Un lord enamorado. Noelle Cas
su exprometida en el lord y eso hacía que se pusiera furioso de celos. Por desgracia, no había logrado casarse con ella, pero no iba a permitir que Devon se acercara a Eve. No iba a dejar que otro hombre tocara a Eve, ella le pertenecía a él y a nadie más. Siguió pensando mientras el carruaje continuaba rodando por la carretera.
Edi y Eve, esa tarde, se encontraban en la tienda de lady Vernon escogiendo unos vestidos para el baile que iba a dar lady Osbald el próximo sábado, y al que las dos hermanas habían sido cordialmente invitadas. Esa misma mañana, Amelia les dio las invitaciones. Y a la semana siguiente, asistirían por primera vez a la merienda que ofrecían las anfitrionas de Almack´s. Después de rebuscar entre varios modelos de la revista que una de las empleadas le estaba mostrando, Eve se decidió por un vestido palabra de honor de seda color lavanda. El corpiño del vestido era de encaje, mientras que el resto del vestido era liso, y en la cintura tenía un lazo que se ataba a la espalda. El conjunto tenía unos delicados guantes de seda del mismo tono que el vestido. Eve pensó que, como complemento ideal, la gargantilla de oro con diamantes engarzados y pendientes a juego, iban a favorecer mucho al vestido. Poco después, la dependienta le tomó las medidas para confeccionar el vestido.
Con Edi, la cosa fue muy diferente. La pobre dependienta se estaba volviendo loca con la joven, su hermana no se decidía por un modelo en concreto. Había un vestido blanco y escote corazón que le gustaba mucho, pero le llamaba más la atención uno de color melocotón y terciopelo. El escote era redondo y corpiño entallado, mientras que el resto del vestido era voluminoso. El conjunto tenía unos guantes de piel de cabritilla de un tono muy parecido al vestido. Después de una larga hora, Edi se decidió por el vestido de color melocotón. Ya tenía demasiados vestidos blancos. Pero las jóvenes de su edad, en los bailes debían vestir de blanco o en tonos pasteles. La pobre dependienta respiró aliviada cuando por fin pudo tomarle las medidas para confeccionarle el vestido. Ir de compras con Edi, resultaba un verdadero suplicio para Eve, pero no le quedaba más remedio que soportar a la alocada de su hermana pequeña.
Seguía lloviznando cuando salieron de la tienda de la modista y caminaron hasta dar con la sombrerería. En la tienda, Edi se decidió por un tocado en un tono muy parecido al color melocotón del vestido. Eve se compró un sombrerito blanco y con el dibujo de una flor de color lavanda, que le iba a quedar muy bien con el vestido que le estaban confeccionando. De nuevo en la calle, entraron en la zapatería, donde Eve se compró unos botines de piel de cabritilla de un tono más oscuro que el vestido. Edi, en esa ocasión, se decidió bastante rápido por unos botines de color crema que irían muy bien con el vestido, ya que no los encontraba más parecidos al vestido.
A las seis de la tarde, agotadas, fueron a una tetería a tomarse un té. En el interior de la tienda, una madura camarera les sirvió una taza de té a cada una, junto con una porción de tarta de chocolate para cada una. Dieron un sorbo a la bebida y comprobaron que estaba muy buena, luego probaron la tarta que estaba deliciosa. Permanecieron sentadas en el local cerca de media hora, mientras hablaban y recordaban todas las compras que habían hecho durante la tarde. A lo largo de la semana, las tiendas enviarían a casa todos los pedidos que las hermanas habían hecho.
Ya empezaba a anochecer, cuando decidieron regresar al carruaje que las estaba esperando al principio de la calle. Linwood, que estaba sentado en el pescante, en cuanto vio a aparecer a las hermanas bajó y abrió la puerta para que las mujeres subieran al carruaje. Las dos se acomodaron una frente a la otra. Linwood subió de nuevo al pescante y puso el carruaje en marcha. Eve se recostó en el asiento de lo agotada que estaba, había pasado la noche en blanco y eso estaba empezando a pasarle factura a su cuerpo. Esperaba que esa noche pudiera pegar ojo, necesitaba una reparadora noche de sueño. Pero su tranquilidad duró muy poco tiempo, ya que Edi empezó a hablar como una cotorra, deseosa de que los artículos que había adquirido, llegaran lo antes posible a casa para poder probárselos. Eve, que tenía intención de que el camino de regreso a casa fuera en silencio, no le quedó más remedio que desechar esa idea. Su hermana la estaba acribillando a preguntas y la joven no tenía intención de callarse por el momento.
