El poder de la integridad. Kelley Kosow

El poder de la integridad - Kelley Kosow


Скачать книгу
para un equipo deportivo o no te invitaron a una fiesta, seguramente pensaste «tengo algo malo» o «no soy lo bastante bueno». Si abusaron sexualmente de ti o incluso si sufriste una enfermedad grave, es posible que llegaras a la conclusión de que «estoy mal» o «no tengo arreglo». Eso lo hacemos también ­cuando somos adultos. Si te divorcias a los cuarenta y tantos, podrías asumir automáticamente ideas como «ya no soy atractiva», «me quedaré sola para siempre» o «le he amargado la vida a mis hijos».

      Pero vuelve a leer todos esos pensamientos. Ninguno de ellos es la «verdad», ¿no te parece? Son interpretaciones creadas por tu máquina de generar significado. Y léelos otra vez. Hay algo que todos estos «significados» tienen en común. Son negativos. A menudo empiezan con «no soy...» y están imbuidos de fatalidad, tristeza y percepciones desfavorables sobre ti mismo y el mundo. La máquina de crear significados añade automáticamente una connotación negativa a todo lo que sucede, ¡incluso aunque un divorcio (como en mi caso) pueda ser lo mejor que te haya ocurrido nunca!

      Como tu máquina de generar significados afecta a tu percepción de la vida y de tu propio ser, y puede dirigir tus acciones, omisiones y opciones, probablemente vivirás con algunos compañeros permanentes. Los llamo ladrones de integridad. Los ladrones de integridad reducen tu sentido de identidad y erosionan tu confianza en ti. No son «malos» ni «inapropiados». No son algo de lo que haya que deshacerse, ya que forman parte de nuestra humanidad, y si eres humano no serás capaz de deshacerte de ellos. Pero lo importante es tomar conciencia de que existen y entender que cuando no los vigilas, los ladrones de integridad te impiden tomar las mejores decisiones y lanzarte a vivir la vida con la que sueñas.

      Cuando eres consciente de tus ladrones de integridad, puedes desposeerlos de su poder.

      Como seres humanos, nos aterra que las etiquetas negativas que nos hemos otorgado a nosotros mismos sean ciertas. Y así, surge la vergüenza. Es esa vergüenza de creer que no somos lo suficientemente buenos, fuertes, inteligentes o atractivos lo que nos paraliza. Una vergüenza que generalmente surge de algún acontecimiento de la niñez y que nos enseña a ocultar quiénes somos de verdad porque tememos ser esencialmente imperfectos. La vergüenza nos hace creer que no les gustaremos a los demás si llegan a saber cómo somos de verdad en el fondo de nuestro ser; es ella la que crea nuestra personalidad externa y nos roba la autenticidad.

      La vergüenza nos impide ver nuestra completitud e integridad. Creyendo que somos la vergüenza que sentimos, que estamos llenos de imperfecciones que hay que arreglar, que no se puede confiar en nosotros y que debemos ocultarnos, frenamos nuestros deseos y no nos esforzamos por lograr resultados extraordinarios. ¿Por qué? Porque no creemos que merezcamos nada extraordinario ni que podamos lograrlo. Por encima de todo, no queremos sentir el dolor de nuestra vergüenza si arriesgamos en algo y fallamos. El tictac de la bomba de tiempo de nuestra vergüenza suena amenazadoramente y nos mantiene estancados y tratando de pasar por la vida sin hacer mucho ruido. Nos deja paralizados, temiendo el rechazo, esperando otra decepción, ocultando quiénes somos y manteniéndonos lejos de alcanzar la vida que soñamos y que sabemos que estamos destinados a vivir. La vergüenza está en la esencia de todos los demás ladrones de integridad, especialmente el número dos, la sombra.

