El poder de la integridad. Kelley Kosow

El poder de la integridad - Kelley Kosow


Скачать книгу
de mi ser. Decidí dejarme llevar por el plan y por mis proyectos en lugar de ser sincera conmigo misma.

      ¿Alguna vez lo has hecho? ¿Te has dejado arrastrar por la ilusión de cómo podrían ser las cosas en lugar de enfrentarte a como son en realidad? ¿Has sofocado esa sensación de duda que te corroe para que todo siga según lo previsto? ¿Le has dado más peso a la opinión de los demás que a lo que tú necesitabas? ¿Te has dejado llevar por la cabeza en lugar de por el corazón?

      Yo siempre fui un poco perfeccionista; mi vida se desarrollaba de acuerdo con una larga lista de metas que tenía que alcanzar. Antes de comprometerme, me gradué en una universidad de la Liga Ivy (¡tachado!), asistí a la Facultad de Derecho (¡tachado!) y ya había desarrollado una buena carrera como abogada (¡tachado!). Los siguientes pasos en mi lista de la vida eran el matrimonio, los niños y esa fantasía de la casita con su porche y sus vallas blancas.

      A los pocos meses de declarar al universo que estaba preparada para casarme, conocí a mi futuro marido. Y él también estaba «preparado». Era quince años mayor que yo y había estado casado dos veces, pero no tenía hijos. Estaba listo para encontrar la mujer adecuada y formar una familia.

      Nos presentaron unos amigos comunes. Desde el momento en que lo conocí, me recordó a mi padre, que falleció cuando yo tenía veinticuatro años, solo tres años antes de que este hombre entrara en mi vida. Era inteligente, ingenioso y carismático. Era activo y emprendedor. Un hombre atento, divertido y responsable, al que siempre se le ocurrían grandes ideas o acciones. A nuestra primera cita le siguió una segunda, y a los pocos días empezamos a vernos todas las noches. Nos conocimos a finales de abril, a mediados de mayo me habló de casarnos y en septiembre me regaló un anillo de diamantes de cinco quilates. Fijamos la fecha de nuestra boda para el mayo siguiente.

      Una petición de matrimonio, un anillo y el sueño por excelencia de una joven, una boda (¡tres objetivos de mi lista tachados de golpe!). Tenía la impresión de que había logrado todo lo que me proponía. Esa ilusión no duró mucho. Con el tiempo, desperté del sueño.

      Cuando nos conocimos, yo tenía veintisiete años y él, cuarenta y dos. Aunque yo había empezado a desarrollar una carrera, él estaba mucho más establecido en nuestra comunidad, ya que llevaba dos décadas trabajando y viviendo en ella. Me dejé absorber por su mundo. Antes de que pudiera darme cuenta, estaba viviendo en su casa, relacionándome con sus amigos y siguiendo los planes y los horarios que él establecía para los dos. Me salí de mi vida y entré en la suya. Si él quería viajar, viajábamos. Si quería salir a tomar una copa antes de la cena, lo esperaba hasta que volviera a casa. Si quería jugar al tenis, jugábamos al tenis. Si quería invitar a una decena de amigos, yo dejaba lo que estaba haciendo para atenderlos.

      Como me gusta pasar tiempo a solas, recuerdo que me sentía como si viviera en Disneylandia; a cada minuto había un desfile o un evento que había que planear. Si decía algo sobre ese ajetreo, me reprendía por ser antisocial o me decía que lo hacía por mí, para que pudiera conocer mejor a las esposas de sus amigos. Tras cada enfrentamiento, me echaba atrás y aceptaba su plan. A veces me divertía; sin embargo, en lo más hondo de mí sabía que algo iba mal.

      Aunque yo podía concentrarme en la boda y guardar silencio sobre lo que no funcionaba en nuestra relación, mi madre no. Desde que conoció al hombre con el que pensaba casarme, sintió aversión y desconfianza hacia él. Le costaba aceptar nuestra diferencia de edad y que él, como ella decía, hubiera «fracasado dos veces» en el matrimonio. Yo iba a ser su tercera esposa. Por más que mi madre tratara de hacerme desistir, no le hacía caso. Se oponía tanto al matrimonio que ni siquiera asistió a mi despedida de soltera, se negó a ayudar a pagar la boda e incluso dejó de hablarme durante un tiempo. Como siempre fui una hija obediente, desafiar a mi madre y mantener la relación con mi prometido fue una de las decisiones más difíciles y de las luchas más duras de mi vida a nivel emocional. En la mañana de mi boda, ni siquiera estaba segura de si mi madre iba a asistir.

