene buena vista y buena energía –dijo finalmente acompañando sus palabras con una sonrisa–. Despreocúpate, podré trabajar con mucha comodidad. Me instalaré hoy mismo si no es molestia. No quiero perder más tiempo.

      Romina asintió; no podía decir nada contra ello, aunque no estaba segura de que su jefa se sintiera entusiasmada con la idea. En realidad, Antonella esperaba desalentarla, pero parecía que la oferta había tenido el efecto contrario en ella.

      Como si Romina ya se hubiese retirado, Gimena se sentó en el sillón tras el escritorio y extrajo de su bolso un anotador con su correspondiente bolígrafo. También depositó una agenda de cuero, grande y cuadrada, que mecánicamente abrió en el día de la fecha. Por último, acomodó unos parlantes portátiles y extrajo su Mac y su iPad.

      –Bueno, Gimena, cualquier cosa que necesites me avisas –agregó Romina sin saber qué otra cosa decir. La asombraba la facilidad con la que esa mujer se acomodaba–. Mi extensión es la 144.

      –Muchísimas gracias, Romi –respondió con amabilidad–. ¿Cuál es la mía? Y para hacer alguna llamada, ¿debo marcar algún número?

      –La 212 es tu extensión. Para llamadas debes presionar el 9 para tomar línea.

      –Gracias una vez más.

      Mirko llegó a la editorial pasado el mediodía. Todavía le dolía la cabeza y sentía el cuerpo rígido luego de una noche difícil. La repentina aparición de Gimena Rauch le había provocado un estado de ansiedad importante, tanto que, buscando aplacar la sensación, había consumido más de la cuenta. Solo así había logrado dejar de sentirse acosado y alcanzar un poco de paz.

      Con la excusa de estar apremiado por la entrega de la última producción fotográfica en la que había trabajado, se sumergió en su box sin cruzar palabra con nadie. Apenas se sentó, extrajo de su mochila la computadora portátil. En pocos segundos, una nueva ventana se abrió y Mirko contempló a Antonella escribiendo tras su computadora.

      El sonido de su celular lo sobresaltó. Leyó el mensaje que alguien le habían enviado. “Se activó. Ocúpate”. Comprendió perfectamente que Antonella estaba haciendo contacto con la persona que les interesaba.

      Mirko respiró hondo, se volvió una vez más hacia su computadora portátil y conectó los auriculares. Antonella hablaba por celular. Le decía a su interlocutor que ya había enviado la información solicitada y que esperaría nuevas directivas. También insistía en que correspondía que algunas de las invitaciones fueran enviadas desde la editorial. La conversación no había durado mucho más, pero la había dejado tensa. Durante los siguientes veinte minutos, la atención de Mirko osciló entre los fotogramas y lo que sucedía en el despacho de Antonella. La directora no había vuelto a escribir ni a hablar.

      Apenas transcurrieron quince minutos cuando recibió un nuevo mensaje. Seguro que debía tratarse de Garrido. Bajó la vista, fastidiado. Lo sorprendió advertir que se trataba de un número no identificable. El mensaje decía:

      “Eres un hombre de lo más atractivo. Ahora entiendo muchas cosas. Tú y yo deberíamos encontrarnos un día de estos. Algo me dice que tenemos mucho en común. No perdamos el contacto. SR”.

      Se dejó caer contra el respaldo de su asiento con la vista clavada en la pantalla de su teléfono. ¿Serena Roger?, se preguntó, completamente descolocado pero seguro de su deducción. ¿Cómo consiguió mi número? No le causó nada de gracia recibir ese mensaje. En el mismo instante en que la conoció, había advertido que debía estar atento con ella. Detrás de ese rostro bellísimo se escondía otra cara y Mirko no tenía idea de qué pretendía o para qué lado jugaba. Buscó las imágenes que le había tomado el día anterior y las estudió una a una; fácilmente notó la tensión en sus rasgos. Esa mujer estaba alerta. Definitivamente hay algo más, pero no voy a alertar a Garrido hasta no estar seguro, concluyó.

      –Mirko –lo llamó Romina deteniéndose junto a su box.

      Sobresaltado, alzó la vista y frunció el ceño al ver a la secretaria de Antonella acompañada por una mujer a quien reconoció en el acto. Tragó y se le tensaron todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, y el estómago se le convirtió en piedra. Paralizado, aguardó el momento en que la mujer lo descubriera y todo explotara por los aires. Era el fin.

      –Quería presentarte a Gimena Rauch –siguió diciendo Romina, diligente, sin percibir nada de lo que a Mirko le sucedía. Se volvió hacia la mujer–. Gimena, él es Mirko Milosevic uno de los fotógrafos de la editorial.

      Gimena le dedicó una mirada suave primero y una sonrisa amigable después. Educadamente, estiró su mano para estrechar la de él. Mirko tardó en corresponder el saludo. La miró con reparo. Era diferente a como creía recordarla. Su rostro le pareció delicado, de rasgos finos y mirada cálida. No era una belleza descollante, pero el conjunto tenía cierto poder. Sintiendo que jugaba con fuego, que caminaba por una cornisa extremadamente delgada y que no tenía la menor posibilidad de desembarazarse de la situación, estrechó su mano. El contacto le resulto suave, afable y le provocó un escalofrío.

      –Encantada –dijo ella, algo desconcertada por el modo de reaccionar de él. Intrigada, lo miró directo a los ojos con tanta naturalidad que Mirko se sintió en completa falta y fue incapaz de emitir palabra.

      –Gimena va a quedarse unos meses con nosotros –prosiguió Romina procurando llenar el incómodo silencio que se había generado entre ellos–. Justamente le estoy mostrando las instalaciones y presentando a algunos de los chicos que trabajan en el área de Cultura. Va a ocupar el que era el despacho de Rubén.

      –Bienvenida –logró articular Mirko sintiendo un nudo en la garganta y el corazón a punto de estallar en su pecho.


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