Bell: La vida es puro cuento. P. S. Brandon
llegó, entró gritando:
–¡Esmeralda, baja! ¡Necesito dinero para el taxi!
Me puse una bata roja que tenía a la mano. Vi que usaba su pantalón negro como se lo había pedido, pero no traía una camisa de animal print. Usaba una playera blanca con el número treinta y tres marcado en color negro. Me molesté al verlo así.
Le di un billete de doscientos pesos para que pagara. Mientras me acercaba, no hizo nada por besarme, solo me quitó el billete y se fue a pagar.
Regresó y yo me había sentado en mi sofá, algo molesta, pero ya que estaba deseosa, no tenía razón para seguir molesta con él.
Dejo la bata desabrochada, con las piernas abiertas, dejando que se viera mi vulva, y comienzo a tocarla suavemente.
Él se me queda viendo, con un semblante de ira, y se aproxima, se deja caer a mis pies, y comienza a lamerme los labios. Me he depilado para él. Está tan lisa que su lengua puede andar libremente por ahí. Ya empecé a humedecerme y estoy segura que él aún no está duro.
–Es mi turno –le digo de manera morbosa, y empecé chupársela.
Me gusta el sabor de su verga. Lo escucho gemir y me enciendo más. Empiezo a sentir cómo su verga se va engrosando más con los movimientos de mi felación, Manuel tiene todo el pubis cubierto de vello, negro y rizado, bastante largo. Me da un poco de asco.
Me dice que pare, y lo llevo a mi recámara, mientras aún tiene la verga dura. Después de una carrera a mi alcoba, ya estoy completamente desnuda y el solo trae su playera blanca. Intenté quitársela de camino a mi recámara, pero fue inútil.
Yo quería experimentar más y explorar más. Le pedí que fuera más rudo y únicamente abrió mis piernas y me embestía con fuerza. Mientras estaba en el borde de mi cama, le dije que cesara, que cambiáramos de puesto, para poder subirme en él, pero no quiso. Eso me molestó y me puse de espaldas, para que me diera por el culo.
–¡Anda, cógeme! ¡Quiero sentirte en mi interior! –le gritaba.
Comenzó a penetrarme, con mucha fuerza. Me quejaba y él me cubría la boca, para evitar escucharme. No tardó mucho haciéndolo. Si acaso, me había tomado seis veces y me dejó. Se alejó de mí y empezó a hablar:
–¿Qué es lo que quieres? ¿Que te pegue?
Y comenzó a darme nalgadas. Empezó a hablarme algo molesto. Estaba atónita en mi cama, sentada, con los ojos humedecidos en lo que podían ser lágrimas de tristeza o de dolor
–No puedo ya. Suficiente. Ya estoy harto de esto. No me parece justo. No puedo seguir haciéndolo. Siento que te degrado. Perdón, yo no puedo. Nunca había hecho esto, ni siquiera con las putas que he pagado para que tú no tengas que degradarte. No es lo que busco en una novia. Dime qué buscas tú. –Hizo una pausa y siguió–: Tú elige: o seguimos como novios, con sexo ocasional y romántico, o ya nada más nos veremos para coger. Es tu decisión.
No sé qué habrá pasado con ella, pues ese fue el último día en el que vi a Esmeralda. Nunca volvió a los ensayos después de ese viernes y, por suerte, otra chica con más talento, carisma y más hermosa llegó a remplazarla. Y era necesario: nunca había consentido a una chica como ella que hiciera el papel de Ariel.
Así que este es el desenlace de su historia con lo que se hubiera pasado después.
Nos vestimos. Yo terminé de arreglarme en mi habitación y él fue a la sala para terminar de vestirse, ya que allá estaba todavía su ropa. Cuando se salió de mi habitación, no puede evitar llorar. Me recosté por unos minutos en mi cama después de que había terminado de arreglarme, pensando en que yo debía de aceptar que deberíamos tomarnos un descanso de nosotros, y solo hacerlo cuando fuera especial, que me volvería una chica que usa un dildo por las noches o cuando necesita una sensación nueva. También pensé que tal vez debería dejarlo para siempre.
