México obeso. Antonio López Espinoza

México obeso - Antonio López Espinoza


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que era cercana a 2% anual (en el periodo 2000-2006), para ubicarse en un nivel inferior a 0.35% anual. Más de una tercera parte de los adolescentes del país presentan exceso de peso, lo que indica que más de 1 de cada 5 adolescentes tiene sobrepeso y 1 de cada 10 padece obesidad. En lo que respecta a los adolescentes, según datos de la Ensanut 2012, 35% de estos tienen sobrepeso u obesidad. Esto en el ámbito nacional representa alrededor de 6 millones 325 mil 131 individuos entre 12 y 19 años de edad (Gutiérrez et al., 2013).

      Con relación a la diferencia de sexo, la obesidad es más común entre la población con escasos recursos y nivel educativo bajo (Ford y Mokdad, 2008). En varios países de la OCDE, las mujeres con poca educación son entre 2 y 3 veces más propensas a tener sobrepeso que las mujeres más educadas; asimismo, los niños con al menos un padre obeso tienen entre 3 y 4 veces más probabilidades de ser también obesos. Está bien documentado que el sobrepeso o la obesidad en la infancia y la adolescencia aumentan el riesgo de tener sobrepeso u obesidad en la edad adulta (Franco, 2012). Si bien se puede decir que lo anterior es en parte genético, es cierto que los niños generalmente comparten dietas inadecuadas y formas de vida sedentaria con sus padres, un aspecto social relevante en la diseminación de la obesidad. En este sentido, todo ese escenario pone en peligro la sustentabilidad del sistema de salud, pues incrementa el riesgo de muerte y el desarrollo de otras enfermedades crónicas no transmisibles asociadas a la obesidad, como diabetes mellitus, enfermedad cardiovascular y cáncer.

      Las cifras mencionadas son, por lo tanto, reveladoras de condiciones culturales, sociales y económicas del país, y como política nacional se convierte en un reto para el sector salud de los últimos gobiernos federales. De ahí la variedad de propuestas de políticas públicas que van desde el incremento de impuestos a productos a partir de cierta cantidad de calorías y a controles de venta de productos llamados ”chatarra” en el sector educativo, todo con el propósito de promover estilos de vida saludables en la población y así revertir el entorno obesogénico.

      Existen claras diferencias entre los patrones dietéticos y el riesgo de padecer sobrepeso y obesidad en el país, ya sea en las distintas subpoblaciones, nivel socioeconómico, localidad rural o urbana o región (Rodríguez et al., 2011). Al utilizar la clasificación de la IOTF para definir sobrepeso y obesidad en los escolares, se observó que los estados de Oaxaca y Chiapas fueron los que tenían menor prevalencia de exceso de peso en niños (15.75%), en tanto que Baja California y Baja California Sur eran los que tenían las cifras más altas (41.7 y 45.5%, respectivamente). En el caso de los adolescentes y adultos, los estados del sur como Oaxaca y Guerrero fueron los que mostraron menor prevalencia de sobrepeso en comparación con los del norte, como Baja California Sur y Durango (OMS, 2014). Según Barrera-Cruz et al. (2013), el sector salud debe prestar mayor atención a las enfermedades crónicas relacionadas con la nutrición.

      Calidad de vida y la otra cara de la epidemiología

      Una idea basada en la epidemiología social que considere el análisis de la reproducción social en los distintos determinantes del proceso salud-enfermedad no es nueva (Parra, 1999). Las principales herramientas son los factores de riesgo y la causalidad con métodos cuantitativos y cualitativos, pero vistos desde una perspectiva epidemiológica crítica en donde la calidad de vida y la salud sean consideradas como objeto de transformación, un proceso complejo y dialéctico que encarna los procesos y relaciones histórico y sociales y culturales. La salud se desarrolla como proceso concatenado entre dimensiones espaciales de lo general, lo particular y lo singular (micro); no se pueden comprender, por ejemplo, los procesos alimenticios sin entender las fuerzas y las relaciones económicas del sistema y acumulación global, en donde existe un nivel determinante, un condicionante y un nivel individual.

