Un lord enamorado. Noelle Cas
echado de su casa. Seguramente estaba furiosa y quiso vengarse matándolo. Sacudió la cabeza y sacó ese pensamiento de la mente. Esa mujer no había sido invitada al evento, no podía saber con certeza que él se encontraba en la mansión de los Dunant, y mucho menos que él iba a salir a buscar a Eve. La noche fue muy fría y nadie podía estar haciendo guardia esperando el momento adecuado para actuar. Devon llegó a la conclusión de que tuvo que ser uno de los invitados el que efectuó el disparo. Antes de ir con el alguacil iba a comentar en privado el suceso con lord y lady Dunant, para que la esposa le proporcionara la lista en que figuraban el nombre de todos los asistentes al baile. Era lo más sensato se dijo Devon, conocía a la mayoría de los invitados, eran caballeros de abolengo y honorables. Pero era cierto que había hombres que no conocía de nada y no podía descartar ninguna hipótesis ni a nadie.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, intentó concentrarse en todos los papeles que requerían de su atención, ese día no iba a acudir al banco, su ayudante no tardaría en llegar para revisar los estados de cuentas del mes.
Se levantó del asiento y se acercó a la ventana. El día era gris y nublado, no tardaría mucho en llover. Se quedó mirando el desolador paisaje perdido en sus pensamientos, mientras se apoyaba sobre el cristal y cruzaba los brazos. Sus pensamientos volvieron a Eve. La noche anterior, a la luz de las velas, parecía estar ilesa. Admiraba su valentía y su fortaleza tras el ataque. Había vuelto al salón del baile tranquila, como si nada hubiera pasado. Estaba seguro de que, si se tratara de cualquier otra dama, se habría escandalizado e incluso se desmayaría de la impresión. Pero lady Eve Mcpherson, parecía tener sangre fría y nervios de acero, incluso se había atrevido a bromear con él tras el suceso. El recuerdo sacó una sonrisa a Devon, que desde que había perdido trágicamente a su prometida, nunca se le veía sonreír. Sacudió la cabeza para sacársela de la mente. Esa mujer estaba empezando a adueñarse de todo su ser. Ahora que sabía cómo era el tacto de su piel, Devon tenía muy claro que quería mucho más de Eve.
Dawson interrumpió sus pensamientos cuando llamó a la puerta del despacho, anunciando que Blair, su ayudante, ya había llegado. Devon se apartó de la ventana e hizo una seña para que el empleado entrara en la estancia. El mayordomo se hizo a un lado y el hombre entró en el despacho saludando a Devon. Luego, pidió a Dawson que sirviera unas tazas de café. Mientras, Devon se volvió a sentar frente al escritorio, y Blair en la silla de enfrente. Dawson asintió y minutos después, regresó con una bandeja entre las manos en la que había dos humeantes tazas de café y un plato con cuatro bollos de nata. Ambos se tomaron tranquilamente sus respectivos cafés, mientras empezaban una amena conversación. Luego ocuparon el resto de la mañana a repasar la contabilidad, mientras en la calle empezaba a llover con fuerza y se escuchaban los primeros truenos anunciando una inminente tormenta.
Eve pudo comprobar que Edi estaba preciosa con un vestido en un tono pastel que le sentaba a las mil maravillas. Durante la comida habían contado a su padre detalles del baile. Edi se lo había pasado de maravilla en compañía de sus amigas. Menos mal que su hermana no se había enterado del incidente. Se quedó tranquila, porque había tanto ruido en el interior de la mansión, que nadie se enteró de nada. Si fuera así, a esas horas su reputación estaría completamente arruinada y en boca de toda la ciudad. Por supuesto, había omitido ese detalle a su padre, no quería que se preocupara. Incluso estaba segura de que no las dejaría asistir a ningún otro baile sabiendo que Eve había estado en peligro de muerte. En ciertos asuntos, su padre era una persona que cuando algo se le ponía entre ceja y ceja, no existía poder humano que lo hiciera cambiar de opinión. Desde la muerte de su madre, su padre se había vuelto demasiado protector con sus dos hijas.
