Un lord enamorado. Noelle Cas
su carné de baile, pero por otro, tenía miedo a los chismorreos y las habladurías de las malas lenguas, no quería que la buena reputación de la que siempre había gozado su familia se pusiera en entredicho. Por más que lo intentaba, no era capaz de olvidarse de ese hombre, ya que se sentía muy atraída por él. Resignada, cerró el libro, se levantó del sillón, se acercó al cordón para llamar a su doncella, Ángela, para que la ayudara a quitarse la ropa y ponerse el camisón. La madura mujer hizo acto de presencia en el dormitorio de Eve y minutos más tarde, estaba acostada, mientras escuchaba cómo la tormenta seguía con fuerza en la calle. Ángela apagó la luz de la vela y poco después se retiró a su dormitorio a descansar, mientras Eve esperaba que pudiera quedarse dormida pronto, se sentía muy cansada.
Pasaban de las tres de la madrugada, y Devon todavía seguía en la biblioteca observando cómo, poco a poco, el fuego que ardía en la chimenea se iba apagando, y dejando en su lugar cenizas. Dawson había echado unos cuantos troncos para que el fuego se mantuviera encendido por varias horas. Sospechaba que esa noche tampoco iba a ser capaz de pegar ojo. Le había mandado recado por Dawson, a Vincent, su ayuda de cámara, para que no lo esperara despierto. Pero estaba seguro de que el joven empleado no iba hacer caso a sus palabras. No se quedaba tranquilo hasta que ayudara a Devon a quitarse la ropa para acostarse y estuviera acomodado en la cama. La tormenta fuera seguía cayendo con intensidad y sin parar de llover. Largo rato después, decidió que ya era hora de ir a acostarse. Se levantó del cómodo sofá y cogió la palmatoria de la vela, que el mayordomo le había dejado encendida en la mesa auxiliar que usaba Devon. Salió de la estancia y subió a la planta de arriba. Fue subiendo los peldaños de las escaleras lentamente y con parsimonia, no tenía prisa alguna por llegar al dormitorio. La mañana siguiente no tendría que levantarse temprano. Aparte de poseer el título de lord y tener representación en la Cámara de los Lores, a sus treinta y cuatro años, ya era director financiero de una entidad bancaria. Ese mismo día, había dejado adelantado la mayor parte de trabajo posible, además, no tenía que cumplir los horarios a rajatabla como lo debían hacer el resto de los empleados. Ya en el piso de arriba, recorrió el pasillo hasta su dormitorio. Al abrir la puerta se encontró con que sus sospechas eran ciertas, y Vincent, todavía estaba despierto esperándolo.
―¿Por qué sigues todavía despierto, Vincent? ―preguntó Devon entrando en la estancia y cerrando la puerta―, ya sabes que no es necesario que te desveles por mi culpa.
―Lo sé, milord, pero es mi responsabilidad atenderlo a la hora que sea.
―¿Sabes, Vincent? ―siguió diciendo Devon―, me sorprende que siendo tan joven seas tan responsable con tus quehaceres.
―Desde muy temprana edad tuve que cuidar de mis padres enfermos, milord. Ellos me enseñaron a ser responsable en la vida y tomarme muy en serio mis obligaciones, para poder garantizar mi sustento ―respondió el ayuda de cámara, mientras se acercaba a Devon y lo ayudaba a sacarse la levita.
―Por eso no tienes que preocuparte, eres un joven muy trabajador y en mi casa no te faltará nunca trabajo.
―Gracias, milord, sobre todo ahora, más que nunca, me hace falta ahorrar todo el dinero que me sea posible, mi prometida y yo queremos casarnos cuanto antes.
―Si es necesario puedo subirte la asignación mensual, eres un buen empleado y la gente que está bajo mis órdenes sabe perfectamente que soy generoso si se cumplen mis expectativas, y tú las cumples mucho más que cualquier otro empleado, junto con Dawson.
―No es necesario, milord, lo que me paga es más que suficiente. Mi prometida Meredith es institutriz y sus patrones le pagan muy bien.
Siguieron hablando, mientras el joven ayudaba a Devon a cambiarse. Ya acostado, Vincent dio las buenas noches a Devon y salió del dormitorio. Devon era una persona abierta que hablaba con cualquier persona de forma cordial, ya fueran criados o gente de su propio nivel social. Sus padres siempre le habían inculcado desde muy joven el respeto a cualquier persona, ya fuera rica, pobre o de otra raza diferente. Quince minutos después, Devon apagó la vela y poco después se quedó profundamente dormido.
