Pinceladas del amor divino. Erna Alvarado Poblete
abre ante nosotras una gama increíble de posibilidades. Somos creación de Dios, dotadas de inteligencia, voluntad y libertad, virtudes comunes en los hombres y las mujeres; sin embargo, el uso que hagamos de ellas determinará la clase de personas que seremos.
Las escalas que miden la inteligencia son muchas, como también lo son los expertos que se han dado a la tarea de clasificarla en categorías. Alguien dijo algo muy simple que viene al caso para esta reflexión: “La persona inteligente no es aquella que sabe mucho, sino aquella que sabe qué hacer con lo que sabe”. Es a esta clase de inteligencia a la que quiero hacer referencia, y que algunos llaman inteligencia emocional.
La inteligencia emocional nos lleva a ser asertivas para aprender y conservar en la memoria el conocimiento útil para vivir bien. Tiene que ver con el discernimiento, el desarrollo de autoconciencia, el control de las emociones y, por ende, el de la conducta. Es la clase de inteligencia a la que hace referencia el sabio cuando dice: “Sabiduría ante todo, ¡adquiere sabiduría! Sobre todo lo que posees, ¡adquiere inteligencia!” (Prov. 4:7, RVR 95). Equivale a tener una percepción adecuada de una misma, y una actitud de tolerancia y solidaridad hacia los demás.
Aun así, algo que parece tan simple no siempre lo es; a veces se torna complicado, sobre todo, en una sociedad donde tantas mujeres prefieren hacer lo que dice y hace la mayoría, sin filtrar la información que reciben. Las mujeres de Dios no son figuras decorativas como maniquíes en un escaparate; son “hacedoras” de vida.
Amiga, comienza tu día agradeciendo al Señor por la forma maravillosa como te creó; no permitas que tu condición de mujer te impida reconocer lo que realmente eres y puedes hacer para el fiel desempeño de tus tareas doquiera que estés.
21 de enero
¿Con voluntad o voluntariosa?
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas” (Jos. 1:9, RVR 95).
No es lo mismo una mujer con voluntad que una mujer voluntariosa. Tener voluntad es ser capaz de hacer lo contrario a nuestra tendencia inmediata, porque sabemos que es lo correcto. Es sinónimo de determinación para llevar a cabo aspiraciones y anhelos. Es poner a prueba nuestras capacidades para alcanzar un fin o un bien. En cambio, ser voluntariosa es encapricharse con hacer siempre la voluntad de una. La mujer voluntariosa hace gala de su testarudez; siempre quiere tener la razón en todo y, si no lo logra, se vuelve intolerante y rencillosa. La Biblia se refiere a las tales, así: “Gotera continua [son] las contiendas de la mujer” (Prov. 19:13, RVR 95).
He conocido a mujeres de ambos grupos y, para qué negarlo, algunas veces yo he sido voluntariosa. Si la mujer con voluntad se “empuja” a sí misma para el logro de sus objetivos, la voluntariosa “aplasta” a los demás hasta lograr lo que desea.
La voluntad como virtud ha llevado a muchas personas al logro de objetivos que, a la vista de todos, parecían inalcanzables. No se basa en la arrogancia; por el contrario, quien tiene voluntad reconoce sus limitaciones y sus habilidades y va hacia adelante sin falsas expectativas, como Adriana Macías.
Adriana Macías llegó a este mundo sin brazos. Muchos pensaron que eso era una desgracia; para ella, la vida fue un regalo que había que abrir poco a poco. Con gran voluntad, fe en Dios y confianza, se atrevió a soñar en grande y trabajó con entereza hasta hacer sus sueños realidad. Hoy es una reconocida escritora, abogada y conferencista. Sus pies son sus manos y no hay actividad que no pueda hacer.
Una mujer con voluntad:
Somete su voluntad a la voluntad de Dios.
Cuando inicia una tarea, la termina.
Asume riesgos sin ponerse en peligro.
Se atreve a ir a contracorriente para defender sus valores.
Toma decisiones en consulta con la Palabra de Dios.
Busca el sentido de su vida en el Creador.
Amiga, descúbrete y apréciate como Dios lo hace; desafiando el desánimo, atrévete a cumplir el plan de Dios para tu vida.
22 de enero
¿Libertad o libertinaje?
“Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud” (Gál. 5:1).
Desde el punto de vista bíblico, la libertad es un legado de Dios a sus criaturas. Fuimos hechos para ser libres, derecho al que renunciamos cuando el pecado nos hizo esclavos. La libertad implica elección, decisión y responsabilidad. Sin embargo, la libertad es entendida hoy como el derecho de toda persona a hacer lo que desee, como dueña de su vida que es. Esto no es bíblico. Este nuevo y extendido concepto de libertad implica decidir aunque no se esté dispuesto a hacerse cargo de las consecuencias. Lamentablemente, en una sociedad hedonista, la libertad se mira como sinónimo de excesos y búsqueda desenfrenada del placer inmediato. Esto, en realidad, es libertinaje.
Mucho se habla hoy de la “liberación femenina”, insinuando con ello que siempre hemos vivido en opresión, sin auténtica libertad. Esta forma de pensar puede resultar fascinante, si no tenemos cuidado. Por supuesto que, de acuerdo a la voluntad de Dios, debemos pensar, actuar y vivir en libertad. La felicidad de la vida se encuentra a través de la autodeterminación para ser lo que deseo ser. Pero la mujer libre no desestima lo masculino; al contrario, lo aprecia y lo necesita. Tampoco es libre al atribuirse los roles masculinos. La libertad se encuentra en la concordia, el respeto mutuo y el rescate de nuestra esencia personal. La libertad se origina en el ser interno, y permite obrar según la propia voluntad puesta en sujeción a la voluntad de Dios.
Dios te hizo libre y desea verte libre; pero con la verdadera libertad. Levanta la cabeza y sacúdete las cadenas del miedo. No permitas que un sentido infundado de incapacidad te gobierne. En la Escritura leemos: “Conocerán la ver dad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). Busca tu libertad en la verdad.
El desenfreno, los placeres ilícitos y el desprecio por las normas no te harán libre; solo lograrán encadenarte a la culpa, al desprecio por ti misma y a no comprender el significado de tu existencia. Confía en tu Creador y cumple sus propósitos en tu vida. Pregúntale en oración: ¿quién soy?, ¿a dónde voy? y ¿cuáles son los planes que tienes para mí? Es así como tu rumbo en la senda de la vida te llevará en libertad al cumplimiento de la promesa: “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha y te dice: ‘No temas, yo te ayudo’ ” (Isa. 41:13, RVR 95).
23 de enero
¿Quieres ser libre? Ámate
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Rom. 12:3, RVR 95).
Algunos piensan que amarse a uno mismo es de egoístas; otros aseguran que el amor a los demás es una extensión del amor que tengamos por nosotros mismos. Yo opto por citar a Jesús: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39). Puedo entender que el parámetro de comparación tiene que ver con el concepto que tengo de mí misma; es decir, podré amar a los demás cuando tenga aprecio y amor por mí.
Lo que falta definir con precisión es qué significa el amor propio, y cómo se sustenta y se manifiesta en la vida de las hijas de Dios. Quien desprecia algún aspecto de su vida será incapaz de apreciar y aceptar a los demás en su totalidad.
El amor a una misma implica un reconocimiento de las cualidades personales, de las fortalezas y debilidades, y una aceptación humilde de la disciplina de Dios y del consejo del otro hasta alcanzar la madurez. Recordemos que nuestro valor fue estimado en la cruz del Calvario. Si Dios te amó tanto, tú debes amarte también; lo contrario sería ingratitud.