Un lord enamorado. Noelle Cas

Un lord enamorado - Noelle Cas


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comiendo en silencio.

      Devon se encontraba comiendo cuando Dawson entró en el comedor portando una bandeja en la que había una tarjeta de visita. En cuanto el mayordomo estuvo a su lado, cogió la tarjeta y pudo comprobar que se trataba de una de sus amantes, Marianne Ashwood. Devon arrugó el ceño y pidió al mayordomo que le dijera a la mujer que no se encontraba en casa, el sirviente asintió y salió de la estancia. Al poco rato, unos gritos se empezaron a escuchar, la puerta del comedor se abrió del golpe y Marianne hizo acto de presencia, mientras el mayordomo intentaba detenerla sin éxito alguno.

      ―¡Devon, por qué me mientes y me niegas verte! ―exclamó la mujer acercándose a la mesa.

      Devon comprobó que estaba muy atractiva con un vestido color fresa de raso. Tenía las mangas abullonadas, que estilizaba la silueta de la mujer. Llevaba el pelo negro suelto con un sombrerito de color rosa fresa también.

      ―Milord, ¿pongo otro servicio en la mesa? ―preguntó Dawson.

      ―¡Por supuesto, Dawson! ―respondió Marianne dejando a Devon con la boca abierta.

      Después de unos minutos de silencio, Devon dijo resignado:

      ―Está bien, Dawson, coloca un servicio para la dama.

      ―Enseguida, milord. ―El mayordomo hizo una reverencia y salió de la estancia.

      Cinco minutos después entró con el plato y los cubiertos, lo seguía una doncella portando una fuente con comida para la recién llegada. Marianne y Devon permanecieron en silencio, mientras los sirvientes ponían todo lo necesario sobre la mesa. Minutos después, Dawson salió del comedor, y la doncella se hizo a un lado discretamente para dar algo de intimidad a los comensales.

      ―¿A qué debo el honor de tu visita, Marianne? ―preguntó Devon después de unos minutos.

      ―Hace más de un mes que no sé nada de ti ―respondió ella haciendo un mohín.

      ―Tengo muchas responsabilidades y apenas me queda tiempo para el ocio.

      ―¡Sí, ya! ―exclamó ella sarcástica―. ¡Pero para verte con las zorras de tus amantes sí tienes tiempo! ―dijo, mientras la rabia bullía en su interior. Ella anhelaba ser la esposa de Devon St. Claire y ninguna otra mujer se lo iba a arrebatar.

      ―Marianne, querida, mis asuntos personales no son de tu incumbencia ―dijo Devon frunciendo el ceño. Por eso había dejado a esa mujer, no soportaba sus celos enfermizos y la obsesión que tenía de él.

      ―Yo te amo, Devon ―continuó diciendo ella. Puso su mano sobre la de Devon que tenía apoyada sobre la mesa, y empezó a acariciarla.

      Devon intentó apartarla, pero ella no se lo permitió.

      ―Ya hemos hablado muchas veces de esto, te dije que no quiero volver a saber nada de ti.

      ―Devon… ―continuó con la perorata― ¿no te das cuenta de que yo te amo? Además, sabes de sobra que formaríamos un buen matrimonio, los dos nos entendemos muy bien en la cama.

      ―Marianne, si sigues con eso, me veré obligado a pedirte que te marches de mi casa.

      ―¿Quién es ella? ―La mujer no escuchaba y continuaba en sus trece.

      ―Lo que hago con mi vida privada es asunto mío ―insistió de nuevo. Se levantó, se acercó a Marianne y la sujetó del brazo para instarla a que se fuera, pero ella no se daba por aludida.

      ―¡Suéltame, imbécil!, ¡estás muy equivocado si crees que te vas a deshacer tan fácilmente de mí, averiguaré quién es esa zorra y la quitaré de en medio!

      Esas palabras hicieron que la sangre de Devon empezara a hervir de rabia. Casi fuera de sí, respondió:

      ―¡Lárgate de una vez de mi casa, si no quieres que mande a un sirviente que te eche fuera! ―dijo, sujetándola más fuerte y sacándola a empujones de la estancia.

