Tus grandes ojos oscuros. Lucía Victoria Torres
con otra aquí a la que le faltan tantas, y tengo que vender esas casas, si es que algún día puedo con lo desvalorizadas que han quedado con semejante guerra que nunca se acabará, porque te acordarás de mí, Elvira, eso allá no tiene remedio mientras siga existiendo toda esta injusticia, corrupción y pobreza…, y vámonos que estamos estorbando a los peatones.
3
—¿Será peligroso ir?
—Vivir es peligroso. Y al final termina uno muriéndose de todos modos.
José Luis queda atónito con la respuesta de Julián. Se fija en cómo va la embetunada de su calzado. Ve que el hombre aplica la grasa sobre la piel del segundo botín.
Se antojaron de hacerse limpiar los zapatos al ver los puestos callejeros de lustrabotas en el pasaje peatonal adoquinado. Venían del restaurante donde con Margó, Elvira y Violeta, y una comida típica, sellaron la jornada de instalación de la tía en el asilo.
Por la mañana, cuando salieron de la casa, aún no habían llevado el periódico al apartamento. Julián lo vio en el casillero de la portería del edificio, lo tomó y lo puso en la mochila arahuaca que cada mañana se tercia al hombro. Se acuerda de que lo tiene, lo saca. Empieza a leer los informes sobre la situación en la comuna.
—Qué tal si vamos por ese baúl. Por ahí derecho buscamos una cortina –propone José Luis.
Al oírlo, su hermano deja pendiendo de un hilo la lectura.
—Hablar con Flor es más importante que un cajón viejo y un trapo –contesta sin voltear a mirar. Otra respuesta contundente que hace callar.
En realidad la cortina dejó de ser indispensable cuando Elvira evalúo la colcha en la ventana y dijo: “No se ve mal”. Entonces Margó contempló las flores del estampado y palpando los flecos por la parte inferior dijo: “En New Jersey me tocó hacer lo mismo cuando llegué y todo el mundo me admiraba las telas que ponía para tapar las ventanas”. Violeta, interesada en que el asunto concluyera y le dejara más tiempo para rebuscarse mejor el libro y los bizcochitos que deseaba llevarle a Eva, concluyó: “Si a usted le gusta, tía, no se diga más. Por ahora esa será la cortina de esta habitación. Es bobada que se ponga a comprar una nueva sabiendo que de su casa le van a sobrar. Ya las recuperará”. Así, la cortina pasó a ser lo de menos y cobró importancia el baúl, asunto imposible de resolver de forma tan práctica. Durante años Margó lo ha tenido relegado a la indiferencia, pero saberlo distante le genera inquietud. Al salir del apartamento de Elvira con el exiguo trasteo hacia el asilo, volvió a lamentarse por ese bendito cajón de madera que guarda lo desconocido, pues solo ella, si acaso lo recuerda, sabe lo que contiene. Al menos así lo cree. Culpó a Flor de no haberlo podido llevar consigo. Al fin y al cabo más resistente y sin más uso conocido que estorbar en el remate del corredor principal, a la empleada le pareció natural ponerle encima y alrededor las cajas de cartón en las cuales iba quedando empacada la casa. Lo dejó ahogado, atrapado, invisible, imposible de sacar en semejante apuro. “Deme tiempo, doña Margó”, rogó. Pero ni modo con una salida tan brava como la que tuvo que enfrentar.
José Luis se fija en los zapatos del lustrabotas, impecables, dignos de su oficio; de lo brillantes, parecen emitir destellos con el sol de las tres de la tarde que les cae encima. Parecido a las losas de mármol negro vistas esa mañana en la visita al cementerio. Su mente liga la imagen de ahora con la de entonces, la situación del cementerio con la que se plantea. Le cambia la perspectiva.
—La cortina, el baúl, si fueran lo trascendental. Es cierto, uno se muere y qué, todo se pierde. Mi madrina debería olvidarse de las cosas que se quedaron. Agradecer que pudo salir de allá. E ilesa.
