Un lord enamorado. Noelle Cas

Un lord enamorado - Noelle Cas


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ciudad que él y Eve eran amantes, pero en realidad entre los dos no iba a pasar nada, eso Eve lo tenía muy claro. Sería una simple mentira para alejar a Cummins de ella cuanto antes. Y la única forma era que ella le hiciera creer que ya se había acostado con el mayor libertino de todo Londres. Por supuesto, no le había contado nada de lo que estaba planeando a Edi, creía que su hermana pondría el grito en el cielo cuando se enterara y no era para menos. Pedirle ayuda al lord, o escaparse de casa y mendigar por la ciudad, eran las dos alternativas que Eve encontraba. Y tenía muy claro que sería muy doloroso verse vagando por las calles.

      Largo rato después, apartó las mantas de la cama, se sentó en el borde de la cama, pensativa. Tenía que poner su plan en marcha ya. Si dudaba de su decisión, nunca se libaría de Cummins. Se levantó y, en silencio, caminó descalza hasta la puerta del dormitorio. La abrió y comprobó que el resto de la casa estaba en silencio y a oscuras. Estupendo, se dijo Eve, era hora de ponerse en acción. Con cuidado, cerró de nuevo la puerta y se acercó al armario. Encontró un sencillo vestido de lana verde que la abrigaría del frío. Se quitó el camisón y se vistió rápido, luego se calzó con unos botines planos de color negro. Cogió la capa de color negro del armario, se la puso alrededor del cuerpo, luego hizo un lazo en el cuello. Se puso la capucha y volvió acercarse de nuevo a la puerta; tras asegurarse de que todo seguía en silencio, salió del dormitorio y caminó con el corazón en un puño temiendo que descubrieran su fechoría. Bajó a la planta inferior y comprobó que todo estaba en silencio. Por fin llegó a la puerta principal y salió de la casa rezando para que su plan saliera como ella esperaba. Unas horas antes, había avisado a Linwood para que la esperara con el carruaje en la esquina de la calle; si todo iba como Eve pensaba, antes de que amaneciera estaría de regreso en su casa y en su cama, y nadie se daría cuenta de nada. «Hasta que las habladurías empezaran...», pensó Eve con malicia. En la calle, se colocó bien la capa para abrigarse de la lluvia. Y vio que el carruaje estaba esperándola donde le había pedido. El cochero la vio y tras hacerle una reverencia le abrió la puerta. Antes de entrar, Eve preguntó si conocía la dirección de St. Claire. Linwood asintió afirmativamente y minutos más tarde, el carruaje se puso en marcha. Con cada avance del vehículo, el corazón de Eve latía sin control dentro de su pecho.

      Devon ya se encontraba en el dormitorio, estaba empezando a desnudarse cuando el mayordomo llamó a la puerta. Devon, extrañado porque el sirviente todavía estuviera levantado, preguntó:

      ―¿Qué pasa Dawson? ―dijo Devon preocupado.

      ―Milord... tenéis una visita.

      ―¿Una visita a estas horas de la noche? ―preguntó con dudas, Devon.

      ―Sí, milord, en la biblioteca hay una dama que quiere hablar con vos.

      ―¿No se tratará de lady Marianne, verdad?

      ―No, milord, no se trata de ella, es una mujer joven que no había visto antes.

      ―Dawson, dile a la dama que bajo enseguida.

      ―Como ordenéis, milord ―respondió el mayordomo mientras salía de la estancia para cumplir la orden de Devon.

      Eve se encontraba en la biblioteca de la mansión de Devon. El mayordomo la había mirado con desconfianza al preguntar tan descaradamente por su patrón. Apostaba a que el sirviente creía que ella era una de las muchas mujeres con las que se acostaba Devon. La estancia estaba iluminada por dos velas. Era amplia y confortable. Tres paredes de la biblioteca estaban repletas de libros y de lujosos tomos encuadernados. En la pared vacía había una chimenea en la que todavía ardían las cenizas. Al lado, había dos amplias butacas y ella estaba sentada en una de ellas, esperando a que Devon hiciera su aparición. Por momentos, deseaba que se la tragara la Tierra por cometer semejante locura. Pero ahora ya era demasiado tarde para lamentarse y debía asumir su responsabilidad como la única culpable.

