Un lord enamorado. Noelle Cas
al tiempo que Dawson llamaba a uno de los lacayos para que lo acompañara hasta el carruaje. Devon salió de la casa detrás del lacayo, mientras se calaba el gabán para protegerse de la lluvia que caía. El hombre ya lo estaba esperando con la puerta abierta cuando Devon llegó al lado del carruaje. Subió al vehículo y se acomodó en el interior, mientras el sirviente cerraba la puerta y regresaba al interior de la casa para continuar con sus labores. Minutos después, Jonas fustigó a los caballos y el carruaje emprendió la marcha. Ya al lado del banco, Devon se apeó y caminó hasta el interior del edificio.
Esa mañana, Eve se despertó con un terrible dolor de cabeza, después de las largas horas que se había pasado llorando. Giró la cabeza hacia el lado izquierdo y vio que Edi estaba profundamente dormida a su lado. La pobre se había quedado a pasar la noche con ella en su dormitorio. No estaba segura de qué hora era, pero la mañana estaba muy avanzada, ya que se colaba bastante luz por la ventana, las cortinas ya estaban abiertas, estaba segura de que Ángela entró en el dormitorio sin hacer ruido y abrió las cortinas para que entrara la luz en la estancia; el día estaba gris y no tenían problema de que la luz del sol las despertara.
Al poco rato, notó que su hermana se removía en su lado y abría los ojos. Edi dio los buenos días y preguntó:
―Eve, ¿cómo te encuentras?
―Tengo un dolor de cabeza espantoso… ―respondió Eve llevándose las manos a las sienes y masajeándolas.
―Y no es para menos... no sé qué le pueda estar pasando por la cabeza de papá para obligarte a casarte con ese hombre. ―Un frío escalofrío recorrió el cuerpo de Edi al recordar a Cummins.
―Edi, estoy decidida a evitar este matrimonio a toda costa ―dijo Eve incorporándose en la cama y apoyándose en el cabecero de la cama, su hermana hizo lo mismo.
―¿Y cómo lo vas a hacer?
―No sé cómo... pero te aseguro que ese matrimonio no se va a realizar, así como si me tengo que escapar de casa.
Su hermana se tensó y dijo:
―Eve, no puedes hacer eso, no puedes huir y dejarme sola, eres mi hermana y la única persona con la que puedo contar para que cuide de mí.
―No digas tonterías, cariño ―dijo Eve abrazando a su hermana―. Tienes a Amelia que te quiere mucho y cuida muy bien de ti.
Las dos hermanas interrumpieron la conversación al escuchar que la puerta del dormitorio se abría. Ángela estaba entrando en la estancia cargada con una bandeja con el desayuno, en la que había dos tazas de chocolate y un plato de galletas de canela recién horneadas.
―Ángela, ¿qué hora es? ―preguntó Eve a la doncella, mientras se acercaba a la mesilla de noche y dejaba la bandeja sobre el mueble.
―Milady, son las diez y media de la mañana.
Edi apartó las mantas y se levantó de la cama, para coger su taza de chocolate. Eve apartó también las mantas mientras se sentaba en el borde de la cama, luego la doncella le pasó el desayuno.
―¿Sabes si nuestro padre está en casa? ―esta vez fue Edi la que preguntó.
―No, milady, Sam me ha dicho que se marchó muy temprano a trabajar.
«Mejor», pensó Eve. No tenía ganas de ver a su padre por ahora. Después de desayunar se arreglaron y pasaron el resto de la mañana leyendo en la biblioteca. Una de las doncellas había encendido el fuego de la chimenea y las dos hermanas estaban sentadas en el sofá de la estancia. En la calle, el viento volvía a arreciar y la lluvia a esas horas era más intensa.
Ya por la tarde, Devon se encontraba en el White´s, sentado en una mesa con lord Hansfield y lord Lambert. Los dos hombres querían contarle a Devon la acusación que había hecho Morton el día anterior, pero ninguno de los dos caballeros sabía cómo empezar. Finalmente fue Lambert el que dijo:
―Lord St. Claire, hay algo que debe usted saber.
―¿De qué se trata? ―preguntó Devon con el ceño fruncido, mientras daba un sorbo a su bebida.