Horas más tarde, se revolvía en la cama envuelto en un frío sudor. Las pesadillas no lo dejaban tranquilo por las noches. Mucho menos cuando había tormenta. En esas noches tan oscuras y lúgubres era cuando los recuerdos volvían de nuevo a su mente, entre sueños.
Volvía a estar en el carruaje con su prometida, lady Evelyn Laforette. Esa noche regresaban a casa después de acudir al teatro a presenciar una de las mejores óperas de la temporada. Cuando de pronto, se desató la tormenta y poco después empezaba a diluviar. Viajaban a una gran velocidad, cuando de pronto los caballos se desbocaron y al cochero le fue completamente imposible recuperar el control de los caballos. A su lado lo acompañaba un lacayo que había intentado ayudar al cochero a recuperar el control del carruaje, pero sin lograrlo. Después de veinte largos minutos de desesperación, el carruaje acabó volcando. Devon hizo todo lo posible por proteger a Evelyn con su cuerpo, pero fue inútil, ya que fue la que recibió un fuerte impacto en la cabeza y el pecho, muriendo al instante. Mientras, Devon intentaba reanimar a la mujer que amaba, pero sin éxito. Por suerte, tanto el lacayo, como el cochero, habían sufrido algunas contusiones; fue un verdadero milagro, después de la gravedad del accidente.
Devon se despertó nervioso y respirando entrecortadamente. Todavía le seguía costando creer que su amada Evelyn ya nunca más iba a estar a su lado. Mil veces había preferido ser él quien hubiera muerto en el fatídico accidente, se repetía siempre así mismo. Separó de su cuerpo la ropa de cama, para dejar a la vista una profunda cicatriz que le cruzaba el abdomen, ya que él había recibido el impacto de uno de los hierros del carruaje, para intentar proteger a Evelyn. Para él, esa cicatriz era algo mínimo, que no tenía valor alguno, comparado con la vida de su prometida.
Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, separó la gran cortina y se quedó largo rato mirando cómo la lluvia y el viento seguían azotando con virulencia. Los relámpagos y los truenos ya caían de forma esporádica. Devon vivía su propio infierno particular mortificándose por ser él quien había sobrevivido. Era con Devlin con el que se sinceraba realmente, y su amigo decía una y otra vez que debía olvidar de una vez por todas el pasado. Devon lo intentaba, intentaba vivir con esa culpa cada día de su miserable vida. Si él no hubiera insistido para ir a la ópera, en esos momentos Evelyn seguiría con vida, y por fin estarían casados. Pero cada vez que había tormenta, los recuerdos asaltaban su mente por todo lo sucedido. Cansado de mirar por la ventana, se puso la bata de casa de seda y se sentó en el sillón que había en el dormitorio, mientras intentaba tranquilizarse.
Eve en su cama, seguía dando vueltas y más vueltas, sin poder dormir. Un rato antes se había visto obligada a despertar a Ángela para que bajara a la cocina a prepararle una infusión. Ya que, en su casa, la cocina siempre se mantenía encendida dejando varios troncos para que no se apagara. Pero el té no hacía el efecto deseado.
―¡Maldito Devon St. Claire! ―exclamó en voz alta.
Por mucho empeño que pusiera en sacárselo de la cabeza, le resultaba imposible. Lo que menos necesitaba en esos momentos, era enredarse con un hombre de la reputación de Devon. Debía estar curada de espantos, ya había sido suficiente con lo que su exprometido le hizo. El desgraciado de Morton le fue infiel, nada más y nada menos, que con su amiga Pamela. Horas después de que ella se entregara a él y siendo el primer hombre que le había arrebatado la virginidad. Pero Eve estaba tan ciega y enamorada que no se había dado cuenta de cómo era realmente Morton Perkins. Ni siquiera ella lograba entender por qué se había enamorado perdidamente de un hombre como ese. Era atractivo, sí, pero no poseía ningún título nobiliario, ni fortuna con la que pudiera mantenerla a ella, cuando se casaran. Para, tiempo después, darse cuenta de que no era de ella de quien estaba enamorado, sino de la fortuna que ofrecía su padre como dote. Pamela mismo se lo había confesado días después, de que Eve los encontrara en la casa de Morton y en la cama.
Se incorporó en la cama y se regañó por seguir sufriendo por un hombre que no la merecía. Su hermana y su padre tenían razón, iba siendo hora de que encontrara a un buen hombre para casarse y formar una familia. Era lo que más deseaba Eve en la vida, tener