Bell: La vida es puro cuento. P. S. Brandon
Ella lo observó y lo besó.
Ambos salieron del salón y pidieron un taxi. Durante el camino hablaban sobre a cuál casa deberían de ir, además de seguir besándose. Ana insistió en que fueran a su departamento y ahí los llevo el taxista, quien observaba con algo de incomodidad a los jóvenes que con vigor y lujuria se besaban y manoseaban.
Empezaron a corretearse por las escaleras, hasta llegar al piso donde vivía Ana. Entraron a la sala, y él tomó a Ana de la cintura y la llevó hasta la recámara, mientras iban desnudándose de camino a la habitación, regando por la casa de Ana la ropa de ambos.
Diego se percató de que Ana no llevaba ropa interior, lo que lo excitó aún más, y Ana pudo percatarse de ello, ya que el bulto endurecido en la entrepierna mostraba un bien dotado miembro.
En cuanto la despojó del vestido, él empezó a olfatear todo su cuerpo, y también lo recorría con besos. Antes de recostarla en cama, la volteó para contemplar su cuerpo, la fina figura: su piel parecía porcelana delicada y blanca. Ella le quitó el calzoncillo y descubrió que su verga estaba erecta.
Diego ya le había parecido completamente excitante, pero, al observar el cuerpo de Diego (Era alto, y su rostro seguía siendo igual de atractivo, pero su complexión no era igual a cuando tenía el traje, no era fornido, tenía un cuerpo común, era delgado y tenía una pequeña barriga; además, estaba lampiño y solo tenía algo de vello en las axilas y en el pubis, completamente opuesto a los chicos con los que acostumbraba salir), le pareció más excitante e interesante.
Ambos se recostaron en la cama, se besaban mientras se ponían en una posición adecuada para ambos, girando sobre las almohadas de plumas y unos almohadones de peluche rojos y negros sobre la cama de Ana. Ella abrió las piernas dejando entrar a Diego y, justo antes de empezar el acto, él le dijo al oído:
–¿Estás segura de que quieres hacerlo?
Ana lo tomó de las nalgas y lo jaló hacia ella para que la penetrara; su rígida verga la atravesó haciendo que ambos lanzaran un grito de dolor y placer. Comenzaron ese acto como un baile: haciendo esos movimientos de cadera, sucumbiendo al deseo y saciando lo más bajos instintos de ambos.
–Oh, perra, sí que te gusta sucio y duro –le dijo Diego, y seguía moviéndose en su interior.
Ana se molestó, dejó de sentir placer y le metió una bofetada, haciendo que se detuviera. Él se quedó viéndola sorprendido.
–No seas vulgar –le dijo y lo giró quedando ella sobre él.
Ella tomó sus manos, impidiendo que la tocara, y empezó a montarlo. Hacía que él se estimulara más. Después lo soltó y le permitió sentarse para que la acariciara y se deleitara con el tacto, haciendo a Ana gozar más.
El acto empezó a culminar. Diego terminó antes que Ana, así que él se dispuso a complacerla dándole sexo oral, y masturbándola. Ella se retorcía de placer, jadeante, ante el tacto y los movimientos de labios y lengua de Diego entre su vulva.
Esos labios que le habían causado orgasmos auditivos ahora le daban pie a alcanzar un orgasmo táctil para finalizar esa noche de manera especial.
Pasaron la noche juntos. Al amanecer, después de desayunar, Diego se fue. Acordaron tener una cita esa noche.
Ana despidió a su galán en la puerta y regresó a su cama. Estaba emocionada. Por fin había encontrado al chico de sus sueños en un chico completamente opuesto a lo que esperaba.
Llegó la hora y Ana se puso un vestido rojo y salió para llegar a la cita. El lugar estaba lleno y se sentía el calor; apestaba a muchedumbre, a hormonas y a licor. Había algunos olores que salían del baño. Ana ya no soportaba más. Incluso pasar entre las personas que estaban bailando era imposible.