—Agradecer, no sé. Pero tiene que recuperar esas putas casas. ¿Las va a dejar perder? De qué va a vivir. Si tuviera la propiedad de Estados Unidos creo que no dudaría en montarse en un avión e irse para allá, y más teniéndote cerca. Pero como Ken resultó mezquino.
—Sobre eso prefiero pensar que ocurrió algo que tal vez ni sabremos –contesta José Luis sin dejar de fijarse en el trabajo del lustrabotas.
—Y hay que sacar a Flor de allá.
—¿Le pasaría algo?
—Ojalá que no, pero todo puede esperarse en ese barrio. Lo que se vive allá es un infierno.
—O sea, hay que hacer la vuelta ya.
Julián abandona la página del diario para ver la cara de quien habla tan decidido, pero se topa con las infaltables, pequeñas y oscurísimas gafas de sol de José Luis que impiden verle los ojos. Regresa a su periódico proponiendo ir el sábado.
—Ya me comprometí con Tica para el día de campo –responde José Luis–. Vamos mañana.
—No puedo faltar más al trabajo. Hoy me declaré en calamidad doméstica, ayer tuve compensatorio y necesito una tarde para acompañar a Lorena a la ecografía.
—Pero si tú eres tu patrón. Que se encargue el socio.
—¡Valiente socio! Ya descubrí que hace negocios por su cuenta dentro del mismo negocio.
—Confróntalo.
—Se mantiene armado y es explosivo. Estoy pensando cerrar. No tiene sentido haber terminado una carrera con tanto esfuerzo para perseguir maridos infieles. El trabajo en la Fiscalía puede ser más gratificante. Y es más estable un empleo con el Estado.
—¡Otra vez en conflicto con el trabajo! Parece que no aprendiste de la experiencia en el almacén.
—Donde no quería trabajar y menos con Rubén de jefe, pero como mamá insistió…
—Agradécele. Tuviste lo que necesitabas para volver a la universidad.
—Por lo mismo, porque terminé la universidad, puedo aspirar a algo mejor que resolver casos de mujeres celosas. Qué güevonada. Les hemos hecho promoción a otros servicios pero es lo que más sale. Y ese no era el perfil que pensé para la agencia.
—Trabajo es trabajo.
—No, pero qué clientes más difíciles. Si el marido resulta bisexual, les cuesta aceptarlo, aun viendo las fotos. Para ellas sería preferible que hubiera otra mujer. Y eso afecta el pago.
—¿No haces un contrato antes?
—De nada sirve cuando no les da la gana de pagar. El otro día una señora me exigió devolverle el anticipo. Que el caso no estaba bien investigado, dijo, y que las fotos eran un montaje. ¡Atrevida! Por eso voy a aplicar a la Fiscalía. Y si paso, cierro eso.
—Piénsalo. ¿Lorena no podría administrar el negocio? Dices que es la mejor investigadora.
—Quiere cuidar el bebé en casa. Estoy de acuerdo y ya le dije que la mantengo. Por eso también debo volverme asalariado. No tengo capital.
—Algo te quedará si liquidan la agencia.
—Deudas y la cartera por cobrar… Lorena es lo mejor que me queda. –Julián descarga el periódico en las rodillas y voltea a ver a su hermano–. Tremenda investigadora. Solo tenía un curso en la Policía y otro en la Fiscalía. Cuando Pancho me la presentó y la entrevisté me pareció poco formada, demasiado joven e inexperta… Pero bueno, estábamos con lo del barrio. ¿Vamos el domingo?
—¿Víspera de viaje? Preferiría pasar el último día en casa con mamá. Se va a sentir muy sola sin mi madrina y sin ti. Además tengo que acabar de organizarles la ida en primavera.
—A veces dudo de que mamá haga ese viaje.
—Si es acompañada, sí va.
—Se hubieran ido desde ya contigo. Margó se habría ahorrado el asilo estos meses, ahora que le obliga economizar.
—El invierno no les conviene. Son ancianas.
—Lo serán más cada día. A su edad, un mes envejece… Entonces, ¿cuándo vamos?
—¿Le