Tus grandes ojos oscuros. Lucía Victoria Torres

Tus grandes ojos oscuros - Lucía Victoria Torres


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      —Eso sí es bobada. ¡Seguir pegado de eso! No vale la pena. Suéltalo ya. Estás muy viejo para andar como un adolescente.

      —Creí que ya no me afectaría.

      —Más te vale saldar la deuda completa para que te sientas en paz. Hacer las paces siempre es conveniente. Lo supe cuando aclaré con mamá y papá por qué me les perdí sin avisarles. Por eso pude volver a vivir con ellos.

      —Lo tuyo les pareció menos grave, como una travesura de juventud que podían olvidar. A mí no podían admitirme. En el fondo consideraban vergonzoso que no me gustaran las mujeres.

      —Eso fue papá. De resto, ninguno se atrevió a decir nada. Nunca oí que comentaran, ni siquiera Rubén. Al contrario, él te defendía cuando en la gallada se atrevían a decir algo. Mientras que a mí me criticaron. Sobre todo Rubén y Tere que preguntaban que por qué volvían a recibirme después de todo el sufrimiento que había ocasionado.

      —Es que tú te largaste y a mí me echaron. Papá me ocasionaba un sufrimiento y a ustedes seguramente yo les inspiraba lástima. Conmigo solo podían sentirse solidarios. Así lo interpreto. En cambio tú quedaste como un desconsiderado e insensible. Un irresponsable. Lógico que estuvieran enojados contigo.

      —Puede ser. Sí. Fue una embarrada perderme así sin decir nada. Pero tenía mis motivos.

      —Te volviste un desaparecido y tú sabes lo que eso significa, sobre todo en un país tan difícil. Yo hablaba con mamá por teléfono y le sentía la angustia. Ese año le cambió la voz. Cada día la oía cavilar en todas las posibilidades. Cuando emigré, me decía que no la llamara tanto porque me salía muy caro. Pero me daba pesar por lo que sufriría con dos hijos perdidos.

      —Sentir pesar por los papás es una trampa. Cae uno en hacer sacrificios por ellos, así como ellos dicen que los han hecho por uno, aparte de haberle dado la vida. Y uno sin haber pedido nada.

      —El amor tiene una dosis de sacrificio. Es su naturaleza. No hables que vas a ser papá y tendrás otra perspectiva.

      —Seguramente caeré en lo mismo y me volveré un papá convencional. Yo que pensaba cambiar el mundo.

      —Ya que decidiste tener una familia haz lo posible porque sea diferente. Ahí puede estar el cambio, a menor escala, claro, pero válido.

      —Y tú esfuérzate por ponerte en paz con papá, a ver si puedes vivir tranquilo el resto de tu vida.

      —Me mortifica más haber faltado al entierro de Luciano. Me di cuenta hoy, lo sentí en el cementerio. Es que solo era tomar un avión y en cuestión de horas estaba aquí. ¿A ti no te pesa?

      —¿Pesarme? –Julián hace una mueca de fastidio y regresa al periódico–. Yo nunca he tenido remordimientos por eso –dice malgeniado. Pasa con afán las hojas del diario. No lee–. Hice lo que había que hacer, dos días llevaba salir de donde estaba, primero caminé y caminé, luego monté en bestia, después en chalupa y en bus, hasta que pude coger una avioneta, pero ya había pasado todo y Teresa me dijo que no convenía que me apareciera, que no me dejara ver, ¿qué culpa iba a tener?

      —¿Tere hizo eso? Yo no me acuerdo.

      —Porque no viniste, porque no fuiste capaz de montarte en ese avión como decías. En cambio yo sí hice el viaje. Apenas llegué al aeropuerto llamé a la Tere y me salió con que sería otra emoción muy fuerte, que no era el momento y que ella me avisaba cuando fuera prudente. No había casa además y ella no podía recibirme en la suya, menos Brenda y mucho menos Rubén. Tica, papá y mamá estaban repartidos. Mi aparición en vez de ser un alivio hubiera sido un problema más, así me dijo. Y me tocó devolverme.

      —A nosotros solo nos contó que tenía noticias tuyas. Por lo menos eso le entendí.