      Tenía razón al preocuparse. Durante nuestro compromiso, mi prometido y yo habíamos establecido una pauta tóxica. Cortamos varias veces, pero tras cada ruptura, me moría de miedo pensando que terminaría quedándome sola y dejando a un lado ese plan que había creado para mi vida, por lo que siempre terminaba volviendo con él. Me deshacía en disculpas, sin importar cuáles fueran las circunstancias ni quien creía que realmente llevara la razón. Le decía lo que pensaba que él quería oír y le mandaba mensajes larguísimos en los que le prometía que iba a cambiar y que «aquello» no volvería a suceder nunca. Me rebajaba a mendigar, y sin embargo, por extraño que parezca, cada vez que él accedía a «darme otra oportunidad», ¡me sentía como si fuera yo quien había ganado!

      A los pocos meses de prometernos, comenzamos a ver a un terapeuta. Y aunque soy totalmente partidaria de la terapia y las herramientas de aprendizaje que ayudan a la gente a comunicarse con su pareja, nunca llegamos a la parte de la comunicación. Nuestras sesiones eran como intervenciones quirúrgicas de emergencia para detener la hemorragia causada por cualquier explosión que se hubiera producido entre nosotros. Era como si estuviéramos intentando salvar nuestro matrimonio por el bien de nuestros hijos, ¡y eso que aún no estábamos casados ni teníamos hijos! Hubo muchas ocasiones en las que pude haberme enfrentado a la verdad y salir de lo que ya era una relación tóxica, pero seguí adelante.

      Si se supone que el comienzo de una relación es la fase de luna de miel, ¡estaba claro que teníamos un problema! Nos costó trabajo llegar a la semana de nuestra boda, pero lo cierto es que no podía echarme atrás, aunque mi madre apenas me dirigía la palabra. Estaba demasiado asustada para decirle a ella o a cualquier otra persona que por dentro me estaba muriendo, y ya sabía que estaba cometiendo un terrible error.

      De manera que esa mañana de mayo, me tapé la cara, en varios sentidos, con una toalla. Me escondía bajo esa toalla cuando mi prometido desaparecía y no había forma de dar con él. Me escondía bajo esa toalla cuando alguien llamaba a casa pero no dejaba ningún mensaje. Me escondía bajo esa toalla en lo referente al dinero. Me escondía bajo esa toalla cuando ignoraba lo que él llamaba sus «vicios» y todas esas promesas vacías de que las cosas iban a cambiar... mañana. Me escondía bajo esa toalla cuando se quedaba toda la noche despierto escribiendo correos electrónicos o hablando por teléfono con sus «socios comerciales». Esa toalla me tapaba los ojos en lo referente a lo que percibía como sus comportamientos, excusas, justificaciones y ­manipulaciones. Me esforzaba por descubrir «la verdad» pero había perdido de vista por completo mi propia verdad.

      ¡La magnitud de mi ceguera y mi falta de confianza en mí misma eran extraordinarias!

      En mi desesperación por convencerme de que había tomado la decisión correcta o de que, con el tiempo, alguien o algo arreglaría la situación, sacrifiqué lo que sabía en el fondo de mi ser (para ser sincera, lo importante no era cuál era la «verdad», si mi marido era como yo lo veía o no. En última instancia, su comportamiento no era lo que me hacía actuar en contra de mi integridad; ¡el verdadero problema era que yo había pasado por encima de mi verdad!).

      Ahora, casi veinte años después, y tras trabajar con miles de personas en mi carrera de coach integrativa, directora de talleres y profesora de crecimiento personal y maestría, sé que no soy la única persona que ha permitido que su apego a una lista de objetivos, el deseo de ser amada o el miedo al cambio la impulsaran a pasar por encima de su verdad. Piensa en las veces que te has permitido aceptar lo inaceptable. En las veces que has cedido, silenciado tu voz, entregado tu poder. Todos hemos tenido esta clase de comportamientos en nuestra vida, por muy diferentes que fueran nuestras experiencias. Yo lo llamo vivir en conflicto con lo que sabemos en nuestro interior.

      Finalmente, llega un momento en que decimos «¡basta!» cuando seguir engañándonos o vendiéndonos se vuelve excesivamente doloroso, cuando ya no nos conformamos con quedarnos estancados y denigrarnos a nosotros mismos, cuando ya no podemos soportar nuestra vieja forma de ser porque sabemos que estamos destinados a ser mucho más.

      Lo bueno de todo esto es que, si estás leyendo este libro, significa que estás preparado: preparado para convertirte en la mejor versión de ti ­mismo. ¿Cómo? Declarándole a tu ser y al universo que te mereces


Скачать книгу