Salvar un corazón. María Laura Gambero

Salvar un corazón - María Laura Gambero


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no sé ni dónde estoy parada.

      –Vaya, ahora vamos por el cargo y todo –deslizó Lara, encantada con lo que escuchaba–. ¡Esa es mi amiga!

      –¿No consideraste hacer una auditoría? –sugirió Javier atento a lo que escuchaba. Gimena lo miró con atención, no se le había ocurrido algo así–. Según los resultados que arroje, vas a saber dónde estás parada.

      Gimena guardó silencio por varios segundos meditando la sugerencia.

      –Me gusta la idea –reconoció–. ¿Podemos hablar en la semana para conversar al respecto?

      –Obvio –respondió Javier–. Llámame y coordinamos una reunión para ver en qué te puedo ayudar.

      Durante el resto de la velada, no volvieron a tocar temas de trabajo. Hablaron de los hijos y del casamiento que tendría lugar en unas dos semanas.

      Después de dar muchas vueltas, resolvió ir al bar donde Serena Roger le había indicado que estaría. No sabía muy bien qué esperar de ese encuentro, cuando se sentía en clara desventaja. Que esa mujer supiera quién era lo tenía preocupado y no podía dejar de pensar cuánto más sabría de su vida, mientras que él no la conocía en lo absoluto. Este encuentro no tenía nada de cita romántica, todo lo contrario; si había algo que no podía dudar era que estaba allí para hablar de asuntos mucho más serios: información.

      Finalmente llegó a la dirección señalada. Con algo de reparo, rechazo y aprensión, observó el ambiente, enfrentando recuerdos amargos que se filtraban entre las oscuras mesas y la música lúgubre. No le sorprendió descubrir que nada había cambiado. Ya resuelto, transitó por el angosto pasillo que conducía a la parte trasera, donde un número considerable de hombres y mujeres se distribuían entre tres mesas de billar y una larga barra que congregaba almas solitarias.

      En un primer vistazo, nada le llamó la atención. No quiso perder tiempo. Buscó su celular y marcó el número de Serena. La detectó inmediatamente; la mujer, sentada en uno de los extremos de la barra, levantó la mano para que se acercara.

      A la distancia, Mirko la estudió. Desde donde se encontraba, solo podía ver la espalda menuda cubierta por un chaleco holgado de características militares. El cabello estaba sujeto por una banda a la altura de la nuca, parcialmente oculto tras una gorra. Nadie en ese antro podría imaginar que se trataba de la ejecutiva de una agencia de modelos.

      Resuelto, Mirko caminó hacia la mujer y en silencio se dejó caer en el taburete que estaba a su lado. Ella ni se inmutó, mucho menos se volteó a mirarlo.

      –Me alegra que hayas decidido venir –dijo Serena Roger, y en el tono que empleó no se distinguía ni un ápice de soberbia ni arrogancia.

      –¿Quién eres? –murmuró Mirko, como si la pregunta hubiese escapado de su pensamiento–. ¿Qué pretendes?

      Serena sonrió y bajó la vista hacia su vaso vacío, sin molestarse en mirar a Mirko. Con un gesto casi imperceptible le indicó al barman que repetiría el trago. A su alrededor, la música era lo suficientemente fuerte como para que nadie pudiese escucharlos. Un grupo reía y aplaudía en torno a una mesa de billar, una prostituta discutía con un cliente que no estaba de acuerdo con el precio, otra se dejaba tocar anticipando una buena paga; pero ellos estaban ajenos a todo aquello.

      –Hace meses que te observo –dijo Serena sin responder la pregunta–, y, solo por mencionar algunas cosas, diré que sé muy bien que entraste en el programa de libertad condicional y cumpliste condena hace poco menos de dos meses gracias al bendito dos por uno. También sé que alguien intercedió para agilizar tu salida de la cárcel de Batán; deduzco que es a quien reportas.

      Mirko desvió la mirada sin saber cómo proceder. Esa mujer verdaderamente sabía mucho y lo asustaba sentirse en medio de fuerzas cruzadas.

      –Sí, te hice investigar –prosiguió ella con sinceridad–. Como te dije antes, no creo que sepas dónde te estás metiendo.

