México obeso. Antonio López Espinoza
hormonas relacionadas con el metabolismo; que existen cambios taxonómicos sustanciales en copias de genes clave implicados en el metabolismo de los hidratos de carbono a ácidos grasos de cadena corta, aumentos en los niveles de ácidos grasos de cadena corta y alteraciones en la regulación del metabolismo hepático de los lípidos y el colesterol. Según el estudio, este hallazgo tiene el potencial de entender cómo los antibióticos utilizados en la industria pecuaria pueden impactar en la obesidad infantil y en síndrome metabólico en adultos.
Cabe aclarar que no solo la industria pecuaria y sus antibióticos son los responsables del incremento en la obesidad mundial; paradójicamente también lo son las agroindustrias que producen alimentos para combatir el sobrepeso, tales como la producción de frutas y hortalizas. En este caso, la responsabilidad recae en el uso de agroquímicos empleados para fertilizar las plantas y para combatir a las plagas.
De acuerdo con Paula Baillie-Hamilton (2002), además de los factores fisiológicos y genéticos, la obesidad se ve afectada por factores ambientales que potencian la alteración de los procesos bioquímicos llevados a cabo por el cuerpo humano al momento de ingerir un alimento. En este sentido, los productos químicos orgánicos e inorgánicos sintéticos, cuyo uso ha crecido exponencialmente en muchas industrias, entre las que se encuentra la producción de vegetales, aunque pueden causar la pérdida de peso en el cuerpo humano en altos niveles de exposición de estos productos químicos, a concentraciones mucho más bajas es posible que se dañen muchos de los mecanismos naturales para el control de peso. De esta forma, dado que buena parte de las frutas y hortalizas que el hombre ingiere en la actualidad, contienen partículas de pesticidas, herbicidas y fungicidas utilizados por los productores, resulta factible que ello también esté impactando en el sobrepeso de los consumidores.
Finalmente, un aspecto más a resaltar es que la pandemia de la obesidad no solo tiene entre sus ganadores a la industria alimentaria, sino que existen otros actores que obtienen jugosos beneficios, sobre todo porque han sabido explotar los riesgos de salud que la obesidad genera, así como la convicción que cada vez se impone con mayor fuerza en todas las clases sociales, en el sentido de que lo esbelto es estético y da prestigio social.
En este sentido, tanto la industria farmacéutica, como la relacionada con la medicina estética y, por supuesto, la industria de la moda, se han visto sumamente beneficiadas. Según Daiana Martínez (2011), la lista Fortune 500 ubica a los laboratorios de medicamentos y cosméticos con mayores ganancias que la industria automotriz y del petróleo, además de que su rentabilidad se ha multiplicado en los últimos años hasta superar ocho veces el promedio de ganancias de las demás industrias. Cabe decir que 14 empresas transnacionales controlan el 80% de esta industria (Fortune, 2014).
La obesidad en México:
beneficios privados y costos públicos
Frecuentemente se señala que la comida mexicana tiene que ver mucho con los niveles de sobrepeso y obesidad que se viven en el país, principalmente cuando se habla de antojitos como tacos, pozole o tostadas. Si bien es cierto que el abuso en el consumo de estos platillos predispone al consumidor a desarrollar obesidad, la realidad es que no se puede acusar a los mismos del problema actual; de hecho, la tortilla apenas tiene 81 calorías y el pozole 220. Además, estos platillos son completos en cuanto a los nutrimentos que proveen; por ejemplo, el pozole contiene maíz, verduras y carne de cerdo, de manera que aporta proteínas, vitaminas, minerales, fibra e hidratos de carbono. Los tacos o los sopes, por su parte, combinan maíz con frijol y verduras, por lo que son capaces de proveer proteínas de alta calidad. En todo caso, lo que más impacto tiene en el peso de los consumidores es que en la actualidad la industrialización ha distorsionado lo tradicional, ya que se prefiere lo frito y empanizado en lugar de lo asado o a la plancha.
Un dato que corrobora que la cocina tradicional mexicana no puede ser acusada de ser promotora de obesidad, se encuentra en el hecho de que hasta 1988 la incidencia de sobrepeso en los adultos era de 25%, mientras que la obesidad solo implicaba a 9.5% de la población (Gutiérrez et al., 2012: 184). Para 1999 las condiciones ya habían cambiado drásticamente, pues 36% de los adultos tenían sobrepeso y 26% obesidad.