      Nuestra vergüenza da origen a nuestra sombra. Como expliqué en el capítulo uno, nuestra sombra comprende esas partes de nosotros mismos que nos avergüenzan tanto que las repudiamos. Nos juzgamos tan implacablemente que no podemos entender la posibilidad de que nuestra faceta de sombra o características indeseadas vivan dentro de nosotros. ¿Cómo podría ser débil, un cero a la izquierda como mi madre? ¿Infiel o mentiroso como mi ex? ¿O malo y maltratador como mi padre? Como nuestras cualidades negativas y características son tan desagradables o representan a alguien que nos hiere profundamente, las repudiamos y nos desprendemos de ellas. ¡Nos juramos que no somos ni seremos nunca así! Nuestra necesidad de enterrar estas partes de nosotros mismos, y negar su existencia, causa automáticamente estragos en nuestra integridad. No podemos ser íntegros y estar completos si hemos perdido el acceso a la totalidad de nuestros rasgos y emociones. No podemos vivir en nuestra verdad si nos ocultamos y les ocultamos a los demás la existencia de todas estas partes de nosotros mismos.

      Nuestra vergüenza, nuestra creencia de que «soy eso...» da origen a nuestra sombra, nuestra creencia de que «no quiero ser eso...», que a su vez da lugar a otro ladrón de integridad: vivir en un estado constante de miedo. ¡Tememos a cada momento de nuestra vida que alguien descubra nuestras faltas y nuestra bajeza! Esto, junto con ese bucle de significado negativo que se reproduce sin parar en nuestras mentes, nos paraliza. Vemos la vida a través de las lentes del miedo. El miedo impregna cada área de nuestro ser. Abrigamos temores sobre nosotros mismos: «No soy lo suficientemente bueno, atractivo o competente», sobre la vida: «La vida es injusta. La vida es sobre la lucha» o sobre los demás: «La gente me decepcionará. No se puede confiar en nadie. Todo el mundo me deja». Nos dan miedo incluso las «cosas buenas»: «El amor duele. La felicidad no existe. Nada dura para siempre».

      Este estado constante de miedo se convierte en la base de nuestro estado mental: el lugar desde el cual interpretamos la vida, generamos pensamientos y sentimientos y determinamos acciones y comportamientos. Un gran porcentaje de mis clientes vienen a verme porque están paralizados por el miedo y han permanecido así durante años y a veces incluso décadas. Han seguido casados por temor a la inseguridad económica o por miedo a estar solos o a que los juzguen. No han perseguido sus sueños ni han aprovechado oportunidades por miedo al fracaso o al cambio. Han permanecido en segundo plano por temor a ser avergonzados o a ser vistos. Otros están estancados porque giren en la dirección que giren, su miedo los golpea en la cara. Tienen tanto miedo a ser invisibles como a ser visibles. Temen parecer tontos, o excesivamente inteligentes. Tener éxito y no tenerlo. Estar enamorados y amar porque les aterra desenamorarse y sentirse indignos de ser queridos. ¡Les da miedo moverse en cualquier dirección, y se quedan quietos!

      Al vivir en nuestra nube de miedo, sentimos frecuentemente la pérdida o el rechazo que más tememos, porque nuestro miedo no solo nos paraliza sino que también nos separa. Nos separamos de los demás temiendo que descubran que no somos dignos de amor o que no nos merecemos nada. Nos separamos de nuestra realidad cotidiana evadiéndonos de ella y dedicándonos a toda clase de conductas adictivas que nos impiden sentir el dolor, la vergüenza y el miedo que albergamos.

      Nos separamos de nuestra integridad (de nuestras verdades más profundas) porque nos da mucho miedo que los demás las descubran y nos juzguen. Nos separamos de nuestros mayores deseos porque tememos que nunca se hagan realidad o que no seamos lo suficientemente buenos para llevarlos a cabo. Desgraciadamente, con esta estrategia de intentar separarnos de lo que tememos solo conseguimos disminuir nuestra confianza en nosotros mismos y sentir más dolor y... ¡miedo!

      No podemos


Скачать книгу