El poder de la integridad. Kelley Kosow

El poder de la integridad - Kelley Kosow


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Nadie me querría si lo fuera. Había desconectado de todas esas partes de mí misma, que eran completamente humanas y naturales. En lugar de reconocerlas, seguía puliendo y perpetuando mi personalidad de niña buena, fuerte, independiente, controladora, perfeccionista y triunfadora.

      Quizá estés pensando por qué querría estar en contacto con mi debilidad, mi dependencia, mi egoísmo y mi estupidez, ¿qué hay de malo en desconectarse de esos rasgos?

      El problema es que cuando nos separamos de la totalidad de nuestro ser, nos quedamos paralizados, compensando exageradamente aquello de lo que creemos carecer, y nos convertimos en versiones extremas de ciertas características. Nos arriesgamos a convertirnos en caricaturas en lugar de seres humanos y completos. Puedes ver como esto sucede en toda la sociedad. Imagínate a quienes se vuelven adictos al trabajo. No tienen equilibrio. Les domina su necesidad de tener éxito y se han desconectado por completo de su capacidad para descansar o ser indolentes. En esta vida hay un momento para todo. Hay un momento para la debilidad, un momento para la pereza, un momento para la ira. Te enseñaré a acceder a la totalidad de tu ser y entender los regalos que cada parte puede aportar cuando se le permite emerger en el momento adecuado.

      Como era una perfeccionista y una triunfadora, me movía impulsada únicamente por mi cabeza y separada de mi corazón. Para mí las cosas debían tener sentido. Tenían que quedar bien en teoría o vistas desde fuera. Por eso podía ignorar todas las señales que percibía sobre mi marido. Nuestro matrimonio tenía sentido. En teoría debería haber funcionado. No importaba cómo se sentía mi corazón ante sus evidentes muestras de desconsideración y ante nuestras incompatibilidades y conflictos. Mi cabeza ganaba siempre.

      Cuando conocí el proceso de la sombra, comprendí lo mucho que había sacrificado por vivir desde la cabeza en lugar de desde el corazón. Me abrió los ojos a lo destructivo que es vivir completamente separado de partes esenciales de nosotros mismos y de nuestros sentimientos.

      Este proceso plantó la semilla de cómo sería vivir con integridad.

      Verás, la sombra representa las partes de nosotros que queremos rechazar. Temiendo que otros descubran que en nuestro núcleo poseemos cualidades «negativas», arrancamos esas partes y creamos fachadas y personalidades para demostrar que no somos aquello que no nos gusta. Esto nos impide vivir con integridad porque nos aleja de esa segunda definición que mencioné: ser un ser íntegro y sin divisiones. Aquí tienes algunos ejemplos de cómo esto puede manifestarse:

       Quien se siente sin valor trata siempre de complacer a los demás. Hace todo lo posible para demostrar al mundo y a sí mismo lo mucho que vale. Está completamente desconectado de sus propias necesidades, ya que debajo de su fachada no se siente lo suficientemente valioso para hacer algo para sí mismo.

       Quien siente que no merece ser amado o que hay algo malo en él porque sus padres lo abandonaron se vuelve encantador para asegurarse de ser aceptado y valorado por todos. Cuando trata de llenarse del amor y la aprobación de los demás, es como un barril sin fondo. Su creencia de no ser digno de amor le impide darse a sí mismo el amor que necesita.

       El hijo de emigrantes que pasaron de tener una buena condición social en su país de origen a ser pobres en el país de acogida está decidido no solo a encajar sino a mostrarle al mundo lo maravillosa que es su vida con signos externos de riqueza como casas grandes y coches deportivos elegantes. Todo su sentido de identidad se basa en lo que es externo, ya que no quiere volver a sentir nunca más la vergüenza de la necesidad.

       El niño al que se educa más como un «aprendiz» que como un niño. Tiene su lista de actividades, está sobrecargado de tareas y sufre la presión de sobresalir en todo. Lo que lo mueve es la necesidad de ser fuerte, independiente y especial. Exteriormente parece que lo tiene todo bajo control, pero por dentro sufre de ansiedad y ataques de pánico.

      Cuando nos sentimos incompletos y divididos, buscamos la aprobación fuera de nosotros mismos, pero cuando buscamos en el exterior lo que necesitamos, terminamos viviendo no en la integridad sino más bien fuera de ella. Hasta que afrontemos lo que consideramos inafrontable, esas partes de nosotros mismos que nos parecen deficientes serán las que nos dirigen. ¡La sombra tiene el control, aunque permanezca oculta!

