Bell: La vida es puro cuento. P. S. Brandon

Bell: La vida es puro cuento - P. S. Brandon


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en especial porque su cumpleaños tenía pocos días de diferencia con Halloween, se le ocurrió hacer una mascarada en el salón de eventos de sus padres.

      –Es algo excéntrico. Igual a Bell, ese es su tipo de eventos: Bal des Sauvages, “Baile de los Salvajes”. Según él, es una oportunidad de ser tú y que nadie te reconozca –dijo Dylan mientras se burlaba.

      –Bell alucina bien cabrón. Le dije temprano: “¿Si quiero ligar a alguien, me gusta y quiero seguir viéndolo y no sé quién es?”. Y el cabrón me respondió: “Es la intención de una mascarada. Además, necesitas algo de misterio en tu vida; aventúrate”.

      Sabía que esta fiesta sería la oportunidad de que pudiera ligarme a alguien solo por una noche. Ya estaba harta de no encontrar una relación. Ya me había cansado de tantos cuentos de amor. Ahora solo quería encontrar a alguien para coger (eso quieren todos al final de cuentas). Ya lo necesitaba, mi cuerpo necesitaba sentir esa vibración que solo puede hacerte sentir otra persona, no solo un consolador o mi mano y, pues, si podía ser una relación estable a futuro, podría ser una buena opción.

      También esperábamos que en esta fiesta Bell nos presentara a su conquista secreta.

      Llegamos al salón de la fiesta y en el recibidor, con esa peculiar máscara roja, estaba Bell junto con Alí quien llevaba una máscara azul.

      –De gala. ¡Muy bien! –dijo Bell y nos abrazó a ambos.

      Dylan se fue con Alí a fumar, yo me quedé con Bell charlado.

      –Estás radiante, querida. Ese vestido se te ve muy bien –dijo Bell, halagándome.

      También él se veía increíble. Siempre se veía bien cuando él se quería arreglar. De no ser necesario, no lo hacía, pero aun en pijama él se veía bien. Intenté elogiarlo también.

      –Bell, te ves tan…

      Me interrumpió:

      –¿Atractivo? Yo sé.

      Me burlé de su reacción y le hice un comentario burlón ante su narcisista persona. Bell solía ser así, es muy egocentrista, pero no resulta molesto como las demás personas que se reconocen méritos o cualidades que les dicen tener.

      Mientras caminábamos a la sala lounge que estaba reservada para nosotros, llegó un extraño chico con pocos vellos que le crecían en la barba y una máscara verde.

      –Hola, gatita. ¿Quieres leche? –dijo en un tono, según él, seductor, me tomó la mano y la besó.

      –¿Quién es este baboso? –le pregunté a Bell.

      Estaba a punto de responderme y fue interrumpido por el chico.

      –Fernando Martínez, el primo mayor de Fernandín –y siguió charlando, pero era un tema muy aburrido.

      No le presté nada de atención. Sospecho que hablaba de sí mismo. Creo que Bell tampoco le prestaba atención. Milagrosamente llegó Renée, la hermana de Bell y se llevó al molesto primo.

      En cuanto se fue, Bell puso los ojos en blanco y empezó a quejarse.

      – Él tiene dos nombres. Nunca se había presentado con el nombre de mi abuelo, ni el de mi padre, y desde que escribo para el periódico y desde que la empresa en España volvió a ganar reconocimiento, usa este nombre como un “gancho”.

      –Ay, perro, no seas payaso. Eso es molesto y te entiendo, pero, dime, ¿Entonces odias a tu pariente? ¿Por qué lo invitaste? –le dije, y empecé a reír.

      –No lo odio, pero él me tiene envidia. ¡Está verde de envidia! Te lo juro, no acepta que yo soy especial y él no, o por lo menos que tiene virtudes diferentes a las mías. Aún recuerdo cuando estábamos los dos hace años y una amiga de mi tía me dijo que yo era el más guapo de la casa. ¡Menuda rabieta hizo!

      La verdad, me daba más pena el primo que Bell, pero sabía que debía de apoyar a mi amigo.

