Un lord enamorado. Noelle Cas
que las estaba esperando. A esa hora, todavía seguía lloviendo con intensidad, pero la tormenta había cesado a lo largo de la tarde. Eve y Edi esperaron en la entrada y vieron cómo las mujeres subían al carruaje; poco después, el cochero puso el vehículo en marcha. Los lacayos entraron en casa, mientras las dos hermanas subían a sus dormitorios a cambiarse para la cena. Por el camino comentaban la buena impresión que las mujeres habían causado en Eve y Edi.
Devon y Blair seguían trabajando en el despacho. Al mediodía habían hecho un descanso para comer. Dawson sirvió de primero una crema de calabaza, de segundo, estofado de ternera. Ambos habían declinado el postre y se tomaron cada uno una buena taza de café. Devon levantó la vista de los papeles y sacó el reloj del bolsillo, pudo ver que ya pasaban de las ocho y cuarto. El tiempo le había transcurrido muy deprisa ese día. Se levantó del asiento y dijo a Blair que por hoy ya habían trabajado suficiente. Su ayudante asintió y tras guardar los documentos en el maletín, se despidió de Devon. Dawson acompañó a Blair a la entrada, mientras Devon salía del despacho, después de avisar al mayordomo que le sirviera algo de cenar en el dormitorio, subió las escaleras. Ya en la estancia, se acercó a la cama y se dejó caer sobre el mullido colchón de plumas. Estaba extenuado después del intenso día de trabajo. Había hecho todo lo posible para mantenerse ocupado y no pensar en Eve. Se estaba volviendo loco de remate al pensar siquiera que ella estuviera interesada en él. Ella misma le había demostrado la repulsión que sentía cuando se dio cuenta que él le tenía la mano agarrada. En ese momento, Eve tenía la mano desnuda y él pudo notar la suavidad de su piel sin guantes, y él también se los había quitado. No sabía cómo, ni qué iba a hacer, pero lograría que esa mujer cayera entre sus brazos. Únicamente acostándose con ella sería capaz de quitarse la obsesión que sentía Devon. Estaba seguro de que entonces su deseo por Eve se aplacaría y acabaría perdiendo el interés en ella, o eso esperaba él. Pero también tenía miedo hacerse adicto a los besos y caricias de Eve, y que el deseo por ella en vez de disminuir aumentara. Si fuera así, Devon estaría realmente en un grave problema. Para él nunca le había resultado difícil deshacerse de sus amantes, sobre todo si las mujeres empezaban a insinuar que querían casarse con él. Era entonces cuando Devon rompía la relación y ponía en su vida a otra mujer.
Media hora después, Dawson entró en el dormitorio con la cena. Devon se incorporó en la cama, y quitando esos pensamientos de la cabeza, se dispuso a cenar y acostarse pronto, esa noche no tenía intención de salir a ningún lado. Únicamente quería acostarse y dormir a pierna suelta hasta que amaneciera. Tampoco quería exponerse demasiado dejándose ver, y que quien había intentado matarlo, lo pretendiera de nuevo. Devon no sabía a qué o a quién se estaba enfrentando. No era persona que se fuera haciendo enemigos, pero todo era posible. La persona que disparó estaba segura de quién era su víctima. Pero por mucho que se esforzara, Devon no era capaz de poner cara al asesino o asesina, pensaba entre bocado y bocado. Terminó de cenar y el mayordomo recogió la bandeja y salió del dormitorio para devolverla a la cocina. Una hora más tarde, el ayuda de cámara lo ayudó a desvestirse; tras ponerse el pantalón de pijama, Devon se deslizó entre las sábanas. Dio las buenas noches a Vincent, cogió el libro que había sobre la otra mesilla de noche, mientras el empleado salía del dormitorio y se puso a leer. Pero fue una tarea difícil, Eve invadió nuevamente su mente. Furioso, tiró el libro sobre la cama, se pasó las manos por la cara y apagó la vela. Cerró los ojos para intentar dormir, tenía que olvidarse de esa mujer ya, o estaría completamente perdido si no lo hacía. Eve seguía adueñándose de él de forma inexorable y sin poder evitarlo.
5
Ya pasaba de la medianoche, y las dos hermanas se encontraban en el dormitorio de Eve. Seguían hablando de la visita de las mujeres a la casa. Edi todavía se sentía eufórica de que por fin pudiera entrar en el famoso club. Eve se estaba cayendo de sueño, mientras que su hermana seguía estando fresca como una lechuga. La pobre Ángela estaba al lado de la ventana e intentando mantener los ojos abiertos. En momentos como esos, la doncella sentía lástima por Amelia, la pobre mujer debía tener una gran paciencia con lady Edi. Era una joven que gozaba de muy buena salud y derrochaba energía, fuera donde fuera. Se alegraba porque lord Mcpherson no la había designado a ella como doncella personal de Edi, estaba segura de que si fuera ese el caso, acabaría tirándose por la ventana de la desesperación. Menos mal que le había tocado a la mayor, Eve era más tranquila y sensata que Edi.