Por lo tanto, podemos señalar, con un alto porcentaje de certidumbre, que el tema de la obesidad se volvió un problema grave de salud pública en México a partir de la apertura económica y comercial que en el país se implementó desde 1983 y que se vio fortalecida en 1989 con la presidencia de Carlos Salinas de Gortari y en 1994 con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Tales decisiones de política comercial permitieron la llegada al país de múltiples alimentos industriales que anteriormente no eran consumidos en México, así como de empresas minoristas y cadenas de comida rápida.5
Hoy en día, el incremento en el consumo de carbohidratos refinados y azúcares ha impactado en el crecimiento extraordinario de las tasas de sobrepeso y la obesidad, que a la fecha afecta a 7 de cada 10 mexicanos. Ahora bien, como ya se mencionó antes, tal incremento conlleva una serie de trastornos de salud que impactan en la economía del país y en las finanzas del Estado. Al respecto, Ketevan Rtveladze et al. (2013: 1) señalan que en 2008 la pérdida de productividad debido a muertes tempranas por enfermedades derivadas de la obesidad fue de 25 mil 099 millones de pesos (mil 931 millones de dólares); 13.5% más que en el año 2000 en términos reales.
Igualmente, en ese año el costo directo del sector salud por la atención médica de las enfermedades atribuibles al sobrepeso y la obesidad (enfermedades cardiovasculares, cerebro-vasculares, hipertensión, algunos cánceres, atención de diabetes mellitus tipo 2) fue de 42 mil 246 millones de pesos, 61% más que en el año 2000 en términos reales, lo que representa 33.2% del gasto público federal en servicios de salud a la persona (Secretaría de Salud, 2010: 12).
Por lo tanto, si se suman ambos costos, lo que al país le representó la obesidad en 2008 ascendió a 67 mil 345 millones de pesos (valor presente), pero se estima que dicha cifra alcanzó 80 mil millones de pesos en 2012 (Rivera-Dommarco et al., 2013), y se estima que para 2017 se incrementará hasta 150 mil 860 millones de pesos (Secretaría de Salud, 2010: 12). Lo anterior significa que si no se toman las medidas pertinentes, en tan solo cinco años se habrá duplicado el costo económico del sobrepeso y la obesidad, convirtiéndose en un problema cada vez más grave para la economía del país.
Si dentro de los costos de producción de las empresas se incluyera el elevado gasto que representa la atención médica por la obesidad, así como la pérdida de productividad por las muertes asociadas a la misma, seguramente la producción de alimentos con alto contenido calórico no sería el negocio que hoy es. Sin embargo, al no suceder así, esto se convierte en un subsidio más que el Estado y la sociedad mexicana están haciendo a grandes empresas, la mayoría de ellas transnacionales, situación que de ninguna manera debería seguir ocurriendo.
El papel “regulador” del Estado en el combate a la obesidad
Cuando hablamos de problemas de salud pública, en particular de problemas relacionados con la alimentación (obesidad, desnutrición, hambre), no podemos ignorar la participación activa y pasiva del Estado. La función pasiva de este radica en el apoyo a la población por medio de programas dirigidos principalmente a los sectores vulnerables. Por su parte, la función activa se presenta porque al considerar el sector productivo y empresarial como una rama que va de la mano con los procesos gubernamentales, se permite el desarrollo de empresas mexicanas y la entrada de empresas extranjeras al territorio mexicano, que pueden impactar positiva o negativamente en estos fenómenos.
Desafortunadamente, el papel jugado por el Estado en el combate a la obesidad se ha concentrado en su función pasiva, mientras que la activa ha sido benéfica solo para unos cuantos actores, y altamente perjudicial para el resto de la sociedad. Barquera, Rivera y Gasca (2001) refieren que desde 1910 el Estado se encuentra en crisis frente a las problemáticas sociales, económicas, ambientales y políticas que sufre México. Desde los problemas agrarios y el interés del Estado por mantener su legitimidad dentro del territorio, se optó por desarrollar programas que subsanaran, por un lado, la transformación que se pensaba