      —Se comprometió a avisarme cuándo podía venir. Yo le di los datos para que me ubicara y me dejó esperando el aviso. Tuve que quedarme en ese monte queriendo estar acá. Por eso no cargo remordimientos. Pero me atormenté mucho imaginando cómo había sido todo, pensando en Tica en el hospital quemada, con Iris. Imaginando a papá y a mamá en el apartamento en medio del incendio, a Luciano y su perrita muertos. Fue terrible. Unos días muy difíciles. Sabía que Tica estaba sentida conmigo por no haberle contado que me iría y haberla sometido a meses y meses sin saber dónde estaba, si estaba vivo o muerto. Nosotros nos confiábamos todo. Pero la dejé con la incertidumbre. Por eso le he venido facilitando las cosas. Me he encargado de mamá para que no la joda tanto y pueda hacer su vida. ¿Entiendes?

      —Claro, claro, entiendo… Ya que lo mencionas, no entiendo la obsesión de mamá con Tica. Preocupada por su futuro a estas alturas cuando la olvidó en Campoalegre. ¿Te acuerdas cómo le rogábamos que mandara por la niña? Nosotros vamos por ella, le dije un día. Pero no hizo caso.

      —No ha querido leer la historia que escribió. Pero le mandó una carta. Yo le ayudé a enviarla por el correo electrónico. –Julián estira las piernas, se mira los zapatos y se levanta del puesto del lustrabotas–. Ha rendido el día.

      —Aún nos quedan cosas por hacer. –José Luis también abandona el asiento.

      —Aquí dice que eso sigue militarizado allá. –Julián lee mientras camina–. Se creó un comando, un puesto de Policía. Oí los nombrecitos que los generales les ponen a sus batallas: Invierno, Verano, Lejanías, Ébano, Gorrión, Futuro, Coronel, Fortuna, Hoguera, Urano, Cóndor. Mira estos gráficos, son los últimos reportes de las operaciones en la comuna.

      Los gráficos sintetizan las diez intervenciones del Ejército, seis de ellas en el barrio de Margó, el más perjudicado. En febrero, en abril, en mayo, en junio, en agosto, en octubre, en noviembre. Dice que la de mayo, sangrienta, costó la destitución a su comandante ya que para entonces se reportaban quinientos muertos en total, y que la que acaba de pasar ha sido la peor porque mil uniformados de todas las fuerzas, apoyados con mercenarios de las autodefensas, embistieron seis barrios, ocasionaron un fuego cruzado que mató un número incierto de habitantes e hirió a cientos, y como solo pudieron dar de baja a cinco guerrilleros, y en cambio perdieron a seis tenientes, apresaron doscientos civiles, todos sospechosos, según dicen. Las cifras están en el periódico. Cifras rotundas, para evaluar la magnitud de los hechos, convencerse de su gravedad, aproximarse a la realidad de un barrio que José Luis habitó y ha tenido a miles de kilómetros de distancia por décadas. Los desplazados de la violencia rural que emigraron hace más de medio siglo a la urbe ahora tienen que pasarse de un barrio a otro dentro de la misma ciudad. De esa manera esquivan las ráfagas de las armas de largo alcance de los diversos bandos, la lluvia de proyectiles de los helicópteros artillados, la llegada de la guerra ancestral del campo a la cabecera de una ciudad de renombre. Es un desplazamiento intraurbano, dicen los académicos que categorizan y nombran a su manera los fenómenos sociales. Y el mismo ocurre a pocos minutos de donde ellos se encuentran. Mientras caminan hacia la parada principal del metro comentan los sucesos.

      —Los escuadrones de soldados y de policías se metieron en secreto. A los tres meses tuvieron que reconocer que estaban ahí, cuando fue atacado el vehículo donde el alcalde iba a inspeccionar la zona porque los asesores dizque le recomendaron dar la cara a los millones de ciudadanos bajo su responsabilidad. Bobos. No se han dado cuenta de que así sean Gobierno, ese es un mundo aparte, justamente porque está atrapado en el desgobierno.

      A la entrada de la estación, Julián arroja el periódico en una papelera. Ya es basura, aunque no ha sido basura lo leído. Los dos pasan los torniquetes con la tarjeta de Julián. Sin afanarse, alcanzan el tren que sale y a esa hora tiene asientos vacíos.

      —Claro que si el Gobierno tomó el control habrá menos peligro.

      Al oír a su hermano, Julián, que es más joven, lo mira como un padre que se conmueve ante la inocencia del hijo.

      —Hombre, cómo se nota que no vives aquí.

      —Lo que recuerdo de ese barrio y sus alrededores es que todos los días la gente salía a trabajar cuando apenas estaba amaneciendo. Como mi papá, como mi madrina. Ella no tenía obligación pero estaba esclavizada


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