En esos momentos, Eve y Edi estaban sentadas en la sala de estar tomando sus respectivas tazas de té, mientras aguardaban a que las cuatro mujeres llegaran. A medida que las horas iban pasando, la lluvia arreciaba y la tormenta no daba tregua alguna, ya que los relámpagos y los truenos caían sin dar respiro. Todavía eran las tres y media de la tarde, pero en la estancia tenían una vela encendida porque parecía que estaba anocheciendo de lo oscuro que estaba el día. Eve esperaba que las patrocinadoras no cancelaran la visita de esa tarde, ambas hermanas tenían ganas de pertenecer al club y disfrutar de las reuniones que Almack´s organizaba. Los bailes, comidas, meriendas y partidas de cartas del club gozaban de un éxito arrollador entre la nobleza inglesa. Aunque Eve ya había perdido la esperanza de casarse, deseaba que Edi encontrara un buen partido para casarse y formar una familia. Lady Martha Spencer, era una mujer competente que la podría ayudar a lograr su propósito. Quería encontrar para Edi a un buen caballero que cuidara de su hermana el resto de su vida.
A las cinco menos cuarto de la tarde, Amelia entró en la sala de estar para anunciar que las damas ya habían llegado. Eve le indicó que condujera a la visita al salón dorado y pidiendo que preparara té y café. El ama de llaves asintió y salió de la estancia para cumplir las órdenes de Eve. Las dos hermanas se levantaron del sofá en el que estaban sentadas, se alisaron la ropa, y salieron de la sala para atender a las cuatro mujeres.
En cuanto entraron en el salón dorado, Eve y Edi comprobaron que las compañeras de lady Martha, tenían un semblante maternal y una sonrisa en su expresión, que hizo que los nervios de Eve desaparecieran. Las mujeres se levantaron del sofá donde Amelia las había acomodado y empezaron con las presentaciones de rigor.
―Lady Eve, lady Edi ―comenzó diciendo Martha―, les presento a lady Elsa Prescott, a lady Virgina Drummond, y a lady Carina Prescott hermana de lady Elsa.
Después de las presentaciones, se sentaron e iniciaron una conversación acerca de las inclemencias del tiempo para ir rompiendo el hielo. Las tres mujeres andaban muy cerca de la edad de Martha. Eran mujeres muy bellas que iban elegantemente ataviadas con vestidos que favorecían sus siluetas.
Lady Elsa y lady Carina, eran morenas, pero la primera era unos centímetros más alta que su hermana. Elsa lucía un vestido de crepe violeta de cuello redondo que favorecía el tono moreno de su piel y sombrerito negro, completaban el conjunto unos pendientes de oro. Su hermana Carina llevaba puesto un vestido de seda gris estampado de rosas, su piel era algo más blanca que la de Elsa. El pelo lo llevaba recogido con un tocado también de color gris, pendientes y collar de perlas. Lady Virginia iba con un vestido rojo claro de raso, llevaba el pelo rubio suelto y lucía una diadema con el dibujo de una mariposa. En su cuello descansaba una gargantilla de oro en forma de lágrima y pendientes a juego. Eve estaba impresionada que la imagen de las mujeres fuera tan impecable después de la que estaba cayendo fuera.
Poco después, Amelia entró en la estancia con la bandeja entre las manos, se acercó a la mesita que había en el salón y tras dejarla sobre el mueble, hizo una formal reverencia, saliendo para continuar haciendo su trabajo. Eve repartió las tazas entre las invitadas, que se decidieron por el café, mientras que Eve y Edi tomaron té otra vez.
―Lady Edi, lady Eve ―empezó diciendo Carina―, nos complace mucho estar hoy aquí para conocernos un poco más. Aunque lady Martha ya nos ha puesto al día en todo lo relacionado con sus vidas públicas.
―A nosotras nos agrada que nos hayan visitado esta tarde ―dijo Edi y Eve asintió—. Sobre todo son ustedes muy valientes al atreverse a salir de casa con este tiempo tan malo.
―No tiene importancia ―esta vez fue Elsa la que habló―, no queríamos perdernos por nada esta visita, y la oportunidad de conocer a unas jóvenes tan lindas y agradables como ustedes.
―Gracias por el halago ―respondió Eve encantada. Estaba segura de que la respuesta iba a ser afirmativa.
―Así que después de una larga deliberación hemos decidido admitirlas en Almack´s ―dijo Martha con una sonrisa en los labios.
―Muchas gracias por aceptarnos ―dijo Eve muy contenta.
―Gracias ―respondió Edi también.
―No hay nada que agradecer, las dos son damas distinguidas y merecen disfrutar de todas las ventajas que el club les puede proporcionar ―prosiguió diciendo Martha, las otras mujeres asintieron.
Siguieron