Un lord enamorado. Noelle Cas

Un lord enamorado - Noelle Cas


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luego se acercó al tocador, y en el joyero buscó los complementos ideales para lucir el vestido. Se decidió por una gargantilla de oro blanco y pendientes a juego. En el pelo le pondría una diadema de rosas blancas y lilas.

      Mientras, en su dormitorio, Edi se había tirado en la cama en cuanto entró por la puerta. El día le había resultado largo. Le encantaba ir de compras, como a toda mujer. Pero odiaba las grandes colas que había que hacer en las tiendas. Sobre todo, cuando la Temporada estaba a punto de iniciarse. Las tiendas más prestigiosas de la ciudad eran un hervidero de damas buscando diseños exclusivos para la nueva Temporada. Amelia se acercó al armario y preguntó:

      ―Milady, ¿qué vestido desea ponerse para la cena? ―dijo la mujer mientras rebuscaba entre el extenso guardarropa.

      ―No sé... Amelia, ¿cuál crees tú que debo ponerme? ―respondió la joven rodando en la cama y mirando a la doncella.

      ―Yo creo que el vestido verde claro será perfecto ―dijo Amelia sacando el vestido del armario y mostrándoselo a Edi.

      La joven miró con atención el vestido mientras se decidía si se ponía el vestido o se descartaba. Edi había heredado esa costumbre de su madre, ya que Eve era la que más parecido tenía con lord Mcpherson.

      ―Creo que tienes razón. ―Amelia respiró aliviada―. Quería mucho a Edi, pero creía que había tenido muy mala suerte cuando lord Mcpherson extendió sus funciones de ama de llaves, a doncella personal, para asistir a la más pequeña de las hermanas. Amelia la adoraba, eso nadie lo ponía en tela de juicio, pero cuando llegaba la hora de ayudarla a vestirse, Edi tardaba una eternidad en decidir el vestido que quería ponerse. Pero a la mujer no le quedaba más remedio que armarse de paciencia, bien era sabido por todos los que vivían en la casa, como era la hija más pequeña de lord Mcpherson.

      Ya pasaban de las seis y media. Eve, en su dormitorio, ya estaba vestida y en esos momentos estaba sentada frente al tocador, mientras Ángela la peinaba. Le recogió el pelo en una trenza y le puso la diadema. Luego le aplicó una fina capa de polvo de arroz en el rostro, para matizar las facciones de Eve. Aunque su piel era lisa y libre de impurezas, a la doncella le gustaba que su ama se viera perfecta.

      ―Ángela ―dijo Eve después de mirarse en el espejo de cuerpo entero―, ¿puedes ir un momento a ver si mi padre ya está en casa?

      ―Por supuesto, milady. ―La doncella salió del dormitorio de Eve y caminó por el pasillo. No le hizo falta avanzar mucho más, cuando se encontró con Sam, el ayuda de cámara de lord Mcpherson.

      ―Hola, Sam, ¿lord Mcpherson se encuentra en casa? ―preguntó Ángela.

      ―Hola, Angie ―respondió Sam―. Sí, lord Mcpherson hace rato que llegó y en estos momentos se está dando un baño. Esta noche cenará en casa, ha invitado a un amigo y a su esposa a cenar.

      ―Gracias, Sam ―respondió la doncella, él asintió y después de despedirse, Ángela regresó al dormitorio de Eve.

      ―Milady ―dijo la doncella tan pronto entró en el dormitorio―, acabo de encontrarme con Sam en el pasillo, me ha dicho que vuestro padre ya está en casa. Se encuentra en el dormitorio arreglándose, tiene visita para cenar.

      Eve suspiró con resignación, su padre tenía costumbre de invitar a cenar a gente sin molestarse siquiera en avisar a sus hijas, menos mal que tanto su hermana como ella tenían la precaución de cambiarse y arreglarse para la hora de cenar, ya que nunca eran avisadas cuando tenían visitas. A no ser que fuera una visita oficial y estuviera programada por ellas mismas. En relación con las normas de etiqueta, su padre era un completo desastre, ya que él se preocupaba más de que a su familia nunca le faltara de nada. Su padre poseía título nobiliario de nacimiento, aparte de eso, había heredado una cuantiosa fortuna. Su familia podría vivir felizmente con todo ese dinero, pero su padre estaba empeñado en seguir trabajando, era la vía de escape que tenía para olvidarse de todo el dolor que le había causado la muerte de su querida esposa.