      –¡¿Qué quieres?! –exclamó Mirko cuando ya empezaba a perder la paciencia–. ¿Por qué me dices todo esto?

      –Lo único que quiero es que no arruines meses de investigación –lanzó Serena con un tono helado que lo tensó–. Me estoy comprometiendo mucho al hablar de este asunto contigo –continuó–. Pero si no lo hago, corro el riesgo de que te carguen con todas las culpas y esos delincuentes queden libres.

      –¿Cargarme con las culpas?

      –Sí, mi querido –sentenció ahora con algo de rudeza–. Ese es tu rol en toda esta historia, te lo aseguro. De no prestar atención, tú terminarás condenado.

      Por primera vez, Mirko admitió que no era una mujer tan joven y que tenía muchos más conocimientos y autoridad de lo que mostraba. Le indicó al barman que le sirviera un vodka con hielo, y la miró de reojo.

      –¿De qué se trata todo esto?

      –Se trata de que puedo ayudarte si tú me ayudas.

      –¿Ayudarme? ¿A qué?

      Serena se volvió hacia él y le dedicó una sonrisa. A la distancia notó que una mujer lo miraba con interés y decidió marcar el terreno. Bajó del taburete y se acercó a Mirko. Con un gesto teatral le acarició el rostro y, tomándolo entre sus manos, lo besó inesperadamente.

      –No tengo idea de quién te involucró en todo esto, pero ten por seguro que te están tendiendo una trampa. Estás metiéndote en un juego muy peligroso; un juego que te excede y ni siquiera sabes cómo jugar –susurró a su oído–. No confiaría tanto en tu benefactor. Aunque tu salida de la cárcel está legalmente sustentada y se han realizado todos los pasos estipulados, no queda del todo claro quién se presentó en el penal para acercarte la propuesta. Los documentos se han extraviado y nadie recuerda nada. Solo hay registro de una orden firmada por un juez.

      Mirko no estaba seguro de comprender. Mucho de lo que ella decía le resultaba, por lo menos, creíble.

      Serena le dio margen para que procesara lo que le había dicho. Notó el desconcierto en el rostro del hombre, que miraba hacia la nada con expresión preocupada, debatiéndose entre creerle o no. Estaba muy bien que lo pensara, eso quería decir que tenía dudas. En el fondo sentía algo de pena; era un pobre tipo, solo en el mundo a punto tal que, si desaparecía, nadie lo echaría de menos. Por eso lo habían elegido; por eso y por su adicción a la cocaína. Era un desahuciado sin posibilidades de nada; fácil de quebrar y de manipular, pero sus armas eran poderosas: encanto, seducción y esa magia en la entrepierna. Las mujeres que habían pasado por su cama se deshacían en elogios. Pero, aunque representaba una terrible tentación, Serena no cometería la estupidez de bajar la guardia con él.

      –Escúchame bien –dijo luego de enroscar sus manos en el cuello de Mirko, que permanecía a la expectativa, sin mostrar el más leve signo de reacción–. Cuídate de quien te ayudó a salir. Sigues vivo porque te necesita. Desconfía de todo si deseas mantenerte con vida. Tienes fecha de vencimiento, Croata, no lo olvides.

      Mirko la tomó del cabello y, jalándola hacia atrás, la obligó a mirarlo. Ella le sonrió, desafiante.

      –Supongo que también me necesitas –explotó, con tono amenazador–. ¿Por qué tengo que creerte? Fácilmente podría delatarte.

      –Es verdad –repuso Serena–. Pero no lo harás, porque estás empezando a darte cuenta de que es cierto lo que digo –le aseguró–. Lo veo en tus ojos –hizo una pausa para que él asimilara sus palabras–. Hace varios años que investigo a De la Cruz –Mirko aflojó el amarre del cabello dedicándole toda su atención–. Por eso sé que eres el cabo suelto en toda esta operación. Te están empujando al ojo de la tormenta y, cuando todo explote, solo tú aparecerás en el centro del embrollo. Todo apunta a que, en el momento indicado, terminarás con una bala entre esos bellos ojos que tienes, para llevarte a la tumba tantos


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