      No solo repudiamos aquellas cualidades que consideramos inadecuadas o inaceptables. También rechazamos nuestra luz: todas esas magníficas cualidades que admiramos en otros, pero que no se nos ocurre que puedan encontrarse dentro de nosotros. Muchos estamos tan acostumbrados al incesante aluvión de crítica y desaprobación en nuestros cerebros, esa banda sonora continua de pensamientos negativos que oímos desde que abrimos los ojos hasta que los cerramos, que jamás se nos pasaría por la cabeza pensar que todo lo que buscamos con tanto ahínco se encuentra en nuestro interior. Parece imposible.

      A muchos nos cuesta más admitir el brillo, la belleza, la singularidad, la sensualidad, la grandeza total que poseemos que admitir nuestra oscuridad. Durante años nos hemos hablado de forma negativa, y nos hemos creído lo que decíamos. Es más difícil aceptar y abrazar lo positivo. Podemos ver un ejemplo de esto en la película Pretty Woman cuando el personaje de Richard Gere le dice al que interpreta Julia Roberts que ella podría ser más que una prostituta, con estas palabras: «Creo que eres una mujer muy brillante, muy especial». Y ella le responde: «Lo malo es más fácil de creer. ¿Te has dado cuenta?».

      Antes de pasar por el proceso de la sombra, estaba desconectada de muchos de mis rasgos positivos. Aunque había logrado mucho en la vida, nunca habría dicho que era brillante, sexi, creativa o que tenía éxito. De hecho, dada la forma en que me habían educado, de haber intentado aceptar esas partes de mí, me habrían acusado de soberbia y castigado. Aceptar mi luz en lugar de verla como algo de lo que avergonzarme me hizo alcanzar unos niveles superiores de confianza y conciencia. Solo entonces pude acceder al poder que había dentro de mí para dejar mi matrimonio.

      Ni que decir tiene que el proceso de la sombra y el trabajo de Debbie Ford me llevaron a descubrir una nueva vocación. Inmediatamente me apunté a un curso de formación y certificación como coach integrativa. Deseosa de compartir el regalo de liberación que había recibido, me sumergí de lleno en mi nueva vocación y me convertí en una de las coaches con más éxito de Debbie. Me invitó a unirme a su equipo. Al poco tiempo estaba dirigiendo entrenamientos y creando contenido para nuevos programas. A medida que el cáncer comenzaba a afectar a su cuerpo, y su energía disminuía, empezó a delegar cada vez más responsabilidad en mí. Pronto desarrollamos una amistad entrañable. De hecho, en diciembre de 2012, poco antes de que muriera, pasamos una semana juntas. Aunque a veces la veía muy debilitada, pensaba que era una buena señal que siguiera comprando zapatos caros. ¡Tenía decidido quedarse el tiempo suficiente para usarlos!

      Poco después de Año Nuevo la hospitalizaron. Y luego, pese a que regresó a su casa, todos, incluso ella, empezamos a pensar que no volvería a salir de la cama. En los momentos en los que se encontraba con fuerzas, llamaba a la gente que amaba. Sentí que necesitaba poner fin a su historia.

      Mi turno llegó el 9 de febrero de 2013, a las diez menos veinte de la noche. Estaba en la ciudad de Nueva York visitando a mi hija cuando «Debbie casa» brilló en la pantalla de mi móvil. Como sabía que estaba haciendo esas llamadas, y había perdido la oportunidad de hablar con ella cuando me llamó unos días antes, salí del ruidoso restaurante en el que me encontraba para buscar un lugar tranquilo desde el que poder mantener esa conversación tan importante.

      Sonreí tan pronto como respondí y oí la voz de Debbie. La noté bien, fuerte, con esa vitalidad tan suya. ¿Cómo podía estar muriéndose?

      Estaba ansiosa por charlar sobre mi viaje y mi hija. Me preguntó qué estábamos haciendo y si me gustaba el nuevo novio de mi hija, y luego añadió: «La próxima vez, quiero ir a conocerlo». Parte de mí creía que habría una próxima vez, pero la otra parte sabía que Debbie ya ni siquiera podía sentarse en la cama. En apariencia, era una conversación normal, como tantas otras. Sin embargo, por dentro, ansiaba que me dijera algo profundo..., algunos consejos sabios de una mentora a su alumna o alguna


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