Pinceladas del amor divino. Erna Alvarado Poblete

Pinceladas del amor divino - Erna Alvarado Poblete


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que ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡cuánto más habrá de vestirlos a ustedes” (Luc. 12:27, 28).

      Hace tiempo, un viaje por carretera me llevó al corazón de uno de los desiertos más inhóspitos del planeta. Por primera vez pude ver el sol caer a plomo sobre la tierra agrietada. Cuando una florecita logra vencer esa adversidad y brotar, es un acontecimiento asombroso.

      Las plantas del desierto son ingeniosas. Durante las horas de calor cierran sus hojas y se inclinan a tierra; cuando atardece y la temperatura baja, abren sus hojas y miran al cielo para recibir el rocío y almacenar agua para la jornada que vendrá. Por las noches, el frío es tan intenso, que no parecen dar señales de vida. Sin embargo, al amanecer continúan fieles a su misión: florecer. ¡Cuán grande es el amor de Dios por sus criaturas! Si él cuida de las flores, cuidará también de ti.

      ¡Hay tantas mujeres semejantes a las flores del desierto, rodeadas de con­diciones adversas! Nacen y viven en situaciones de abandono; inmersas en relaciones áridas incluso con las personas que deberían amarlas. Algunas son despre­ciadas por su origen. Las circunstancias parecen no darles tregua. Los días son largos y las oportunidades cortas. Viven en un desierto. ¿Qué hacer para sobrevivir? ¿Cómo enfrentar el día a día ahogadas en llanto, sin un “pa­ñuelo” que lo enjugue? ¿Cómo encontrarle sentido a la vida? Saber que Dios está cerca es el único consuelo.

      “El Señor está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho peda­zos y han perdido la esperanza” (Sal. 34:18). Esta es una “oferta” de vida que podemos aceptar, con la seguridad de que nunca fallará. En el desierto hay vida a pesar de las circunstancias; en tu “desierto”, también hay vida. Tu entorno parece imposible de cambiar, pero sí puede cambiar tu forma de entenderlo.

       Las tribulaciones son permitidas por Dios para algún propósito.

       El que comenzó en ti la buena obra, la concluirá (ver Fil. 1:6).

       Aprovecha tu “libertad interior” para tomar decisiones correctas.

       Haz que tu sufrimiento valga la pena.

      “Yo, el Señor tu Dios, te he tomado de la mano; yo te he dicho: “No ten­gas miedo, yo te ayudo”” (Isa. 41:13).

      ¿Sexy o femenina?

      “Los encantos son una mentira, la belleza no es más que ilusión, pero la mujer que honra al Señor es digna de alabanza. ¡Alábenla ante todo el pueblo! ¡Denle crédito por todo lo que ha hecho!” (Prov. 31:30, 31).

      Mientras esperaba en una tienda, me topé con el título de un li­bro que llamó mi atención: Cómo ser una mujer sexy. Me adentré un tanto en la lectura: “La mujer sexy es aquella con originalidad erótica, que explota sus puntos físicos fuertes e invita al ‘amor’ con sutileza femeni­na”. Entonces, la mujer sexy es la que anda por doquier invitando al “amor erótico” usando sus atributos físicos. El autor me quedó debiendo mucho.

      ¿Y lo demás? La inteligencia, la delicadeza, el discernimiento, la ternura, los valores, el cuidado personal, la discreción…, ¿dónde dejamos todo eso? ¿Acaso no está en el rango de lo femenino? O, yéndonos al otro extremo, ¿será que la mujer femenina no debe preocuparse por el peinado, el vestido, el calzado, el cabello ni los perfumes? ¿Dónde está el equilibrio?

      Somos poseedoras de lo femenino por creación, como un don de Dios. Lo femenino es lo que nos hace diferentes, nos da identidad; debemos apreciar­lo y resaltarlo en nuestra personalidad. Eso incluye el cuidado del cuerpo, de las emociones y del intelecto. Creer que solo la exaltación de los rasgos físi­cos nos da valor nos convierte en mujeres banales y superfluas, y a la larga nos dejará un gran vacío.

