Bell: La vida es puro cuento. P. S. Brandon

Bell: La vida es puro cuento - P. S. Brandon


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me retiré hacia la mesa donde estaban las fuentes de chocolate.

      –¡Qué uvas tan deliciosas! ¿Quieres probarlas? –me dijo un extraño vestido todo de negro que traía puesta una máscara de gato igual a la mía, solo que la suya era negra con decorados plateados–. Míralos. ¿Quién es quién? –añadió el extraño misterioso, y me ofreció unas uvas dentro de una pequeña copa de plástico, y empezó a sacar plática sobre los postres.

      Nos fuimos a una sala lounge que estaba sola y ahí comenzamos a charlar de la fiesta, y le pidió a un mesero que nos trajera algo para beber.

      Mientras esperábamos las bebidas, lo observaba y me parecía bastante atractivo, de rasgos faciales muy finos, con labios gruesos casi femeninos. Su tez era morena, parecía mulato. Además, era bastante sexy, era delgado, y tenía la espalda ancha. Me gustaba mucho en un hombre que su espalda fuera ancha.

      Apareció el mesero con los tragos.

      –Brinde usted y brindo yo –me dijo, y chocamos los vasos.

      Después de beber el contenido, empezamos a caminar en el salón. La fiesta está llena de las personas más hermosas. Esos vestidos eran tan encantadores y esas máscaras tan bellas, que es imposible no dejarse llevar por cualquier emoción o instinto.

      Había un charco. No lo había visto y me tropecé.

      –¿Bailamos? Es más fácil que caminar –me dijo.

      Le dije que no sabía bailar, que yo era muy torpe. Se rio.

      –Entonces, ¿Qué haces en un baile?

      –Yo, la verdad, vine por la comida y los tragos. ¿Por qué no solo nos sentamos y seguimos charlando de la fiesta o de cualquier cosa? –le dije, esperando que aceptara mi propuesta.

      –¿Quién necesita palabras? El baile es más importante y divertido para ambos. Convierte la más simple y pequeña charla de cualquier día en algo más especial. Es la forma en que tus pies sonríen. Te permite decir tantas cosas sin necesidad de hablar; es todo un lenguaje que se siente en lugar de oír, ya que se puede susurrar, cantar o gritar sin ni siquiera decir una palabra. Pruébalo, pruébalo conmigo aquí.

      Me ofreció su mano y me llevó a la pista, sonaba música tan bella, música lenta, había parejas solamente bailando, y entre la multitud me llevó al centro de la pista.

      –Una vez que la música te golpea, las inhibiciones desaparecen y te das cuenta de que estás expresando cosas. ¡No tengas miedo, déjate llevar!

      Empezó a mecerse y a manejar mi cuerpo junto con sus movimientos: él me enseñaba a bailar. Bell, por meses, lo había intentado, y no había conseguido nada; pero el misterioso extraño ya me había convencido de que era una buena bailarina.

      –Sígueme. Es de ida y vuelta, y luego vueltas y vueltas.

      Decía los movimientos y jugueteaba conmigo mientras ambos bailábamos. No sabía si lo estaba haciendo bien. Me daba vueltas y giraba a su alrededor. Era todo tan mágico.

      –En cuanto te rindas a la música, podrás bailar como nadie. ¡Mientras desaparecen los límites entre nosotros! Y todo se reduce a un solo paso. Un paso más cerca es como una conversación, excepto que tus labios no se necesitan. Pero podemos ocuparlos en algo…

      Me besó, yo lo besé y ambos empezamos a acariciarnos, como si fuéramos amantes de tiempo atrás, era una experiencia mágica.

      Nos separamos.

      –Y una vez que hayas comenzado con tu pareja sin hablar, se entienden como uno, mejilla a mejilla, dedo a dedo, corazón a corazón… Delicioso. Si así te mueves en la pista y así mueves los labios, no me imagino cómo moverás todo tu cuerpo.

      –Te puedo mostrar cómo me muevo. Hay un baile que sé hacer muy bien –le dije.

      Estaba excitada y en verdad estaba interesada en probar si, al ser tan buen bailarín, sabía moverse.

      –Claro, muéstrame –me susurró en mi oído.