      Dylan y Alí regresaron, se sentaron conmigo en la sala lounge en la que estaba nuestro grupo de amigos. Aunque también empezaron a regarse todas las personas, Bell se quedó con nosotros unos minutos y volvía ocasionalmente. Estaba en la conversación, pero estaba volteando a todos lados. Le preguntábamos en varias ocasiones a quién buscaba.

      –¡Al voltear antifaces, te han rodeado! –dijo Dylan―. ¿A quién buscas? Ya relájate y quédate con nosotros, y ya preséntanos algunas personas, coquetas y solteras con las que podamos bailar, beber y ligar.

      –Es un problema esto del carnaval, cada encuentro es un error de identidad. Ustedes quedarán anonadados con la fiesta. Brindarán con toda esta gente y lo mejor es que no saben quiénes son. Solamente diviértanse y déjense llevar. Vuelvo en un momento –nos dijo y nos alentó a salir a conocer personas.

      Sofía, una amiga de la escuela, comenzó a alegar sobre el comentario de Bell

      –No todo se basa en amantes de una noche o varios días. Es necesario encontrar uno duradero. Como ser humano, tienes la capacidad de querer a todos los que te rodean, pero debes de seleccionar a uno para amarlo, no a cualquier persona que te altere la hormona, y menos cuando no sabes si será un hombre o una mujer. Esa idea del amor que tienen tú y Bell solo es la sensualidad y lujuria de libertinos –dijo y bebió de su copa.

      Sofía no aprobaba que Bell y yo nos hubiéramos declarado bisexuales. Incluso antes de hacerlo, ella hacía comentarios bastante estúpidos e hirientes al respecto, porque no nos entendía. Solo toleraba o “aceptaba” a Dylan porque él solo buscaba hombres y se refería a él en femenino y hacía bromas un tanto hirientes. Lo gracioso era que lo mismo que ella alegaba de nosotros, lo hacia ella también, pero con todos los hombres que se le atravesaran. Incluso la mayoría de los chicos de la escuela ya habían salido con ella y la dejaban al día siguiente.

      –Preséntame a quien solo ame a una persona a esta edad, preséntamelo y me caso con él o ella –dije.

      La verdad, ya estaba enfadada de su presencia; no sabía por qué Bell la había invitado, así que me levanté y dije:

      –Voy por algo de beber.

      Sospecho que la dejaron sola, porque ya estaba un poco ebria, o que Dylan la acompañó a que se despabilara o siguiera fumando con él, aunque Bell lo desaprobaba ya que se iban juntos a fumar marihuana y Dylan se ponía pesado al fumarla.

      Seguí caminando y me percaté que había mucha gente, sentada, bailando y regada por todo el salón, y observé a la distancia que Fernando se acercaba cuando me interceptó e intentó abordarme. Era tan pedante que me molestaba su presencia. Quiso comenzar con la conversación con nuestro único tema en común: la fiesta y Bell.

      –Y pensar que tardó unos días preparándola –dijo su estúpido primo.

      No sabía quién era más pedante, si él o Sofía.

      –¿Unos días? ¡Fueron meses! No había un solo día que no me pidiera una opinión sobre cualquier cosa.

      Sabía que, si le contestaba de manera despectiva y grosera, él se alejaría, pero seguía ahí. No tiene un buen sentido común. Me siguió hasta la barra. Pensé que lo perdería. Siguió caminando hasta la mesa de postres, llena de dulces, pasteles, macarrons y varias fuentes de chocolate con brochetas de fruta.

      –Disculpa, ya basta. Es bastante molesto que sigas intentando persuadirme cuando ya te he rechazado varias veces –le dije para apartarlo definitivamente de mí.

      –Disculpa, pero tu belleza me ha puesto algo estúpido –dijo tratando de excusarse y bobamente se cayó, resbaló sobre un charco de agua que había en el salón al lado de la fuente.

      –No compadezco a las personas quienes se autodenominan estúpidas, ni, aunque demuestren que sí lo son –le dije y le ofrecí mi mano para levantarlo, pero la rechazó.

      –Ferdinand dijo que sus amigas sí se dejaban seducir rápidamente, pero no eres así. Además, no eres tan mona –dijo molesto.


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