Un lord enamorado. Noelle Cas
La decoración de las paredes era roja. Dominaba la estancia una gran cama con dosel de madera de caoba. Un edredón beige cubría la enorme cama, al igual que las cortinas que cubrían el dosel. A ambos lados de la cama, había dos mesillas de noche también de la misma madera. Dos lámparas descansaban encima de la mesilla, ya que el hotel era uno de los primeros edificios que disponía de electricidad, cuarto de baño y agua corriente. A la derecha, estaba situada la cómoda con espejo. Al lado, se encontraba la puerta del cuarto de baño. A la izquierda, había un armario empotrado de dos puertas.
Lo primero que hizo Brigitte al entrar fue acercarse al espejo de la cómoda para ver lo bien que adornaba su cuello el magnífico collar.
―Espectacular ―dijo Devon situándose detrás de ella y besando su dulce cuello.
Ella inclinó un poco la cabeza mientras Devon empezaba a acariciar su espalda suavemente. Minutos después, ella se giró y lo besó. Devon puso la mano en su cintura y fue subiendo poco a poco hasta los pechos de Brigitte, luego fue desabrochándole el vestido, y la prenda fue cayendo lentamente al suelo, al tiempo que él se quitaba las calzas. Devon la cogió en brazos sin dejarla de besar y la dejó sobre la cama. Siguió desnudándola y acariciándola por todo su cuerpo. Ella, a su vez, le desabrochó la camisa a Devon frenética. Mientras los dos seguían envueltos en una nube de pasión. Devon ya no pudo resistirlo más y con una poderosa embestida entró en el interior de Brigitte, mientras los dos agonizaban por un deseo que los hacía arder de puro fuego. Vivieron una noche intensa de placer, mientras la luz del día se empezaba a colar por los grandes ventanales de la habitación, y fue entonces cuando ambos se quedaron dormidos, exhaustos después de la tórrida noche de placer que habían vivido.
Eran las once de la mañana cuando Devon abrió los ojos. Se quedó largo tiempo observando cómo su amante yacía profundamente dormida, después de la larga noche tan apasionada que habían vivido. Ayudaba el hecho de que Devon llevaba semanas sin acostarse con ella y su cuerpo la había necesitado desesperadamente. Era una mujer hermosa, pero se veía todavía más preciosa después de hacer el amor toda la noche.
―Buenos días ―dijo él besando sus labios para despertarla.
―Hola, mi amor ―respondió ella tras un largo beso.
―Brigitte, debo irme ya... se me ha hecho muy tarde.
―No entiendo por qué sigues trabajando, tu fortuna debe ser formidable…
―Pero el dinero no dura eternamente ―la interrumpió Devon―. Me enseñaron desde muy joven lo importante que es ganarse uno su propio dinero.
―Si yo fuera tú, no me andaría con tantas contemplaciones, me dedicaría a disfrutar de la buena vida y a gastar el dinero a manos llenas.
―Con esa intención te casaste con el viejo Arthur Salcombe, ¿no es cierto?
Ella suspiró y finalmente dijo:
―Esperaba que siendo su esposa me diera acceso a su fortuna y administrar el dinero a mi modo. Es un anciano y creí que podría manejar a Arthur a mi antojo, pero nada salió como yo esperaba. Apenas me da dinero para comprarme vestuario nuevo. Mucho menos puedo pedirle que me compre joyas. ―Y acarició el delicado collar que descansaba en su cuello.
―¿Por qué no lo abandonas? ―sugirió Devon.
―¡Estás loco!, ¿y perder toda la fortuna que heredaré cuando el viejo pase a mejor vida?
―A mi lado nunca te faltaría de nada. ―Y la volvió a besar.
―¡Pero tú no quieres una esposa! ―exclamó ella.
―Tienes que conformarte con lo que te ofrezco. Siendo mi amante puedes disfrutar de privilegios que otras mujeres no pueden aprovechar ―dijo señalando el collar.
