Un lord enamorado. Noelle Cas
plácidamente, hasta que se despertó de forma brusca y se incorporó en la cama sudando y respirando con dificultad. En su sueño volvía a estar de nuevo en el baile de los Dunant, y en el jardín. Volvió a escuchar de nuevo la detonación, pero esta vez sí que la bala había alcanzado a Devon. Le costó darse cuenta de que se encontraba en su dormitorio sano y salvo, que todo había sido una pesadilla. Se pasó las manos por el pelo mientras intentaba tranquilizarse. Largo rato después, se levantó de la cama, se puso la bata de casa, encendió la vela y salió del dormitorio. Necesitaba un trago que lo ayudara a tranquilizarse. La pesadilla había sido tan real que creyó que estaba en peligro de muerte. Caminó en silencio por el pasillo, la casa estaba envuelta en penumbra. Bajó las escaleras a la planta inferior y fue al despacho a servirse un vaso de whisky. Ya en la estancia, se acercó al escritorio y dejó sobre el mueble la palmatoria de la vela. Luego se acercó a la consola donde estaban las bebidas. Cogió el decantador de whisky y se sirvió una generosa cantidad. Dio un largo sorbo a la bebida, con el vaso en la mano fue a sentarse al sofá. La estancia estaba ya fría pero no le importaba. Por más que se esforzara en encontrar a un responsable, su búsqueda estaba resultando infructuosa. No tenía la menor idea de quién podía querer verlo muerto. Marianne era la única candidata que encontraba como sospechosa. Pero su amante no había sido invitada al baile. Y dudaba mucho que la mujer tuviera la paciencia suficiente como para montar guardia y esperar a que él saliera a la calle. A no ser que... Devon se quedó paralizado con el vaso de whisky a medio camino de la boca. «¿Sería posible que Marianne hubiera contratado a un sicario para acabar con su vida?», se preguntó Devon. Esa era la única solución lógica que encontraba al suceso. Él había mantenido la esperanza de que la bala estuviera destinada a Eve. Pero, con el paso de las horas, se empezaba a dar cuenta de que ella le había dicho la verdad, que no tenía enemigos que quisieran matarla.
Dos horas más tarde, seguía dándole vueltas al asunto. Sacudió la cabeza diciéndose que no podía hacer ninguna conjetura hasta que hablara con los Dunant, y su esposa le proporcionara la lista de invitados que habían asistido al baile. Pero, desde luego, la pesadilla de esa noche lo dejó muy afectado.
Ya amaneciendo, se levantó del sofá y volvió al dormitorio. Se fijó en el reloj y este marcaba las siete y cuarto de la mañana. Subió a la planta superior y entró en el dormitorio. Al entrar en la estancia, vio que Vincent ya estaba rebuscando en el armario la ropa que él se iba a poner ese día. Dio los buenos días al ayuda de cámara, se acercó a la cama y se echó un rato para intentar descansar mientras Dawson no aparecía con la bandeja del desayuno. Devon maldijo en voz baja porque empezaba a quedarse dormido, cuando el sirviente entraba en el dormitorio. Dawson dejó la bandeja sobre la mesilla de noche como siempre, luego le pasó la taza de café a Devon, que se estaba incorporando. Mientras desayunaba dio la orden de que prepararan el baño. Ese día debía ir a la oficina; tenía programadas dos reuniones con dos de los clientes.
Una hora más tarde, ya estaba vestido con un pantalón de corte clásico de color negro, camisa azul cielo, corbatín blanco y gabán de color negro. Delante del espejo se peinó el pelo hacia atrás, para presentar un aire más sofisticado. Sus clientes para él lo eran todo, por eso necesitaba dar la mejor presencia posible. Pidió que tuvieran listo el carruaje para dentro de veinte minutos. Pasado ese tiempo, salió del dormitorio, bajó las escaleras mientras Dawson se acercaba con el maletín de trabajo, anunciando que el carruaje ya lo estaba esperando y le entregaba a Devon el maletín. Uno de los lacayos hizo acto de presencia y lo acompañó hasta el carruaje; al llegar, abrió la puerta para que Devon entrara, ya acomodado en el vehículo, el sirviente cerró la puerta y pocos minutos después el cochero puso en marcha el carruaje dirección al banco. Devon no podía quitarse de la cabeza la pesadilla que lo había desvelado la noche anterior. Tenía que averiguar qué demonios estaba pasando antes de que el culpable lograra su propósito. No era ningún cobarde, pero seguir en la ignorancia no le resultaba nada beneficioso. Tiempo más tarde, el carruaje se detuvo al lado del banco y Devon dejó a un lado sus pensamientos, necesitaba estar tranquilo y sereno con los clientes.