      Yo sabía que en el salón había una habitación: estaba al pasar los jardines. Entonces salimos de la terraza, dejando detrás el bullicio y a esa sociedad enmascarada, para únicamente dedicarnos a entregarnos el uno al otro.

      Pasamos por los jardines y, mientras caminaba, encontré la máscara de Bell en el suelo. En la entrada de unos arbustos en forma de laberinto, me agaché a tomarla, y justo salió Bell corriendo, y mi compañero desapareció y se escondió. Bell estaba agitado y, al instante, me quitó de la mano su máscara.

      –Deberías de abrocharte bien la camisa –le dije riéndome de él, ya que estaba desarreglado. Incluso tenía muchos pedazos de pasto regados en el traje y en el cabello.

      –Aún no termino–dijo Bell, y después siguió su camino al laberinto–. No digas nada y yo haré como que no vi que vas con un extraño misterioso.

      Regresó al laberinto y desapareció entre los arbustos.

      Caminé unos pasos y mi acompañante se acercó a mí, y me besó otra vez. Jugueteando con sus labios empezó a mordisquear los míos, después empezamos a tocarnos, recorriendo nuestros cuerpos. Comenzaba a erizar mi piel y lo frené ya que sentí que tendría que complacerme en el pasto o tendría que entrar en el laberinto y sacar a Bell. Lo tomé de la mano y seguimos caminando hasta la habitación.

      La puerta de caoba estaba iluminada en la esquina más alejada del salón. Nos apresuramos y corrimos un poco, para finalmente llegar y girar la perilla. Me di cuenta de que la puerta estaba abierta, y que alguien ya había usado la cama con una sábana blanca y un sillón de piel color chocolate.

      Me empezó a besar el cuello, y empezó a acariciarme. Me mantenía de espaldas a él y quise girarme, porque quería darle sexo oral, y al momento de empezar a desvestirlo, me percaté de algo: debajo de ese traje negro y esa camisa, había un cuerpo vendado, que cubría una silueta femenina. Me sorprendí. No quise hacer ningún movimiento o una reacción que pudiera arruinar mi momento erótico. Tenía varios meses esperándolo y no lo dejaría ir.

      –No te molesta, ¿Verdad? Quería ver si, como hombre, tenía una oportunidad de agarrar a una chica tan buena. Así como tú –me dijo, apenada.

      Yo simplemente la seguí besando en el cuello mientras le quitaba las vendas de los senos y ella me desprendía del vestido. Fue muy fácil desvestirla, pero esas vendas impidieron mucho el jugueteo.

      –También quería venir de traje, pero me obligaron a usar un vestido –le dije cuando por fin pude descubrir sus senos.

      Sus pezones me agradaron al instante de verlos: círculos gigantes de color chocolatoso. Empecé a besarlos y a mordisquearlos. Me quité el sostén y ella comenzó a hacer lo mismo. Me tumbé en la cama y empezó a besarme con sus manos. Tomó mis muñecas dejándolas apartadas de mí, me dejó indefensa y empezó a besarme. Su cuerpo estaba más caliente que el mío. Podía ver que tenía más silueta que yo, incluso sus senos eran más grandes que los míos por mucho. Mientras me besaba y recorría, rozaban mi cuerpo haciendo un leve cosquilleo. Después solo las sujetó con una mano y con la otra empezó a apretar mi seno. No dejaba de besarme. Después deslizó su mano hasta mi entrepierna y empezó a estimularme la vagina. Masturbaba mis labios y jugaba metiendo y sacando los dedos, rozando mis agujeros.

      Empezaba a gemir. Ya estaba bastante mojada. Le pedí que me dejara hacerle algo a ella, ya que yo nunca había estado en el rol de pasiva.

      Cambiamos de puesto y, al instante en que estaba sobre ella, me deslicé hasta su vagina y empecé a darle sexo oral, jugueteando con mi lengua de orilla a orilla. Empezaba a introducirle los dedos.

      Era muy agradable escuchar cómo gemía. Mientras le estaba estimulando el clítoris, comencé a notar que estaba poniéndose algo duro y que ella empezaba a retorcerse. Seguía jugando con mi lengua, incluso le mordisqueaba el clítoris.

      –Ya que hemos tenido algunos orgasmos, es momento de encontrar el punto G –le dije, y metí


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