      Ser mujer es un arte que todas podemos cultivar, y un don que debemos desarrollar con responsabilidad. Hemos sido equipadas por Dios para eso. Somos poseedoras de una naturaleza exquisita, de habilidades sociales, es­pirituales y emocionales muy interesantes; si las ejercemos con prudencia y humildad, seremos tratadas con respeto y recibiremos la bendición de Dios.

      Comprometámonos ante Dios y con las siguientes generaciones a mode­lar con dignidad lo que es ser mujer. Hoy, cuando lo femenino es despreciado por muchas y distorsionado por otras tantas, nosotras, las mujeres cristianas, somos instrumentos de Dios para rescatar la verdadera femineidad.

      Antes de iniciar las actividades de este día, mírate en el espejo. Péinate con gracia, vístete con sentido común, resalta la belleza de tu figura cuidando lo que comes pero, por sobre todas las cosas, mírate como una hija de Dios y alá­balo por la forma como te hizo. Que tu reflexión sea: “Me observo animada ante un espejo, que me ilumina con un hermoso reflejo. Veo salir de mi alma brotes de amor, semillas sembradas por el Señor” (Consuelo Sánchez).

      Tienes poder cuando eres tú

      “Pido al Padre que de su gloriosa riqueza les dé a ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas” (Efe. 3:16, 17).

      Por todos lados escucho hablar del poder de la mujer. Las mujeres están “empujando” para entrar al mundo de los negocios, la política y muchos otros ámbitos que algunas décadas atrás eran exclusivos de los varones. Buscan sentirse poderosas, y me pregunto si también debemos buscarlo nosotras, quienes no aparecemos en las portadas de las revistas, las que simplemente somos “mujeres”.

      ¿Es legítima la búsqueda de poder? ¿Necesitamos poder para criar hijos, para consolar a los tristes, para llevar la administración del hogar? Por supues­to que sí, pero este es un poder superior al que emana de nuestras capacida­des y facultades propias. La mujer “poderosa” es la que abreva cada día en la fuente de poder que es Cristo Jesús; es entonces, y solo entonces, cuando se sentirá capaz de hacer frente a los desafíos de vivir. Dotada por Dios con ha­bilidades especiales, la mujer poderosa trabaja con sus recursos sin intentar parecerse a nadie. Esta singularidad la llevará a descubrir y cumplir su misión, a su manera y a su tiempo.

      El poder personal para impactar a los que nos observan está cimentado en una entrega incondicional a Dios y en la voluntad de ser lo que somos, aceptan­do, en primer lugar, nuestra condición de mujer y, en segundo lugar, la in­dividualidad que nos hace fuertes donde otras son débiles y viceversa. Esto genera un espíritu de humildad y solidaridad. Poseedoras de creatividad, emo­ciones, espiritualidad, entereza y una disponibilidad natural para “estar con el otro”, tenemos un vasto territorio que explorar y conquistar para la honra de Dios.

      Renunciar a la competitividad entre nosotras y a la lucha de poder con los varones, así como tener una humilde sumisión a la voluntad de Dios, son el A, B, C de la mujer poderosa.

      A = ama lo que eres.

      B = baja la guardia, no pelees con los varones.

      C = camina con Dios cada día.

      Amiga, descúbrete con la ayuda de Dios. Suplica por misericordia y gracia. Este es el camino que te llevará al encuentro del bien y la verdad, que te da­rá poder para testificar de las maravillas y la grandeza de Dios.

      Los tres poderes de la mujer cristiana

      “Ama a la sabiduría, no la abandones y ella te dará su protección” (Prov. 4:6).

      Ayer hablamos de la búsqueda del “poder femenino”. En realidad, no podemos estar ajenas a este movimiento social; porque vivimos en sociedad y porque la mujer es un agente de cambio en todos los campos de su desempeño, sea madre, esposa, abuela, soltera o casada. Pero, no nos confundamos, el hecho de que una mujer pueda pilotear un avión, di­rigir una empresa o subirse a un ring


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