Salvar un corazón. María Laura Gambero

Salvar un corazón - María Laura Gambero


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ahora adueñándose de la conversación en una clara actitud de superioridad que divirtió a Mirko–. Estamos tras la desaparición de estas tres chicas –agregó colocando frente a él la fotografía de cada una de ellas–. Sabemos que pasaron por esa agencia. Pero todas las investigaciones llegan a punto muerto porque las tres chicas, muchos meses antes de sus desapariciones, habían rescindido sus contratos.

      Ibáñez volvió a hablar de De la Cruz, mientras la fiscal colocaba otras fotografías sobre la mesa para avanzar en la información que debían suministrarle. Mirko concentró entonces su atención en las imágenes de una atractiva rubia de voluminosos senos y figura curvilínea.

      –En dos meses comenzarás a trabajar para esta mujer. Su nombre es Antonella Mansi, es la esposa de De la Cruz.

      Mirko alzó la vista y clavó su mirada azulada en los ojos de la fiscal. Una vez más, notó en la pupila de la letrada el solapado interés que ella intentaba doblegar. Sonrió vanidoso y, ya más seguro, se atrevió a preguntar:

      –¿Qué quieren que haga con esa mujer? –trataba de entender–. ¿Quieren que la seduzca para molestar al esposo?

      –No, hombre, no sea básico –protestó Ibáñez. Miró a Garrido–. No va a servir. Te lo dije.

      –Es la directora de una revista de moda. Creemos que ella es la principal pantalla para las operaciones de su esposo –informó la fiscal–. Tengo entendido que sabes manejar una cámara. Hasta donde sé, te defendías tomando fotografías para Candado y, por lo que averigüé, en tus años de encierro leíste bastante sobre el tema.

      Mirko asintió preguntándose si sabrían qué tipo de fotografías tomaba. Seguramente.

      –En unas semanas esa mujer necesitará un fotógrafo –prosiguió Ibáñez sin abandonar el tono áspero–. Alguien deslizará su currículum con una recomendación, y lo llamarán. Para entonces, deberá estar preparado.

      –¿Y qué se supone que haré mientras tanto?

      –Mientras tanto te quedarás aquí –retomó Garrido, que había seguido la conversación en silencio–. Hasta que el momento de entrar en acción llegue, estudiarás toda esta carpeta. Aquí está toda la información que necesitas; teléfonos, procedimientos y el modo en el que necesitamos que te desenvuelvas.

      Se hizo un silencio. Mirko tomó la carpeta y hojeó su contenido.

      –Hay algo que aún no te he dicho –deslizó Garrido sabiendo el impacto que tendría la información que estaba a punto de suministrar–. Tu viejo amigo Candado está involucrado en toda esta operación. También a él lo queremos atrapar. Supongo que sigues pensando en vengarte del maldito desgraciado que te mandó a prisión.

      La propuesta de Garrido le había cambiado la vida, y Mirko era muy consciente de que a ella le debía su libertad y la posibilidad de tener un futuro. Hacía ya más de un año que lo había contactado; habían pasado casi siete meses desde que logró ingresar en la Editorial Blooming, y poco más de cuatro que había conseguido despertar el interés de su directora. Tal como originalmente la fiscal le informó, Antonella Mansi era la cabeza de la editorial que manejaba dos revistas puntuales; una de moda, que acaparaba más del 85% del presupuesto y generaba buenos dividendos y alto grado de popularidad; y otra de carácter cultural, que cubría semestralmente los eventos más destacados de la ciudad.

      Por un tiempo, Mirko creyó estar alcanzando cierta estabilidad y que bastaba con informar todo lo que sucedía en la editorial. Pero, entonces, llegaron nuevas órdenes: seducir a Antonella Mansi e intentar llegar a los lugares de mayor intimidad, para colocar dispositivos de escucha.

      Luego de haber logrado que lo aceptara en el plantel de fotógrafos de la sección moda, no le había costado mucho seducirla y que ella lo aceptase, primero en su despacho y poco a poco en su cama. La mujer, con sus cuarenta y tantos, se había sentido más que halagada porque un hombre como él se interesase por ella. No obstante, por el momento, además de cansancio, no era mucho lo que Mirko había logrado reunir, pero sí podía asegurar que esa mujer escondía algo turbio y que estaban bajo la pista correcta.