      Poco después, sonó el wong anunciando que la cena ya estaba lista. Eve y Edi salieron de sus respectivos dormitorios, se encontraron en el pasillo, bajaron juntas a la sala de estar, mientras esperaban que su padre bajara. Diez minutos más tarde, lord Mcpherson se reunía con ellas en la estancia. Amelia anunció en esos momentos que lord y lady Everett acababan de llegar. Pidieron perdón por el retraso; poco después, el mayordomo los acompañó al comedor. En la estancia, tres lacayos apartaron las sillas de las damas, mientras dos doncellas empezaban a servir la cena. Tanto Eve como Edi, esperaban que la reunión no se extendiera más tiempo del necesario, las dos se encontraban muy cansadas después de la agotadora tarde de compras.

      Esa misma noche, Devon se encontraba muy aburrido en la biblioteca, mientras se llevaba a los labios un vaso de whisky. Decidió que esa noche iría a darle una visita a su última amante. Estaba seguro de que lady Salcombe estaría encantada de su visita, sobre todo si Devon llevaba con él joyas caras y exquisitas que tanto le gustaban a su amante. Todas ellas adoraban los regalos con que Devon las agasajaba, pero lady Salcombe estaba obsesionada con lucir siempre joyas caras. La mujer estaba casada con un hombre mucho mayor que ella, lord Salcombe, que se negaba a satisfacer todos los caprichos de su bella y joven esposa. Por eso, cuando la mujer había puesto los ojos descaradamente en Devon, este no se había negado a atender las atenciones que le prodigaba la mujer. Era la única de sus amantes que todavía permanecía en secreto, para que el marido de ella no se enterara, pero Devon estaba seguro de que el buen hombre intuía que su esposa tenía amantes; a su edad, era difícil que dejara satisfecha a una mujer tan atrevida y fogosa en la cama. Sacó la leontina del reloj del bolsillo y miró qué hora era, iban a ser las diez y media de la noche, se dijo pensativo. Todavía era temprano, si se daba un baño rápido y se cambiaba, encontraría a su amante en el sitio de siempre. No tenía ni idea por dónde andaría la mujer, ya que no le había mandado recado para citarse esa noche. Con decisión, se levantó del asiento y salió de la estancia tras beberse de un trago el contenido del vaso.

      ―¡Dawson! ―llamó Devon al mayordomo, tan pronto abrió la puerta de la biblioteca.

      ―¿Qué deseáis, milord? ―preguntó Dawson bajando por las escaleras.

      ―Necesito que suban la bañera al dormitorio, voy a darme un baño.

      ―Enseguida, milord ―prosiguió diciendo el mayordomo. Pero en ese momento se acordó de algo y dijo―. Milord, me olvidaba... esta tarde ha llegado una invitación para vos. ―Y le entregó el sobre.

      Devon abrió el sobre y vio que la invitación era de lord Dunant y su esposa. Lo estaban invitando al baile que daba el matrimonio la semana que viene.

      Entregó de nuevo el sobre a Dawson y dijo:

      ―Confirma mi asistencia al baile.

      Devon estaba encantado porque por fin empezaba a ver algo de diversión. Londres era una ciudad aburrida cuando la Temporada social finalizaba. Estaba deseando ver a las nuevas debutantes casaderas y ver cómo sus institutrices, madres y matronas, se afanaban en buscar a un buen caballero para casarlas. Devon intentaba evitar a esas mujeres todo lo posible, pero él no tenía la culpa de atraer a las féminas como la miel a las moscas. Jóvenes inocentes, que se sentían atraídas por su físico y por su fama de mujeriego. Pero en cuanto Devon St. Claire hacía acto de presencia, las madres y las acompañantes de las debutantes, intentaban poner a buen recaudo a sus hijas y pupilas.

      Devon subió al dormitorio, mientras los lacayos subían la bañera y la llenaban con cubos de agua caliente. Ya en la estancia, pidió a Vincent que le preparara un atuendo adecuado a esa noche, que iba a salir. El ayuda de cámara escogió para la ocasión calzas de color negro, camisa beige, corbatín blanco, completaban el atuendo unas botas negras Hesse y un gabán negro. La noche era muy fría y seguía lloviendo con intensidad.

      Media hora más tarde, Vincent lo estaba ayudando a acabar de arreglarse. Mientras observaba los resultados en el espejo de cuerpo entero del dormitorio. Su ayuda de cámara tenía muy buen gusto para combinar el vestuario.

      Ya


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