El poder de la integridad. Kelley Kosow

El poder de la integridad - Kelley Kosow


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siempre fue el número uno de su clase. A nadie le sorprendió que asistiera a una universidad de élite, trabajara en Wall Street y obtuviera un máster. Durante este periodo, se casó y tuvo una hija y un hijo.

      Eric ascendió rápidamente en las filas de la empresa de corretaje en la que trabajaba. Con el tiempo, creó su propia empresa y alcanzó niveles aún más elevados de éxito. Pero como estaba decidido a seguir incrementando sus resultados, trabajaba a todas horas. Viajaba a menudo y se perdía muchos de los partidos de fútbol de su hijo y de las exhibiciones de ballet de su hija. El tiempo pasó volando, y sus hijos ya iban al instituto. Pronto se marcharían para entrar en la universidad, y Eric había estado ausente durante la mayor parte de sus vidas. Cuando una empresa de mayor envergadura se ofreció a comprar la suya, decidió que había llegado el momento. Pero una de las condiciones de la venta era que se quedara y siguiera dirigiendo su empresa hasta que encontraran un reemplazo adecuado. La empresa le prometió a Eric que cuanto más tiempo se quedara, más opciones de compra de acciones le conferirían.

      Transcurrieron seis meses y luego un año. La nueva empresa estaba prosperando con la participación de Eric. Sin embargo, con cada día que pasaba, sus hijos estaban un día más cerca de marcharse a la universidad. Finalmente, su esposa le preguntó: «¿No vendiste tu empresa para poder pasar más tiempo en casa?». Eric le aseguró que la empresa lo necesitaba... y además estaban ganando mucho dinero, de manera que se quedó.

      Con el tiempo, se dio cuenta de que se había convertido en alguien «tan pobre que solo tenía dinero». Estaba en su derecho de jubilarse o crear un nuevo acuerdo cuando quisiera. Había adoptado el papel de víctima cuando en todo momento tenía el poder de hacer lo que considerara mejor para su familia. Finalmente, se decidió a tomar el control de su destino y se trasladó a un puesto de asesoramiento dentro de la empresa. De esta manera podía pasar más tiempo disfrutando con su familia. Cuando llegó el día de llevar a sus hijos a la universidad, se sintió satisfecho y sin motivos para arrepentirse. Al asumir la responsabilidad de sus acciones, se convirtió en el padre que aspiraba a ser.

      Adoptar el papel de víctima no fue lo único que afectó a la integridad de Eric, también la vulneró el hecho de estar en una posición en la que siempre deseaba más (prestigio, poder y ­dinero).

      Desear es el ladrón de integridad que más vigilo porque en cualquier momento en el que estoy en una posición de deseo puedo salirme de mi integridad. Especialmente cuando pienso en los hombres con los que he mantenido una relación (en cómo deseaba que cada uno de ellos fuera «el hombre de mi vida», deseaba que la relación funcionara, deseaba aferrarme y no dejarlos marchar, deseaba no hacerle daño a nadie), son incontables las ocasiones en las que he pisoteado mi verdad con el fin de alimentar la fantasía y convertir ese deseo en mi realidad.

      Desear surge del miedo a la escasez. Ya sea consciente o inconscientemente, creemos que nos falta algo, y pretendemos que el mundo exterior satisfaga esa carencia. Son nuestro miedo y nuestro sentido de la identidad, maltratado y disminuido, los que nos revelan que hay algo de lo que carecemos y que tenemos que conseguirlo. Ese deseo se convierte en desesperación, y es verdad lo que se suele decir: la gente desesperada hace cosas desesperadas. Ignora su verdad y todas las señales de advertencia. Se cree sus propias patrañas y se adentra en situaciones que, por lo general, sabe que no acabarán bien, pero no pueden evitarlo: lo deseaban a toda costa.

      Puede que desees que tu cuento de hadas termine como el mío, y por eso no haces caso de las señales que te advierten de que estás manteniendo una relación tóxica. Quizá desees tener un cuerpo «perfecto», y te matas de hambre y a hacer ejercicio, vomitas para purgarte o tienes algún otro hábito perjudicial para tu salud que crees que te hará resultar más atractiva. Quizá tu deseo sea lograr lo que crees que es «mejor» para tu ser querido, y te aferras a ese propósito, poniéndolo por encima de escuchar y respetar sus necesidades y lo que quiere hacer, con lo que al final terminas apartando de ti precisamente a quien querías tener más cerca.

