Tus grandes ojos oscuros. Lucía Victoria Torres

Tus grandes ojos oscuros - Lucía Victoria Torres


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por hacer el bien se hacía el mal. No te imaginas cómo se abusaba de los campesinos. Eran los que pagaban pues quedaban en la mitad de guerrilleros y Ejército. Y la guerrilla les hacía daño, así fuera sin intención. Por eso me decepcioné… Claro, también me dio rabia la manera como me abandonaron cuando me quebré el pie. Tú sabes esa historia.

      —A medias. Por boca de otros. Creo que nunca te la oí.

      —Creí que te la había contado… Tuvimos que salir corriendo. Me tiré por un despeñadero, como de diez metros, que iba a dar a un charco. Fue tremenda la sensación de caer en esa agua cristalina. Más intensa que el susto de la persecución y el rumor del helicóptero del Ejército que sobrevolaba el campamento. Solo después me di cuenta de que un pie dio contra una roca adentro. No sentí dolor. Me acordé de la finca y de cuando Iris nos enseñaba a saltar desde la piedra alta en La Hundida… ¿A vos también te enseñó?

      —Claro, hacía lo mismo con todos. Primero nos advertía que no le contáramos a mamá. Por eso creíamos que éramos los únicos.

      —El agua me salvó, haberme tirado al charco. El dolor en el pie vino después, cuando salí y empecé a correr. Como a los veinte metros me cogió un dolor tenaz. Me metí en un matorral y me quité el zapato. Cuando volví a ponérmelo no me servía, ya el pie estaba hinchado. Un compañero que fue capaz de tirarse al agua conmigo llegó y me sirvió de muleta. El comandante solo me dijo: “Como usted es de familia de plata, que ellos le paguen los gastos porque nosotros no podemos, váyase a que lo cuiden allá”. Me sentí traicionado. Pero me dieron la posibilidad de no volver. De alguna manera me habían echado. Me facilitaron las cosas porque yo ya tenía la sensación de estar metido en algo que no iba por el camino que había imaginado. Pero era solo una sensación. No sabía cómo explicar lo que me pasaba y así no podía hablar con los comandantes. Con ellos había que tener razones de peso, argumentos, y no los tenía. Era como si ellos fueran por una ruta y yo por otra. Fue difícil reconocerlo, implicaba aceptar la derrota, después de haber apostado todo. Dejé empezada la universidad, abandoné la familia, una novia…, ¿te acuerdas de Lina?…, y todo para nada. Para sentirme vigilado todo el tiempo, sin un peso en el bolsillo y sin saber cómo salir vivo. Estuve a punto de desertar. Y me pasó el accidente. Me costó este pie que me hace cojear a veces, pero no la vida. Siquiera, porque al poco tiempo el comandante del frente nuestro tuvo que entregarse a las autodefensas. Lo tuvieron preso varios meses dudando si lo mataban o no, y al final no se la perdonaron.

      —Hasta ahí llegó tu lucha revolucionaria.

      —Iba a terminar de todos modos. Un año se demoró el pie para sanar. Qué pesadilla. Yeso, operación, muletas, tornillos, que ponerlos, que volverlos a sacar. Y nunca nadie del movimiento preguntó por mí ni se interesó en saber cómo estaba. Los únicos que estuvieron ahí para ayudar fueron mamá y papá. Con eso tuve para olvidarme. El viejo serio, refunfuñando, pero contento por tenerme de nuevo en la casa.

      —Claro, como ya me había echado a mí, perder dos hijos era demasiado. Llegaste, te cuidaron y te premiaron con el trabajo en el almacén.

      —¡Valiente trabajo! ¡Todos los problemas que tuve con Rubén! Que porque siempre me hacía de parte de los trabajadores. Cómo fue de mal administrador. Un día le estaba organizando un paro.

      —¿Qué te dijo papá cuando llegaste?

      —“A mí no me cuente que no quiero saber”. Así dijo. Y mamá lo mismo. “Eso es mejor olvidarlo, hacer de cuenta que no pasó”, decía ella.

      —Has sido de buenas.

      —Sí, siquiera… Lo más difícil fue la actitud de Tica. Nos distanciamos. Es rencorosa, le cuesta perdonar.

      —Vio sufrir demasiado a papá. Se adoraban.

      Luego de un silencio y una mirada al interior del vagón y los otros pasajeros, Julián vuelve al tema de la situación en el barrio.

      —El control no se ha recuperado del todo. Hay bandos que llevan mucho rato peleando y resisten. Te aseguro que eso nunca se acabará. Salen unos y entran otros, se generan nuevos grupos.

      —Pero el Ejército es el Ejército. Los irregulares no pueden contra sus armas.

      —Las armas no solucionan tanta inequidad, necesidades y crueldad. También el Ejército y la Policía abusan. Ahora es que se están conociendo las violaciones de derechos humanos. Ya salió la primera condena a la nación por la muerte de nueve personas. Había tres niños. Son unos ineptos. Lo malo es que trabajan de la mano con los paras.

      —Yo creo que las cosas cambiarán después de esa marcha. Por algo la hicieron. Si no, la gente vuelve a rebotarse.

      —Dudo que una multitud con pañuelos blancos tenga tanto efecto. Eso es en países civilizados. Este es salvaje. Yo antes me acostaba pensando que al otro día las cosas podían haber cambiado, que habían derrocado al presidente, que les habían quitado el poder a los militares, que los ricos dejaban de ser ricos y los pobres dejaban de ser pobres. Pero qué va. Matarnos y vivir maluco es lo que sabemos hacer. Siempre ha sido así. Si no, mira esto aquí. Combates en medio del asfalto.

      —Sí, es demasiado.

      —Yo creí en los ideales revolucionarios y no me arrepiento, uno necesita tener sueños cuando está joven y yo tenía derecho a los míos. También a equivocarme. Quién iba a imaginar la enrarecida que iba a pegarse esto con esa mezcla tan desastrosa de paras, narcos y guerrilla. Tuve que convencerme de que aquí es imposible y que esta mierda no hay que cambiarla sino ignorarla porque no tiene arreglo.

      —Te convendría más optimismo. Vas a tener un hijo. Ayer me dijiste que la paz aquí hay que verla como una victoria y no como una derrota. Tú sabes de eso.

      —Pero ya estoy viendo que son capaces de volver derrota una victoria… En fin, ya veremos cómo será para mi René. Espero que le toque algo mejor. Si no, allá te lo mando, prefiero que viva en otra parte.

      Por las ventanillas del vagón ellos ven pasar la ciudad, un sector, otro. A medida que avanzan, el paisaje urbano luce más desprovisto de árboles y jardines, más atiborrado de construcciones. Julián obliga a decidir.

      —Entonces, ¿nos arriesgamos y vamos por ese baúl ya? Tendríamos que bajarnos en la siguiente estación y cambiar de línea.

      —Pues… siempre y cuando no nos dejemos coger de la noche.

      —Sí, vamos. Por ahí derecho sabemos por qué Flor no contesta ese puto teléfono.

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