Las personas se ven corrientes. Hay hombres con la ceja depilada y pendientes en las orejas; la ropa no les va: o es muy estrecha o les queda gigante, y no tiene nada de estilo; y lo peor: las chicas con esos vestidos pegadísimos donde tienen apretados los pliegues de piel y grasa. Mientras las observa, solo puede pensar que se les ven fatal, en especial con todos esos cristales pegados, y lo peor es que están maquilladas de tonos blancos cuando su piel es morena. También están los chicos que se creen interesantes. Se hacen llamar “hipsters”, pero para ella se ven como hippies mugrosos.
Encontró un asiento en la esquina del lugar junto a la barra. Ya estaba desesperada, a punto de marcarle a Diego para comentarle que se fueran a otro lugar, cuando por detrás llegaron unos brazos desnudos y rodearon su cintura.
–Señorita belleza –dijo la voz seductora de Diego.
Al voltear a ver a su galán vio un cambio muy radical: Diego estaba vestido con unas bermudas azules con líneas verdes, sandalias negras y una camisa sin tirantes de color naranja; traía puesto un sombrero de pesca color beige. El atuendo no combinaba para nada. Ya no era el chico encantador del cual creía que se había enamorado la noche anterior; incluso su olor era distinto, apestaba. Ya no era un perfume delicioso: era una mezcla de sudor y de todos los olores del lugar.
–Querido, ¿Cómo diste con este lugar? Está lleno de gente tan corriente –dijo Ana evitando mostrar por completo su disgusto.
–Qué manera tan fría y fea de describir algo tan agradable y candente. ¿Qué te parece si mejor disfrutamos un rato con los chicos y unos tragos, antes de seguir complaciendo tus deseos? –dijo Diego besando su cuello y acariciando su cuerpo.
Desplazó su mano hasta llegar a su nalga y le dio un pellizco, lo que incomodó a Ana.
–Diego ¿Qué te parece si mejor vamos a un buen bistro y vamos a ver si tienen un buen paquete que incluya un buen vino? –dijo Ana esperanzada en que el chico aceptara.
–El único paquete que tendrás hoy será el mío después de ir a bailar –le respondió Diego, y tomó la mano de Ana y la deslizó acariciando su entrepierna.
Ana reaccionó molesta; rápidamente se paró y comenzó a caminar, pero, antes de apartarse mucho, Diego le tomó la mano.
–Relájate un chingo, Ana. Vuelve. Recuerda que, “entre más corriente, más ambiente”. Además, aquí ponen música increíble.
Ana lo observó y se quedó pensando entre salir corriendo o volver con él, y seguir resistiendo ese olor tan peculiarmente desagradable.
–El amor conquista todo, o eso dicen –dije, mientras ambos estábamos recostados después de haber hecho el amor.
Tengo una amiga que es bisexual al igual que yo. Incluso creo que, al momento en que nos vimos, ambos lo supimos el uno del otro. Pasaron varios meses para poder decírnoslo y poder comentárselo a nuestros familiares y amigos.
A mi querida amiga: No le tiene que importar al mundo a quién nos queremos o nos vamos a coger. No te hace mejor persona el seguir los pasos de lo que los demás consideran “correcto”.
Además, a las personas no les debería importar si eres heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual o transgénero. Les debería importar qué les aportas como ser humano.
Máscaras de gatos
Es el cumpleaños de Bell. Ha organizado una fiesta de máscaras para celebrar su cumpleaños número diecinueve. Me he puesto, en contra de mi voluntad, un vestido dorado que me ha hecho comprar Dylan para la fiesta. También me insistió en arreglarme el cabello. Me veo obligada a usar la máscara que me compró Bell. Es de las pocas máscaras que son diferentes, y le ayudé a escogerla. Mi máscara es una dorada con blanco, en forma de gato.
Salgo de mi recámara y mi madre se ve sorprendida de verme tan femenina. Tengo el cabello rizado, y el vestido que compré resalta mis caderas. Mi mamá se ha emocionado mientras me arreglaba el cabello, tanto que me ha puesto laca con brillantina para que resalte mi cabello rubio, incluso al saber de la fiesta, me ha comprado unos tacones de color dorado, que hacen juego con el vestido.
Dylan