      Desear algo no tiene nada de malo. Pero cuando nos obsesionamos por conseguir eso que deseamos, cueste lo que cueste, dejamos de lado la integridad.

      Desear amor, posesiones materiales, elogios o atención de los demás o la aprobación del mundo exterior viene de una sensación de deficiencia y desesperación. Si apreciáramos nuestra plenitud, aceptáramos nuestra integridad y tuviéramos conexión con nosotros mismos y con el universo, seríamos capaces de mantener la fe y confiar en que todo llega cuando tiene que ­llegar.

      Tras una ruptura muy dolorosa (pero poderosa), empecé a padecer de ciática. El malestar era tan insoportable que casi no podía mover la pierna derecha. Tenía que alzarla, literalmente, con las dos manos, para pasar por encima del cable de mi ordenador. Recostada en la camilla del terapeuta, me di cuenta de que cada vez que deseaba fuertemente algo, como en esa relación, ignoraba las señales de advertencia y seguía adelante. Comprendí que el universo estaba tratando de enseñarme una lección. Al no permitirme alzar físicamente la pierna, ya no podía pasar por encima de mi verdad para alcanzar lo que deseaba. Una vez recibido ese mensaje, el malestar de la pierna comenzó a desaparecer tras seis meses de dolor crónico.

      Desear que los demás cuiden de ti es una senda que te lleva de manera infalible al desempoderamiento y la desilusión. Nunca podrás sentirte verdaderamente seguro y a salvo si la fuente de tu felicidad está fuera de ti. Al hacer esto, renuncias a tu poder. Te vuelves dependiente de otros. Te conviertes en una persona dependiente: alguien que quiere e intenta desesperadamente que los demás satisfagan sus necesidades. En cualquier momento en que buscas que otros te den el visto bueno, su aprobación o su amor, estás alimentándote de ellos. Nos alimentamos de otros porque no nos damos el cariño que necesitamos. Hemos de aprender a cuidar de nosotros mismos.

      Y el problema de ser dependiente es que por cada dependiente, por cada individuo que busca renunciar a su poder, hay alguien dispuesto a fomentar esa sensación de indefensión.

      Aunque la integridad está en nuestro interior, y no es algo que los demás puedan darnos ni robarnos, puede llegar un momento en que deseemos que alguien se haga cargo de nosotros, que nos ayude, que nos salve o que se encargue de una parte de nuestra vida en la que no nos sentimos seguros o que no disfrutamos. De manera que este ladrón de integridad es como una señal de alarma: cuidado con quienes fomentan tu sensación de indefensión.

      Quienes fomentan nuestra indefensión son aquellos que quieren que creamos que los necesitamos, que nuestra vida no será la misma si no están, o que será mejor y más abundante con ellos. Dicen cosas como estas:

       «Nadie te amará nunca como yo».

       «Nadie te hará nunca el amor como yo».

       «¿Quién sino yo iba a estar siempre ahí cuando lo necesitas?».

       «Te enseñé todo lo que sabes».

       «Déjame que te lo haga yo que soy el único que sabe hacerlo».

       «Solo yo puedo conseguir que tu libro entre en la lista de bestseller de The New York Times o ayudarte a transformar ese proyecto en un éxito extraordinario».

      Su mensaje de «me necesitas para...» ser feliz, ser amado o tener éxito es lo que sacude los cimientos de nuestro ser y nos deja preguntándonos si podríamos hacerlo sin ellos. Invocan nuestra inseguridad y se aprovechan de la falta de confianza en nosotros mismos que sentimos. Agitan el señuelo de lo que más queremos delante de nosotros y hacen que nos cuestionemos si seríamos capaces de alcanzar nuestros objetivos y nuestro sueño sin ellos. ¡En resumen, se enganchan a nuestros miedos más profundos y fomentan la sensación de indefensión que sentimos en el fondo de nuestro ser! Incluso cuando suena la alarma dentro de nosotros y sentimos la necesidad imperiosa de salir corriendo, el niño asustado e inseguro que mora en nuestro interior, y que no cree que podemos hacerlo solos ni que el universo proveerá, se


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