Un lord enamorado. Noelle Cas
el cristal de la ventana. Largo rato después, harta de estar en la cama, se levantó, encendió con una cerilla la vela y salió del dormitorio, decidida a ir a la biblioteca a buscar un libro que de verdad la distrajera. Recorrió descalza el pasillo hasta las escaleras, bajó a la planta inferior y caminó hasta la biblioteca de la casa. Ya dentro de la estancia, se acercó al escritorio que había y dejó sobre el mueble la palmatoria de la vela. Luego se acercó a la estantería y rebuscó entre los libros. Finalmente, se decidió por Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, que era una de sus escritoras favoritas. Ya con el ejemplar en la mano, se acercó al escritorio, cogió la vela, luego se acercó al sofá, dejando la vela en la mesita auxiliar que había frente al sofá. Se sentó decidida a empezar la lectura. Durante tres largas horas, pudo concentrarse en la lectura de la novela. Tan inmersa estaba en el libro, que ni siquiera era consciente de la lluvia que caía en el exterior. En cuanto Eve abría un libro de Jane Austen, se olvidaba de todo lo que sucedía a su alrededor. Con el paso de las horas, el cansancio fue haciendo acto de presencia en el cuerpo de Eve, que se quedó profundamente dormida en el sofá con el libro abierto, mientras la vela ya hacía rato que se había consumido del todo.
A la mañana siguiente, Devon se despertó al notar la tenue luz del día, colándose entre las cortinas. El día era gris, pero entre los oscuros nubarrones, se podían apreciar unos débiles rayos de sol. En esos momentos, Dawson entró en el dormitorio, corrió la cortina para que entrara la luz del día, al tiempo que decía:
―Buenos días, milord, ¿queréis que os suba ya el desayuno?
―Sí, por favor, Dawson. Súbeme una taza de café bien cargado y unas tostadas untadas en mantequilla ―respondió Devon incorporándose en la cama.
―Enseguida, milord ―dijo el mayordomo haciendo una reverencia; poco después, salió del dormitorio a por el desayuno de su patrón.
Ya solo, Devon se pasó las manos por la cara. Por lo menos había sido capaz de dormir unas cuantas horas. Desde el desafortunado accidente, ocho años atrás, le era difícil dormir plácidamente una noche entera. Fue desde la muerte de Evelyn cuando decidió que nunca más volvería a enamorarse de una mujer. El dolor que sentía por la pérdida de su prometida lo había dejado totalmente trastornado. Fue desde entonces que adoptó la fama de libertino y haciendo que todas sus aventuras circularan por toda la ciudad. Podía tener a cuantas mujeres quisiera a su disposición. Sus amantes sabían muy bien cuáles eran sus condiciones, les dejaba muy claro que la suya sería una relación física, en la que se daban placer mutuo, pero que no esperaran nada más de él. Pero, aun así, había alguna como lady Marianne Ashwood, que aspiraba a que su relación cambiara y fuera más profunda. Devon se negaba a que sus sentimientos volvieran a quedar expuestos y a enamorarse de nuevo de otra mujer, que no fuera Evelyn. Su cicatriz no era ningún impedimento para ninguna de sus amantes. Alguna de ellas, le había dicho, que lejos de afear su físico, lo hacía más irresistible todavía. Le importaba muy poco todos los comentarios que circulaban por Londres de él. Solamente su familia y sus más allegados sabían qué clase de persona era él, y para Devon era lo más importante de todo.
Pero, nuevamente, su cabeza volvió a la noche del baile en el que había conocido a Eve. No sabía absolutamente nada de ella, pero era una mujer que le interesaba demasiado. En su interior, la sangre empezaba a bullir haciendo que el ritmo del corazón latiera de forma descontrolada. Necesitaba acercarse a esa mujer cuanto antes. Le daba la impresión de que ella opondría resistencia, ya que, desde lejos, se podía apreciar que era una joven de buena cuna y decente. Pero no sería dificultad ninguna para él, pensaba. Sabía muy bien cómo derribar las defensas de lady Eve Mcpherson, para que cayera rendida a sus encantos. En cuanto menos lo esperaba, la tendría entre sus brazos y los dos disfrutarían de noches de tórrida pasión. Porque si de algo estaba seguro Devon, es que a él no le bastaría con acostarse una sola noche con Eve, se haría adicto a sus besos, a sus caricias, al aroma de su piel. Su cuerpo se estremecía anticipándose, con solo pensar en todo el placer que podía obtener de una mujer como ella. Esa mujer sería capaz de borrar las huellas de todas las amantes que habían pasado por su vida.