Por fin, el carruaje se detuvo en la entrada de la casa. La puerta de la entrada se abrió y uno de los lacayos salió del interior para ayudarlas a bajar del vehículo; a esas horas, la débil lluvia había cesado, pero hacía bastante frío. Bajaron del carruaje y Amelia apareció en la entrada. En cuanto Edi la vio, la joven corrió hacia la doncella para contarle todo lo que se había comprado esa tarde. Su hermana sentía un cariño especial por su doncella. Edi llegó a la entrada corriendo como si fuera un vendaval y se abrazó a Amelia. La mujer puso los ojos en blanco, no le habían llegado a nada las pocas horas de tranquilidad de esa tarde. Las dos subieron al dormitorio de Edi, mientras la joven hablaba y hablaba sin parar.
Eve entró en la casa y también subió a su dormitorio para cambiarse de ropa y descansar un poco antes de que se sirviera la cena. Entró en la estancia saludando a Ángela que estaba sentada en el sillón tejiendo. Dejó la labor, se levantó y luego se acercó al armario a escoger un vestido para que Eve se cambiara para la cena. La doncella le informó que esa noche su padre tenía un invitado a cenar. Genial, se dijo Eve, sus planes de acostarse temprano a dormir se acababan de ir al traste. Mientras se echaba unos minutos en la mullida cama.
A las nueve y media de la noche, lord Mcpherson y sus dos hijas se encontraban sentadas en el salón dorado esperando al invitado. Eve estaba elegantemente ataviada con un vestido azul oscuro de muselina de cuello alto bordado con diminutas estrellas brillantes de color dorado. En esa ocasión, Ángela le había recogido el pelo en un sencillo moño bajo la nuca. Había aplicado en el rostro de Eve una suave capa de cosméticos. Edi también estaba preciosa con un vestido de raso blanco de encaje. La joven llevaba el pelo recogido en una sencilla trenza que favorecía a Edi. Lord Mcpherson estaba muy guapo con un traje gris, camisa blanca y corbatín en un tono más claro que el traje.
Casi quince minutos después, Amelia entró en el salón anunciando que la visita acababa de llegar. John hizo una seña para indicar que dejara entrar al invitado, mientras los tres se ponían de pie. El ama de llaves se hizo a un lado mientras un joven alto y delgado apareció en la estancia. A Eve ese hombre no le dio muy buena espina, aparte de que no era muy agraciado físicamente. Su color de pelo era negro como el carbón, sus ojos azules fríos como el hielo. Tenía la nariz grande y torcida y su rostro parecía cadavérico, ya que se podían apreciar los huesos de su cara. Pero Eve hizo todo lo posible por no echarle a perder la velada a su padre.
―Lord Stephen Cummins ―dijo su padre, mientras se acercaba al invitado y le estrechaba la mano―, me alegro mucho de que haya aceptado usted mi invitación a cenar.
―Para mí es un placer ―respondió el hombre mostrando unos dientes torcidos y amarillos.
―Lord Cummins, estas son mis dos hijas, lady Edi y lady Eve ―dijo John señalando a sus preciosas hijas.
―Es todo un honor conocer a dos hermosas damas como ustedes. ―Y besó la mano que las dos hermanas le extendieron, primero la de Edi y luego la de Eve. El contacto de ese hombre hizo que por el cuerpo de Eve recorriera un frío escalofrío. No sabía por qué ese hombre no le caía nada bien. Finalmente se recompuso y respondió:
―El placer es mío, conocer a un caballero tan interesante como usted ―mintió Eve.
―Igualmente ―dijo su hermana también.
Amelia volvió a irrumpir en el salón dorado para anunciar que la cena estaba lista y que podían pasar al comedor cuando lo dispusieran.
―Lord Cummins, ¿le parece bien que empecemos ya a cenar? ―preguntó John.
―Por supuesto… ―respondió Stephen.
Poco después, los cuatro se encaminaron al comedor. Edi y Eve iban delante seguidas por los dos hombres. Al llegar, un lacayo les abrió la puerta para que entraran en la estancia. Se acercaron a la mesa, mientras dos lacayos apartaban las sillas para que las damas se sentaran. Un rato después, dos doncellas empezaron a servir la cena. Esa noche, la cocinera había preparado de primero una crema de verduras, de segundo pato a la naranja con patatas asadas, y de postre tarta casera de queso. La conversación giraba en torno a temas