Bell: La vida es puro cuento. P. S. Brandon
mano empecé a buscar y estimularle el ano. Le dije que lo disfrutara y se dejara llevar.
–No contengas esta sensación, expúlsala y disfruta tu orgasmo, vamos, puedes prenderme más.
Ya antes había logrado con mi expareja que llegara al squirt, y me llenó la boca y el sabor me gustó, y esperaba que pudiera lograrlo con ella.
Le dije que había llegado el momento de disfrutar ambas del encuentro y nos pusimos en posición de tijera. Con las piernas entrelazadas, me excitó mucho ver la diferencia de color en ambas pieles, la mía clara y la suya negra. Comencé a excitarme más. Ambas entrelazamos las manos y cada una introdujo la mano en la vagina de la otra y empezamos a mecernos sobre las piernas, jugueteando con las manos.
Los espasmos entre cada gemido me ponían rígida la espalda. Ambas vaginas estaban tan húmedas que escurrían. Se veía el líquido escurriendo y brillando.
Me pidió que me girara y me pusiera de perrito. Ella se metió debajo de mí, e hicimos un sesenta y nueve. Estaba comiéndole la vagina cuando de pronto sentí que me introdujo los dedos en el ano y me empecé a estremecer. Yo me movía balanceándome sobre sus labios y ella empezó a mover sus caderas reposando en la cama. Estábamos ambas muy excitadas. Los gemidos y pujidos de éxtasis envolvían el ambiente. Casi había olvidado el ruido de la fiesta que estaba a cuarenta metros. La música empezó a aumentar. El éxtasis estaba a punto de hacerme explotar.
Ya sentía que iba a terminar cuando, de pronto, escuché que iban a abrir la puerta. Y me cortó el momento.
Había atorado la puerta. Sería imposible que la abrieran, así que esperamos a que se acabara el ruido o la espera, nos quedamos recostadas en la cama. Aún teníamos las máscaras puestas; me pareció más excitante ver el reflejo de sus ojos negros. Jugamos con el cuerpo de la otra acariciando los pezones y aun rozando los dedos en las vulvas. Decidimos que era tiempo de volver. Nos vestimos y le pedí que me prestara su celular. Le anoté mi número y lo guardé como “Gatita”.
Empezó a sonar una campana, era una alarma de su celular. A las doce.
–Es hora de irme–dijo.
Yo estuve lista antes y me dijo que le ayudara a vestirse, para que fuera más rápido. Parecía su mucama, ajustando las vendas a su cuerpo y vistiéndola.
Antes de salir, me dijo que le diera algo para recordarme.
–Alguna prenda de ropa o tu máscara –dijo mandona.
Le di mi zapato y me salí. Caminé hasta la entrada del salón y afuera, en la puerta de cristal, vi a Dylan y Alí fumando, y los saludé. No me dijeron nada. Eso me calmó mucho. Respiré y recuperé mi postura.
–A fingir que no pasó nada –me dije a mí misma en voz alta.
Entré otra vez en el salón repleto de gente y, en la pista, rodeado por la multitud, vi a Bell bailando. Ya había cambiado su traje y tenía una máscara negra, casi azulosa, los decorados rojos se tornaron en un negro brillante, un estilo muy distinto al que le había visto tres horas antes.
Mientras bailaba con Bell, solo podía pensar en lo excitante y fascinante que fue el encuentro; a pesar de que fue con una malcriada hija de mami. Al final, se sabía que todo eso iba a suceder y ya estaba determinado que, entre toda la multitud, algo iba a pasar con las parejas o las nuevas compañías que se habían encontrado en la mascarada. Pensaba en lo mucho que me alegraba haber sido yo la elegida.
Bell me observó y me dijo:
–Tenemos un trato, querida. No diremos nada de eso. Ahora solo concéntrate en bailar, bailar toda la noche, bailar hasta que los problemas se solucionen. Baila, Penélope, baila –dijo algo ebrio y emocionado.
–No puedo –le respondí–. Me falta un zapato.