Dawson entró de nuevo en el dormitorio con la bandeja del desayuno en las manos, se acercó a la cama y dejó la bandeja en el regazo de Devon. Él cogió la taza de café y dio un sorbo, mientras pedía al mayordomo que le preparara un baño y luego dio indicaciones a Vincent, para que escogiera la ropa que se iba a poner ese día. Diez minutos más tarde, dos lacayos entraron en el dormitorio de Devon, cargados con una bañera de cinc, al tiempo que otros dos empezaron a llenar la bañera con cubos de agua caliente. Poco después, Devon estaba disfrutando de un relajante baño, mientras despejaba la cabeza. Minutos más tarde, Vincent le tendió una toalla para que se secara. Devon salió de la bañera, y el ayuda de cámara lo ayudó a vestirse con un pantalón marrón a rayas, camisa blanca y levita del mismo color del pantalón. Mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero, Vincent le pasó un peine y se peinó el pelo, que lo lucía hasta el cuello y se le rizaba. En ese aspecto, Devon nunca seguía la moda imperante que llevaban los caballeros en esa época.
Una hora más tarde, pidió al mayordomo que prepararan el carruaje. Dawson asintió y diez minutos más tarde, el cochero lo estaba esperando en la entrada de la casa. Devon salió a la calle. El día era fresco, pero los finos rayos de sol que se colaban entre las negras nubes daban una sensación de calor. Uno de los lacayos lo acompañó hasta el carruaje, mientras el cochero bajaba del pescante y abría la portezuela del carruaje. Poco después, el carruaje emprendía la marcha hacia el banco donde trabajaba Devon.
Eve esa mañana se despertó muy tarde. Se sorprendió al ver que se había quedado completamente frita durmiendo en la biblioteca, ni siquiera notó el frío en la estancia, ya que la biblioteca era el único lugar donde no se mantenía tanto tiempo encendida la chimenea, como en los dormitorios. Se levantó desperezándose del sofá y salió de la biblioteca para subir a su dormitorio. Al llegar vio que Ángela ya se encontraba en la estancia y le preguntó:
―Milady... ¿dónde estaba?
―Anoche bajé a la biblioteca a leer un rato y me quedé dormida ―respondió ella acercándose a la cama, se sentó y Ángela le dio la taza de chocolate que siempre se tomaba Eve por las mañanas.
―¡Virgen Santa! ―exclamó la doncella―. ¿Y no se ha quedado congelada con este frío que hace?
―La verdad es que no. Quisiera darme un baño y cambiarme de ropa, esta tarde viene a comer a casa lady Martha Spencer, una de las patrocinadoras de Almack`s. Edi y yo estamos ansiosas porque nos acepten en el club.
―No se preocupe por eso, milady, esa mujer se va a quedar gratamente sorprendida cuando conozca a lady Edi y a usted.
Eve acabó de desayunar, y minutos después, dos lacayos subieron al dormitorio la bañera, mientras dos doncellas la llenaban con cubos de agua caliente. En cuanto el cuerpo de Eve hizo contacto con el agua caliente, ella notó cómo los músculos del cuerpo se le iban relajando. Se dejó estar largo rato relajada hasta que empezó a notar que el agua de la bañera se estaba enfriando. Se secó con la toalla y minutos después, Ángela la ayudaba a vestirse con un elegante vestido de raso granate con los dibujos de pequeñas mariposas en color negro. El escote corazón del corpiño dejaba ver una ligera porción de sus generosos pechos. Ese día, se puso unos pendientes de rubíes heredados de su madre, los cuales tenían un collar magnífico a juego y que combinaban a la perfección con el vestido que lucía. Luego, Eve se sentó frente al tocador, mientras Ángela le aplicaba en el rostro una fina capa de cosméticos. Minutos después, le recogió el pelo en un complicado moño en lo alto de la cabeza, y dejando unos pocos mechones sueltos acariciándole el suave cuello de Eve. Ya lista, las dos se acercaron al espejo de cuerpo entero y contemplaron el resultado orgullosas, la doncella era una experta y había hecho un gran trabajo con Eve.
―Estoy segura de que la patrocinadora del club las va a admitir sin ningún problema, incluso puede ayudarla a usted a realizar un matrimonio ventajoso... si los rumores sobre esa mujer son ciertos, ya ha logrado unas cuantas uniones con gran éxito.
―Encontrar un marido es lo que menos me importa en estos momentos, lo