Poco después, separó las mantas de la cama y se levantó, mientras Brigitte se recostaba sobre el enorme cabecero de la cama. Devon se vistió lo más rápido posible y tras despedirse con otro beso de su amante, salió del hotel a grandes pasos. El carruaje seguía aparcado en el mismo lugar de la noche pasada. Pudo ver que Jonas salía del interior del vehículo y se recomponía la ropa. Estaba seguro de que el cochero había pasado la noche en el interior del carruaje. En cuanto lo vio, se excusó con él y abrió la portezuela para que Devon entrara. Después de indicarle a Jonas que lo llevara a casa, el cochero subió al pescante y poco después, el carruaje se ponía en marcha.
Mientras viajaba en el carruaje, pensó que Brigitte Salcombe era igual que las demás amantes que habían pasado por su vida. No se conformaba solamente con las noches de placer que le daba, ni todos los regalos caros que recibía de Devon, lo quería todo. Ella misma le había insinuado que si él le ofreciera matrimonio, abandonaría a su decrépito marido. Las mujeres eran unas interesadas que nunca se conformaban con lo que él les daba, pensaba cínico. Todas estaban deseosas por cazar a uno de los solteros más cotizados de Londres. Aunque todo el mundo sabía que era un mujeriego empedernido, las apuestas seguían siendo altas para saber qué mujer sería capaz de echarle por fin el lazo a Devon St. Claire. Pero él seguía teniendo muy claro que nunca se iba a casar; el amor, para él, había muerto con su amada Evelyn y no había más que decir al respecto.
Ya en casa, pidió a Dawson que le subieran la bañera al dormitorio porque necesitaba darse un baño. Diez minutos después, estaba dentro de la bañera notando cómo los músculos del cuerpo se le relajaban con el agua caliente. Poco después, salió envuelto en una toalla y Vincent lo ayudó a vestirse. Ese día, el ayuda de cámara eligió un traje pantalón y chaqueta azul oscuro, camisa azul cielo y pañuelo azul oscuro. Ya vestido, contempló el resultado delante del espejo, mientras Vincent le pasaba el peine y Devon se peinó el pelo hacia atrás. Luego, bajó al piso inferior donde Dawson ya lo estaba esperando con el maletín entre las manos. Cuando estuvo al lado del mayordomo, cogió el maletín y salió de la casa acompañado de un lacayo que lo siguió hasta el carruaje que lo estaba esperando. El sirviente abrió la portezuela y Devon entró en el interior del vehículo. Después de acomodarse, dio unos suaves golpes en el techo y poco después el cochero puso el carruaje en marcha y lo llevaba a la oficina del banco; después de todo el retraso que llevaba esa mañana, seguramente tendría un montón de trabajo acumulado en su oficina. Brigitte lo había entretenido mucho más de lo que se esperaba esa mañana.
3
Días después, Morton se encontraba comiendo en compañía de su esposa. Dentro de dos días, sería el baile de los Dunant, al que habían sido formalmente invitados gracias a Pamela. Esa sería la ocasión perfecta para deshacerse de St. Claire. Lo había desplumado en varias ocasiones en el White´s, jugando al póker, y no iba a permitir que ese malnacido siguiera quedándose con todas las ganancias y burlándose de él. Lo que tenía que planear era cómo iba a acabar con el idiota del lord.
―Morton, ¿en qué estás pensando? ―lo interrumpió Pamela.
―En nada, mujer… ―respondió él.
―No me mientas, estás completamente distraído. ¡Yo hablándote del vestido que luciré en el baile, y tú…! ―exclamó ella haciendo un mohín.
―Cariño, te verás hermosa con lo que te pongas.
―¿Mucho más que Eve Mcpherson? ―Quiso saber ella.
Morton parpadeó sorprendido por la pregunta mientras respondía:
―¿A qué viene todo esto, Pamela?, debería quedarte muy claro que la que me interesas eres tú. Al fin y al cabo, me casé contigo, ¿no?
Ella cortó un trozo de carne que tenía en el plato, se lo llevó a la boca y masticó despacio, mientras pensaba qué decir.
―Morton, sabías muy bien que mis padres poseen una fortuna mucho mayor que la de lord Mcpherson.
―No quiero seguir hablando de este tema. ―E hizo una seña para que su mujer se callara. Ella tuvo que tragarse la rabia que sentía, sabía perfectamente que su marido todavía seguía sintiendo algo por