      Mirko se sentó en la cama y miró de reojo a la mujer de rubia cabellera ondulada que dormía desparramada a su lado. Cuidando de no despertarla, se puso de pie y se dirigió al cuarto de baño. Necesitaba comunicarse con Claudia Garrido e informarle que finalmente había logrado colocar los dispositivos de escucha. La casa de Antonella Mansi y Alejandro de la Cruz estaba completamente monitoreada.

      Sentado en el retrete, consultó la hora. Garrido solía levantarse alrededor de las seis y media. “¿Despierta?”, escribió Mirko con una sonrisa malévola en sus labios. “Ya estoy en posición. Finalmente, logré que accediera a traerme a su cama. Estoy dentro –del apartamento, no de ella–. De la Cruz está en MIA y regresará el viernes por la noche en un vuelo privado. No me dijo para qué viajó, pero lo averiguaré. Ya instalé todo. Los ambientes que suelen frecuentar están cubiertos. En media hora también deberían empezar a funcionar los dispositivos. Estate atenta a las imágenes y los sonidos”.

      La respuesta de Garrido no tardó en llegar. Bajó la vista y sonrió al leer. “No pienso quedarme a escuchar cómo te diviertes. Luego la escucharé a ella. Camilo ya tiene sus órdenes. Ocúpate de que no vaya a la editorial hasta el mediodía. Nos vemos luego”.

      En algún punto lo divertía alterarla, provocarle celos con Antonella, mucho más si tenía en cuenta que era ella quien lo había puesto en manos de la editora. La fiscal se había convertido en su amante mucho antes que Mansi y, por un tiempo, había logrado despertar mucho más que su interés; algo que nunca le diría a ella, por supuesto. Claudia Garrido disfrutaba tanto del buen sexo como del estímulo que unas buenas líneas podían otorgar. Juntos habían compartido encuentros memorables que por varias horas los transportó a otras dimensiones. Pero todo tenía su precio y él lo estaba pagando con creces pues, sin previo aviso, Garrido comenzó a mostrarse excesivamente posesiva, algo violenta y obsesiva con él.

      “Bien. Esta tarde también la tengo ocupada; Antonella arregló una sesión de fotos con cuatro modelos nuevas de la Agencia De la Cruz. Luego te indicaré sus nombres y características. Creo que tengo algo. Ya te contaré más”, respondió Mirko.

      Tenía que ponerse en movimiento y para ello necesitaba un refuerzo. Se apresuró a buscar en la bata la bolsita que había escondido la noche anterior. Rápidamente, preparó las dos líneas y, segundos más tarde, se regocijó al sentir el efecto que se esparcía por su cuerpo.

      Se frotó la nariz buscando eliminar cualquier resto de droga y entreabrió la puerta; no escuchó un solo ruido. De nuevo en la habitación, se movió con sigilo; primero fue hasta su abrigo y buscó un pequeño tubo metálico y una bolsita de donde extrajo un botón negro diminuto. Divisó el celular de Antonella sobre la mesa de noche; fue hasta allí, lo tomó y se ocupó de instalar el pequeño dispositivo.

      Giró y se acercó a la cama donde ella dormía parcialmente cubierta por la sábana. Activó el dispositivo y le tomó varias fotografías para enviárselas al número que Ibáñez le había indicado. Luego las borró para que Antonella nunca se enterase de lo ocurrido. Buscó su propio teléfono y escribió: “Todo listo. Me ocuparé de que no llegue hasta pasado el mediodía”.

      CAPÍTULO 3

      ¿Qué me pongo?, ¿qué me pongo?, ¿qué me pongo? La pregunta rebotaba en su mente provocándole ansiedad y una sensación de vértigo que la alteraba. El asunto de elegir su vestuario le generaba tanta tensión que hasta se le cortaba la respiración. Vestirse debería ser algo natural. Lo era para todo el mundo, menos para ella.

      –¿Qué mierda me pongo? –estalló, ofuscada, cuando ya no soportó la presión que ese hecho insignificante le generaba.

      A Gimena la contrariaba tener que destinar tantos minutos a algo que para ella era una pérdida


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