      ―¡No puedes hacerme esto... no... no quiero irme! ―dijo rompiendo a llorar e intentando besarlo. Pero él la esquivó fácilmente.

      ―¡Dawson... Dawson... Dawson! ―gritó Devon llamando al mayordomo. Segundos después, el sirviente apareció por el pasillo.

      ―¿Qué deseáis, milord?

      ―Quiero que saques a la dama de la casa.

      ―Como vos ordenéis, milord. ―Se acercó a la mujer sujetándola por el brazo. Dawson sacó a la mujer por el pasillo; ella intentaba resistirse, pero el hombre era mucho más fuerte que ella. Mientras, Devon escuchaba los gritos y amenazas que la mujer iba profiriendo mientras intentaba zafarse del sirviente. Minutos más tarde, la casa quedó en silencio y Devon respiró tranquilo. Maldita la hora en la que se había dejado caer en los brazos de esa mujer. Después de unos minutos intentando calmarse, lo logró. Caminó por el pasillo y vio a un lacayo, pidió que le sirviera una taza de café en la biblioteca. Luego, se encerró en la biblioteca a esperar que le sirvieran la bebida, mientras se dejaba caer distraído sobre el asiento.

      Eve se encontraba en el dormitorio probándose el vestido que le acababan de traer. Al final, la modista se tuvo que disculpar por el retraso y ella misma había ido a entregárselo, al igual que el de Edi.

      El vestido le sentaba de maravilla, y así lo pudo comprobar Eve delante del espejo. El rosa pálido le sentaba muy bien a su piel blanca como la luna. El vestido se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. Edi revoloteaba alrededor emocionada. Ella fue la primera en probarse el vestido y se quedó extasiada al ver lo bien que le quedaba el suyo.

      ―¡Estás preciosa, hermanita! ―exclamó Edi.

      ―Gracias. La verdad es que estoy muy contenta con el resultado.

      ―Lady Vernon, hace usted un trabajo magnífico.

      La mujer asintió por el halago. No le caía de sorpresa, había sido formada en las grandes escuelas de París y a las órdenes de grandes diseñadores. Poco después, Ángela le ayudó a quitarse el vestido, mientras lady Vernon se despedía.

      ―Eve, vas a lucir hermosa la noche del baile, ojalá tu belleza no eclipse a la hija de los condes.

      Eve soltó una leve carcajada por las tonterías de su hermana pequeña.

      ―No seas tonta, Edi, soy una mujer normal y corriente.

      ―Espero que esa noche llames la atención de algún caballero y pida permiso a nuestro padre para cortejarte.

      ―Edi… ―respondió Eve poniendo los ojos en blanco― te he dicho mil veces que no está en mis planes casarme.

      ―Hermana… ―dijo Edi seriamente― ¿no estarás pensando realmente convertirte en una solterona, verdad?

      ―Eso es lo que de verdad quiero ―afirmó rotundamente―. No necesito tener a ningún hombre a mi lado para ser una mujer feliz.

      ―¡Por Dios... Eve…! Eres muy joven y hermosa para pensar de esa forma.

      ―No quiero volver a sufrir de nuevo. Con Morton ya he tenido más que suficiente, me dolió mucho que me fuera infiel con una de mis mejores amigas. ―Las lágrimas empezaron a brotarle por los ojos, mientras su hermana se acercaba a ella y la abrazaba para darle consuelo.

      ―Tranquila, hermana. Ya sé que para ti lo de Morton ha sido una experiencia muy dura, pero porque un hombre se haya portado como un cerdo contigo, eso no quiere decir que al final encuentres un hombre que te quiera de verdad.

      Las dos se quedaron largo rato abrazadas y en silencio. Tiempo después, bajaron a la sala de estar a tomarse una buena taza de chocolate con galletas. Edi decidió que las penas debían ahogarse saboreando una buena taza de chocolate caliente.

      A las cinco de la tarde, pidieron a Amelia que diera la orden de preparar el carruaje, pues iban a salir a dar un paseo por el parque. Ese día estaba resultando muy agradable, no llovía y en el cielo se apreciaban unos rayos de sol


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