Ya por la tarde, Morton se encontraba sentado en el White´s, tomando un café en compañía de otros dos caballeros. De momento, ninguno de ellos se animaba a jugar una partida. Pero Morton no escuchaba nada de la conversación que mantenían los otros hombres. Seguía maldiciéndose por no haber matado a St. Claire. Pero tenía muy claro que iba a seguir intentándolo. Esperaba que, por lo menos, mientras tanto, no tuviera que soportar su presencia.
―Esto es un aburrimiento si nadie quiere echar una partida ―dijo lord Hansfield, sacando a Morton de sus pensamientos.
―Ojalá aparezca esta tarde lord St. Claire ―continuó diciendo lord Lambert―, él siempre está dispuesto a jugar al póker. Aunque siempre nos despluma, vale la pena, porque el tiempo pasa volando.
―Tiene toda la razón, lord Lambert ―dijo el primero―, la mayoría de los caballeros que frecuentan el club son viejos estirados sin ganas de apostar, eso que son dueños de importantes fortunas.
En ese momento, Morton interrumpió la conversación y preguntó si pedían otros cafés. Los caballeros asintieron y Morton hizo una seña para que el camarero se acercara; minutos después, el joven camarero les estaba sirviendo las bebidas, mientras ellos permanecían en silencio. Y de nuevo a solas, esta vez fue Morton el que dijo:
―Pues yo espero que ese caballero no aparezca por el club. ―Y dio un sorbo a su bebida.
―¿Por qué lord Perkins? ―preguntó Lambert―. ¿Es que tiene miedo de que lord St. Claire lo vuelva a desplumar? ―Rio haciendo que su otro compañero se riera también.
―Ustedes son unos ilusos caballeros, ¿no se dan cuenta de que ese caballero hace trampas? ―continuó diciendo Morton con una nota de enfado en la voz.
Los dos hombres carraspearon y se miraron el uno al otro, luego Hansfield fue el que habló:
―Eso es imposible, si ese hombre hiciera trampas, ya nos hubiéramos dado cuenta hace tiempo.
―Lord Perkins, le aconsejó que antes de ir acusando a alguien de hacer trampas, se asegure usted de tener pruebas concluyentes. Se puede poner en un grave problema por ir difamando a la gente ―siguió diciendo Lambert.
Morton se removió incómodo en su asiento, ya que su pretensión de desprestigiar a Devon no le estaba saliendo como él quería. Más enfadado, se bebió el resto del café. Esos hombres habían salido en defensa de St. Claire y no lo soportaba.
―No tengo pruebas que lo demuestren ―dijo después de un largo rato de silencio―, pero, caballeros, ¿no les parece sospechoso que siempre tenga las mejores cartas?
―Eso, amigo mío, se llama suerte ―respondió Hansfield entre risas―, y lord St. Claire es un gran jugador.
Morton ya no lo soportó más, se levantó de su silla tras acabarse de beber el café, y se despidió de forma cortés de los dos caballeros. Caminó furioso hasta la salida del club. No le hacía falta mirar atrás, para darse cuenta de que los dos hombres se quedaban burlando de él. Solo pretendía dejar en ridículo a Devon, pero la jugada le salió mal. Morton iba a lograr acabar con la buena estrella que protegía a St. Claire, y lograría quitarlo de en medio de una vez por todas. Tenía muy claro que no iba a seguir siendo el hazmerreír de la ciudad. Todo Londres lo tenía como un monigote, ya que no había nacido en cuna de oro como los demás caballeros. La puerta a la gran sociedad inglesa se le había abierto gracias a su matrimonio con Pamela. Su suegro era un hombre muy influyente entre la nobleza, soportaban la presencia de Morton por el respeto que le tenían al padre de su esposa.
Ya fuera del club, intentó tranquilizarse, mientras se acercaba al carruaje que lo estaba esperando. El cochero, que estaba sentado en el pescante, bajó a abrirle la portezuela mientras Morton se dirigía al carruaje. Antes de subir, dio la orden de que lo llevaran a casa. El cochero asintió mientras él se acomodaba en el lado izquierdo del carruaje; poco después, el sirviente subió al pescante y puso el vehículo en marcha. Mientras una fina lluvia empezaba a caer, ya que la tarde estaba nublada, pero había aguantado sin llover. Costara lo que costase, iba a deshacerse de ese maldito lord de una vez por