―Ayer tuvimos una conversación en la que lord Perkins lo acusa de hacer trampas en el juego ―prosiguió diciendo Lambert.
―Así es ―apostilló Hansfield.
―Caballeros... no puede ser posible que se crean esa desfachatez. Ese nuevo rico no tiene la menor idea de cómo se juega de verdad a las cartas, y tiene que encontrar algún culpable que justifique su ineptitud.
―Eso es lo mismo que pensamos nosotros ―dijo Hansfield entre risas―, pero le hemos advertido que no puede ir acusando a la gente si no tiene pruebas.
―Gracias por ponerme sobre aviso, de ahora en adelante tendré más cuidado con ese hombre.
―A mí, Morton Perkins no me cae nada bien, soporto su presencia por su suegro, él sí que es un caballero de verdad y honorable ―continuó diciendo Lambert.
Devon y Hansfield dieron la razón al hombre. Pero ahora estaba empezando a darse cuenta de que se estaba creando un enemigo. El muy ingenuo estaba difundiendo comentarios de que Devon hacía trampas jugando a las cartas. Menos mal, que los caballeros de verdad lo respetaban y apreciaban. Sabían muy bien que él era incapaz de hacer trampas, tenía buena suerte y buenas manos y no había más que decir del asunto. Pero en la mente de Devon se fue cristalizando la imagen de Morton como el autor del disparo. Él sí que había estado presente en el baile de los Dunant, con su esposa. Había enviado una nota por una doncella para saber cuándo lo podían recibir, pero el mayordomo informó a la sirvienta de que los Dunant se fueron en un crucero que iba a durar una larga temporada. La noticia no fue recibida con mucho agrado por Devon, que se veía incapaz de pensar en quién quería eliminarlo.
Devon permaneció en el club hasta altas horas de la noche jugando a las cartas, en la que volvió a llevarse todo el dinero que se había apostado. Después de recoger las ganancias, se despidió de los caballeros y salió del club. Jonas abrió la portezuela del carruaje, mientras Devon se acercaba. Antes de subir al vehículo, dio la orden al cochero de que lo llevara al Regency; esa noche, tenía ganas de ver a Brigitte. Esperaba que la mujer acudiera al club. Luego subió al carruaje y se acomodó en el asiento; poco después, Jonas puso el carruaje en marcha.
Tres cuartos de hora más tarde, el carruaje se detenía frente al club. Devon se apeó y caminó rápido hasta la entrada. Se caló bien el gabán para protegerse del frío, ya que había parado de llover. Entró en el antro buscando con la mirada a su amante, pero no la veía por ningún lado. El local a esas horas estaba lleno a reventar y a Devon le costó llegar hasta la única mesa que había libre. Poco después de sentarse, una camarera vestida de cabaretera se acercó a él para tomar nota de lo que iba a pedir. Devon pidió una cerveza. La mujer asintió y fue a la barra a buscar la consumición; a los cinco minutos, la mujer regresó con la cerveza y la dejó sobre la mesa. El tiempo fue pasando y Brigitte no aparecía. Se sintió desilusionado porque esa noche deseaba acostarse con ella, su cuerpo la necesitaba desesperadamente. Después de dos horas que le parecieron eternas, se dio cuenta de que la mujer no iba a ir esa noche. Se bebió la segunda cerveza dispuesto a marcharse del club. Minutos después pagó la cuenta y salió furioso por no poder saciar su deseo con Brigitte. «Seguramente el carcamal de su marido le había impedido ir al club», pensó Devon, mientras subía al carruaje y este emprendía el camino de regreso a casa. Tenía que encontrar otra manera de verse con su amante a escondidas y poder acostarse con ella cuando quisiera.
6
La noche ya iba muy avanzada.
Eve permanecía en la cama con los ojos abiertos, atenta a ver si se escuchaba algún ruido procedente de la casa. A lo largo del día había fraguado un plan y ya era hora de ponerlo en marcha. Era muy arriesgado, pero Devon St. Claire era el único que podía ayudarla a que los planes de su padre de casarla con Cummins, no siguieran adelante. No se veía así misma unida a ese hombre para toda la vida. Sentía repulsión por ese hombre, su cuerpo volvió