      La calidad de vida de las personas esta marcada por sus hábitos alimentarios, al ser estos determinantes en sus posibilidades de defenderse del desarrollo de algunas patologías y de mantener un estado saludable. Por su parte, la práctica de hábitos alimentarios adecuados permite corregir ciertas disfunciones que pueden afectar la salud de las personas, entendiendo estas prácticas de hábitos como condicionantes que se producen colectivamente y en ese mismo proceso de producción se generan las relaciones sociales y de poder determinar la distribución del sistema de bienes de los que depende la reproducción social, enmarcado en la visión del concepto de calidad de vida.

      Un factor esencial para sostener niveles aceptables en la calidad de vida de la población es la combinación de hábitos alimentarios saludables con un estilo de vida idóneo. Se puede afirmar que la alimentación es el proceso de consumo que el ser humano realiza en toda la vida, mediante el cual no solo se alimenta, también se viste, traslada, compra y busca elementos que le generen placer, bienestar y felicidad; comprende todos aspectos vinculados con este proceso. En el caso del consumo de alimentos que selecciona, prepara y consume de manera voluntaria, son factores del contexto social, cultural y emocional los que influyen en la percepción de los mismos y en su selección, pero están estrechamente vinculados con el marco social y cultural de los diversos aspectos condicionantes del modo de vida.

      Adicionalmente, otro proceso que condiciona este modo de vida es el trabajo, ya que, por un lado, es un elemento que afecta considerablemente el patrón de vida y que tiene un impacto en la conformación del propio modo de vida, por lo que cuando adquiere facetas o formas destructivas suele provocar cambios negativos profundos en la salud, mientras que por otro lado, el mismo proceso de trabajo desencadena consecuencias protectoras importantes. En síntesis, los procesos de consumo y trabajo puede desencadenar eventos de dos tipos simultáneos y contradictorios de la vida social frente a la salud y la calidad de vida.

      Los modos de subsistir dependen de su movimiento histórico, viabilidad, avances y retrocesos que determinan el sistema de acumulación económica que se vaya imponiendo en una sociedad, aunque los integrantes de una clase social pueden generar un proceso de ruptura aprovechando el margen de autonomía relativa y los espacios y fisuras que deja siempre la estructura de poder.

      En el espacio individual y familiar, por ejemplo, existen personas concretas que construyen su vida, misma que con el tiempo organizan sus propios estilos de vida. En el marco de los modelos de vivir grupales, y los estilos de vida individuales que aquellos hacen posibles, se forjan formas de vivir, elementos y tendencias malsanas, así como procesos saludables y protectores; en otras palabras, se va generando un movimiento contradictorio de procesos destructivos y procesos protectores que, en última instancia, condicionan el desarrollo en los fenotipos y genotipos de las personas, sea de procesos favorables (fisiológicos, soportes y defensas físicos y psicológicos), o sea de alteraciones y trastornos (fisiopatológicos, vulnerabilidades y debilidad psicológica).

      Los procesos epidemiológicos activos se desarrollan en el seno de una formación social y son enmarcadas por las posibilidades reales de cada modo de vida y sus relaciones, pero se concretan en el movimiento concreto de un estilo de vida. A ese conjunto multidimensional y dialéctico de procesos que ocurren en varias dimensiones de la vida, concatenados con los modos de vida y calidad de vida relacionados, con las determinaciones y contradicciones estructurales más amplias, se le conoce como perfiles epidemiológicos.

      Durante la década de los noventa, según Mathias et al. (1997), varios estudios publicados han abordado la calidad de vida relacionada con la salud (CVRS) de los asuntos de los individuos obesos. La obesidad puede tener un efecto negativo en la CVRS debido a la disminución del bienestar psicológico, la integración social y la estigmatización, aunque es posible que las comorbilidades adicionales puedan desempeñar un papel en este proceso. Estudios han demostrado que la pérdida de peso puede mejorar el estado funcional, reducir el ausentismo laboral, disminuir el dolor corporal y la depresión, además de que puede conducir a una mayor interacción social (NIH, 1992). Muchos de los estudios publicados han utilizado medidas globales como el Sickness Impact Profile (SIP) (Bergner et al., 1993), la Escala de Calidad de Bienestar (QWB) (Kaplan, Bush y Berry, 1976), el Nottingham Health Profile (NHP) (Hunt et al., 1980) y la Escala para Evaluar Calidad de Vida (HRQOL) (Sullivan, Sullivan y Kral, 1987). Sin embargo, estas medidas son de carácter general y carecen de elementos para medir la obesidad de una manera más específica;


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