      Devon hizo su entrada en la estancia, dando un sonoro portazo a su dramática entrada en la biblioteca. A simple vista no pudo reconocer a la dama en cuestión. Pero pudo darse cuenta de que la mujer dio un respingo en el asiento en el que se encontraba acomodada. Devon se quedó observando un buen rato a ver si la conocía de algo. Pero ella tenía la capucha puesta y le daba la espalda a propósito.

      ―Milady, ¿en qué puedo ayudarla? ―preguntó Devon acercándose a donde Eve se encontraba.

      ―Buenas noches, milord ―dijo Eve por fin levantándose del asiento y dejando su rostro al descubierto.

      ―¡Lady Eve Mcpherson! ―exclamó sorprendido pensando que tenía ante él una visión.

      ―Per… dón por la ho… ra ―consiguió balbucear Eve―. Hay un tema importante que debo tratar con usted cuanto antes.

      ―¿Me está proponiendo lo que yo me estoy imaginando? ―preguntó él muy cerca de Eve. A ella, el aroma de Devon empezó a nublarle los sentidos, pero se obligó a recomponerse para poder continuar con el hilo de la conversación.

      ―No… no exactamente. ―Por la cabeza de Eve empezaron a pasar tórridas imágenes de Devon y de ella en la cama, disfrutando del placer mutuo que se estaban dando el uno al otro.

      ―¡Qué pena! ―dijo Devon haciendo una mueca de disgusto―. yo creía que esta noche vino a mi casa deseando acostarse conmigo.

      Eve se contuvo por no abofetear a ese hombre, pero ella misma se lo había buscado, al fin y al cabo, ¿qué podía buscar una mujer en casa de un hombre soltero a tan altas horas de la madrugada? Se aclaró la voz.

      ―Milord, me he atrevido a venir a su casa porque necesito de su ayuda. Mi padre quiere que me case con lord Stephen Cummins, un hombre horrible por el que siento asco.

      ―No me explico en qué puedo ayudarla yo en esa situación ―le respondió él cada vez más intrigado.

      ―Quie… ro hacer creer a toda la ciudad que so… mos a… man… tes —Ya está, se dijo Eve, ya había soltado la bomba.

      ―O sea, que al final sí vino usted a mi casa con la intención de acostarse conmigo ―respondió Devon casi rozándole el cuello con los labios. Los dos estaban frente a frente y a Eve le estaba costando mantener la cordura.

      ―No… no, es algo que diremos para manchar mi buen nombre y evadir ese maldito matrimonio, pero en realidad entre usted y yo no va a pasar absolutamente nada.

      ―¡Vaya! ―exclamó Devon sorprendido, mientras se separaba de ella―. ¿Y por qué soy yo el afortunado?

      ―Porque, porque… ―Eve no supo qué contestar. Pero Devon se dio cuenta perfectamente por qué la dama había acudido a él en cuestión.

      ―Necesito pensar su propuesta unos días, ahora mismo no puedo darle una respuesta definitiva.

      ―¡Por favor! ―suplicó ella―, necesito su respuesta antes de que se haga oficial el compromiso.

      ―Le daré mi respuesta a la mayor brevedad posible. Ahora es tarde y es mejor que se vaya a casa antes de que su familia se dé cuenta de que no está en su cama.

      Eve se colocó la capucha de la capa y se dispuso a salir de la biblioteca, pero en ese momento Devon se acercó a ella de nuevo, le sujetó el brazo y la hizo girarse para que lo mirara.

      ―Lady Eve, ¿cómo está usted tan segura de que, si accedo a su plan, entre usted y yo no va a pasar nada?

      ―Lo estoy porque creo que, muy en el fondo, usted es un buen hombre y que cumplirá con su palabra.

      ―En eso está usted muy equivocada, yo no soy ningún caballero andante que va por la vida salvando a damiselas en apuros. ¿Y si quiero que me pague el favor entregándose realmente a mí? ―dijo él, mostrando una risa cínica.

      Eve no contestó y salió de la estancia muy nerviosa. Mientras la risa de Devon resonaba en sus oídos. El mayordomo de Devon tuvo la amabilidad de acompañarla hasta el carruaje. Ella dio las gracias cuando estuvieron al lado del carruaje, luego el hombre regresó a la casa. Linwood la ayudó a subir y poco después


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