Tuve el sueño más lindo anoche. Estábamos haciendo el amor. Desperté porque no podía creerlo, y me percaté de que no estabas, que solo había en mi calzoncillo un bulto endurecido. Sentía un calor especial, sentía que estabas conmigo. Esa sensación rápidamente se volvió deseo y así desperté completamente. Debo confesarte que tuve que complacerme. También debo confesarte que nunca había sido así. Para mí eras tú quien me tocaba, quien me hacía sentir cosas nuevas y extraordinarias, alocando mis hormonas, haciéndome vibrar. Cuando terminé, fue aún mejor. Nunca había experimentado tanto placer en una eyaculación. Me encantó sentirlo, me encantó imaginar qué sería sentirte. Me hizo desear aún más que fueses real.
La cabeza en las nubes
Al fin, mi roommate se ha ido, y no volverá hasta en una semana. Yo estaba algo desesperado ya que quería hacer esto desde hace días. Me resultaba casi imposible encontrar un espacio para mí, ya que el trabajo me tenía muy ocupado y todas mis otras actividades: grabar, pasear a Jagger (el husky con heterocromía de mi roommate) y al gran danés de la señora Delia (mi vecina de sesenta y ocho años, que ya no puede pasear a su bestia), salir a andar en mi bicicleta por el boulevard, salir a correr para distraerme de mis labores y la escuela… Y lo que pospuso por más tiempo mi oportunidad fue que llegaran las vacaciones decembrinas y tuviera que irme a la casa de mis padres en Mazatlán para poder celebrar en compañía de mi familia de las tradicionales posadas, festejos y demás rituales sociales de la temporada.
Lo que en realidad yo quería era un tiempo de privacidad y de relajación para mí mismo y poder darme una buena jalada. De hacer que mi mal genio se me escapara en una eyaculación.
Desde hace un año, y por voluntad propia, había decidido ya no llevar a cabo actos sexuales con otra persona a no ser que en verdad se hubiera esforzado mucho intentando persuadirme y se lo mereciera, o que fuera una ocasión especial y yo estuviera deseoso. Solo había cogido una vez en los últimos diez meses. Incluso antes me masturbaba y me masturbaba mucho, hasta cinco veces al día, de ser posible, pensando en orgasmos y gemidos de mis acostones, en las sensaciones de un culo o un coño estrechos o incluso de otra verga en mi propio interior. Tenía mucho tiempo sin hacerlo, así que estaba ansioso por poder sacar toda mi leche almacenada y únicamente disfrutarme yo.
Había estado hablando con un tal “THE.GUY.WITH.RED.UNDERWEAR”, un chico con quien durante este tiempo hablaba sobre unos textos que escribía en un blog de Tumblr. Hasta que, sin querer, él me envió un gif de una pareja cogiendo. Y rápidamente se disculpó y yo le respondí: “Manda algo más interesante, de una rusa o a alguien haciéndose una paja o algo”. Y lo hizo: mandó infinidad de videos e imágenes y, en una de ellas, encontré un tipo masturbándose de una manera increíble, y había decidido igualarlo, pero necesitaba privacidad para hacerlo igual.
En cuanto desperté esa mañana, seguía viendo los gifs, e incluso yo había husmeado en su Tumblr para encontrar inspiración para poder comenzar. Justo debajo de una frase: “Podríamos escribir juntos un cuento erótico.”, estaba un sinfín de imágenes de actos sexuales tan excitantes que, únicamente con verlos, ya estaba excitado. En mi viaje en el taxi iba guardando los videos que quería observar e imitar.
Recién llegué a casa de dejar a Jorge en la central de autobuses y, en cuanto cierro la puerta de la casa, me saco la playera. Dejo el celular y comienzo a imitar la imagen. Tomé mi pene y comencé a sacudirlo con firmeza, y lo hago sin piedad, así como si me lo quisiera arrancar, y termina erecto completamente. No me costó trabajo excitarme, ya que por quince minutos he estado viendo pornografía.
Saco mi pene y lo levanto, dejando que el tronco quedara firme entre la orilla del pantalón y mi piel, y comencé a menear y hacer sentadillas, para frotarlo. Todo mi cuerpo recibía una sacudida y un escalofrío, algo increíble e incomparable, mientras yo estaba únicamente moviéndome de arriba hacia abajo.
Hice una pausa y me fui a mi recámara. De camino, me había quitado el pantalón y me iba tocando los testículos. En la casa no había ningún sonido, así que únicamente escuchaba mis propios gemidos y mis “mmmh”, “aaah”, como los chicos de los videos y como acostumbraba hacer cuando me complacía.
Llegué a mi habitación.