No podía tomar una buena decisión. Tenía la presión de la fiesta, y mi celular estaba sonando incesantemente. Era el tono de los mensajes. Mi instinto me decía que los tomara y los respondiera, pero mi razón me pedía que dejara eso y me preocupara por mí.
Recibí una llamada de Leonardo, el amigo que había organizado la fiesta. Él había cambiado de lugar, pero seguiría siendo el mismo plan. El nuevo lugar estaba algo más retirado de mi casa, así que me levanté y me volví a maquillar, ya que mi llanto se había corrido y machando mi rostro.
Le grité a Manuel que debíamos irnos ya, porque habían cambiado el domicilio.
Salimos y nos subimos a mi auto. Él siempre conducía cuando íbamos juntos, pero esta vez no se lo permití. Conduje yo. Incluso me ofrecí a pasar por varios amigos que vivían cerca de mi casa o que estuvieran por llegar al lugar. No hablamos mucho Manuel y yo. No pasé por nadie, lo que hizo el camino más largo, incómodo y estresante.
Llegamos al antro, y yo estaba algo ida. Bebía, pero no bailaba, a pesar de que Manuel me dijo en varias ocasiones que lo hiciéramos. Solo estaba sentada en la barra y bebía, cada cosa que me ofrecieran.
Manuel despareció un momento excusándose con que iría al baño y ahí fue cuando me pude desahogar con Pablo.
Creo que comencé a llorar porque me sacó del bar y nos sentamos en la banqueta. Cuando me calmé, nos metimos otra vez y vi que todos estábamos bailando. Pablo me invitó a bailar y ahí empezaron a darnos shots y estaban dando tachas. Ya que me quería olvidar de ese problema, solo me dejé llevar.
Ya no estaba consciente, ni mis amigos, cuando de la nada vi a Manuel besando a otra chica a quien también estaba manoseando y me le lancé. Empecé a gritarle y le metí un golpe en el pecho, y de repente sentí que me metían un puñetazo en la cara.
Reaccioné de mi viaje.
La chica empezó a decirme de cosas, insultos y obscenidades. Me seguía golpeando hasta que Pablo y Leonardo se percataron y me sacaron del bar. Leonardo regresó para sacar a Manuel y a la perra, pero ya iban saliendo después de que se metió.
La chica salió abrazada de Manuel. Me levantaba el dedo medio y Manuel solo se burlaba.
–¡Así que por eso querías el break! ¡Eres un pendejo, la persona más mierda que conozco! –le gritaba, y quería correr a golpearlo, pero Pablo no me dejó.
–No vale la pena –decía.
No podía calmarme. Estaba vuelta loca. Regresamos a la fiesta y las personas seguían normal. A nadie le importó que me hubieran golpeado. Todos seguían bailando, ignorantes de lo que había pasado, todos en su viaje.
–Tus gemidos me llenaron de vigor la última vez.
–Sí, eso suelen hacer mis gemidos. Te ves algo desmotivado. ¿Te gustaría escucharlos nuevamente?
No sabía que se podía
Estaba harta de la escuela, del trabajo, de mi familia, de mis amigos y compañeros. Así que había decidido escapar yo sola de tanto desastre. Para poder relajarme, había hecho una reservación en un hotel con spa, para mí sola el fin de semana.
El viernes, después de haber ido a trabajar, pasé a Sam’s para poder comprar algo para poder comer el fin de semana. Entré al pasillo de vinos y licores y estaba viendo las botellas. Nunca había consumido vino; mis padres tampoco bebían, pero mis amigos de la universidad eran unos alcohólicos. Y me habían comentado que el vino tinto o rosado era muy bueno. Una amiga de la oficina me había recomendado una receta para hacer clericot.
Había un chico con un sombrero negro en el pasillo. Me acerqué para preguntarle sobre vinos. Me recomendó uno: Lustful Obsession.
–Es muy bueno; solo que no lo bebas sola: es muy fuerte. A veces te da impulsos que no puedes controlar por ti misma –dijo, y tomé dos botellas.
Llegué al hotel y hubo una serie de complicaciones. Me cambiaron