―¡Edi... por Dios! ―exclamó Eve―. Pasa de la medianoche y ya es tarde. Es hora de que te vayas a tu dormitorio, la pobre Amelia debe estar subiéndose por las paredes al ver que no apareces para ayudarte a desvestirte.
―No te preocupes ―respondió restando importancia al asunto―. Amelia ya me conoce muy bien, sabe que soy algo atolondrada, tiene paciencia de santo al soportar todas mis locuras.
Eve no pudo evitarlo y rio por el comentario de su hermana.
―¿Solo un poco atolondrada? ―dijo Eve entre risas.
―¡Vale, tú ganas, soy joven y alocada! ―Dio un beso de buenas noches a su hermana y salió del dormitorio de Eve.
Eve respiró aliviada cuando Edi salió de la estancia. Estaba segura de que su hermana todavía iba a seguir su perorata con la pobre Amelia. Eve se compadecía de la pobre mujer y alababa su paciencia. Cada día que pasaba, Edi se parecía cada vez más a su madre. Eve tenía muy buenos recuerdos de ella, pero su padre también le contaba anécdotas y vivencias de la mujer. Al igual que Edi, tenía muchas energías y un carácter arrollador que hacía que todo el mundo se rindiera ante ella, y siempre llevaba de cabeza a los sirvientes de la casa, sobre todo, a Tina, la mujer que había sido su doncella personal desde los quince años. La mujer también se había quedado muy desolada por la trágica muerte de su ama.
Ángela ayudó a Eve a quitarse el vestido. Mientras la doncella lo guardaba para que no se arrugara, Eve se puso el camisón. Poco después se acostó en la cama y Ángela regresó al lado de la cama para arroparla. Luego, la doncella recogió la bolsa de la labor que estaba tejiendo, cuando le quedaba algo de tiempo libre. Se acercó a la mesilla de noche y apagó la vela que había sobre el mueble; tras darle las buenas noches a Eve, salió del dormitorio para ir a descansar al suyo, que se encontraba en la última planta, donde todos los sirvientes de la casa dormían. La segunda planta de la casa estaba dividida en dos alas. En una de ellas, se encontraban los aposentos de la familia, en la otra, estaban los dormitorios que solían usar los invitados.
Eve intentó dormir, pero le resultó complicado. Se quedó largo tiempo despierta pensando que la visita de esa tarde no habría podido salir mejor. Tenía que dar las gracias a lady Martha, porque estaba claro que había hecho posible que las admitieran. Ella habló a favor de las hermanas para que las demás patrocinadoras las aceptaran como socias. A partir de ahora esperaban asistir a los eventos que el club organizaba. Eve lo deseaba tanto como Edi.
Hora y media más tarde, todavía seguía despierta y dando vueltas en la cama. Su mente volvió a pensar repentinamente en el suceso de la noche anterior. Preocupada por si realmente había alguien que quería matarla. Aunque se devanaba los sesos por encontrar a un responsable, no se podía imaginar quién deseaba verla muerta a ella. No, no, se decía una y otra vez, esa bala no era para ella, sino para Devon. Eve sospechaba que alguna amante enfadada y rechazada quisiera vengarse del lord. Era la única teoría posible que encontraba ella, tras darle vueltas y vueltas al asunto. De lo único que ella se acordaba era de estar en el jardín y al poco tiempo algo tropezaba con ella y la derribaba al suelo. Su cuerpo se estremeció al recordar a Devon encima de ella. En su mente seguía viva la fortaleza de sus músculos, el aroma a perfume y masculinidad que él emanaba. Hacía que todos los cimientos de Eve se tambalearan y que su decisión de mantenerse soltera flaqueara. No, no, no, se estaba volviendo a ir por las ramas de nuevo. Si había un hombre menos adecuado para el matrimonio, ese era Devon St. Claire. Harta de dar vueltas en la cama, separó las mantas y se levantó, se puso la bata de casa rosa de seda y se acercó a la ventana. Corrió la cortina y vio que todavía seguía lloviendo con fuerza y que la noche estaba muy oscura. Volvió a cerrar la cortina y después se sentó en el sillón que tenía cerca de la chimenea, que todavía ardía. Uno de los lacayos había puesto troncos suficientes para que el fuego