Un lord enamorado. Noelle Cas
joya que iba adquiriendo para complacer a lady Salcombe. Entró en la estancia y tras marcar la combinación, sacó un estuche de terciopelo negro. Devon abrió el estuche y contempló el magnífico collar de oro blanco y diamantes engarzados y zafiros, formando diminutas rosas alrededor. Acarició con la mano la exquisita joya, una de sus últimas adquisiciones al joyero Martin Cristienssen, poseedor de la única joyería de prestigio de todo Londres. Ese hombre trabajaba con materiales de primera calidad y sus diseños en el mercado eran únicos. Cerró el estuche justo en el momento que Dawson llamaba a la puerta para avisarle de que el carruaje estaba listo. Devon cerró la caja fuerte y guardó la joya en una bolsa de terciopelo, al tiempo que le decía al mayordomo que enseguida salía. Ya fuera de la estancia, Dawson lo acompañó hasta la entrada principal. Devon dejó la bolsa sobre la consola y se puso los guantes que el mayordomo le daba, poco después, cogió la bolsa del mueble y dijo que no lo esperaran despiertos. El cochero lo estaba esperando con el abrigo y el sombrero bien calado para intentar resguardarse del frío y de la humedad. Abrió la portezuela del carruaje tan pronto lo vio salir por la puerta. Devon llegó al carruaje y dio la dirección del Regency, un club que frecuentaban mujeres y hombres. En el local, las clases inferiores se mezclaban con la nobleza. A su parecer, era un club mundano que tenía mucho que desear, pero era el único lugar seguro en el que podría localizar a su amante, ya que era clienta habitual del club. Tras asentir, el cochero subió al pescante y fustigó a los caballos para que se pusieran en marcha. El carruaje empezó a rodar, mientras Devon cerraba la cortinilla de la ventanilla para que no lo reconocieran.
Los Everett todavía seguían en casa de Eve. Esta le había preguntado discretamente qué hora era a una de las doncellas que servía la mesa. Ya pasaban de las doce y media de la noche, el matrimonio no tenía prisa por querer irse a dormir. Su hermana estaba haciendo milagros para mantenerse despierta. Algo similar le pasaba a Eve, ya que la conversación entre su padre y la pareja era insulsa y soporífera a más no poder. En ese momento, los hombres se disculparon y se encerraron en el despacho a disfrutar de una buena copa de oporto y de su acostumbrado puro. Mientras, las mujeres fueron a sentarse al salón dorado y una doncella les sirvió té. Se pusieron a hablar de la nueva Temporada social que estaba a punto de comenzar, haciendo apuestas de quiénes serían las nuevas debutantes presentadas en sociedad, y qué parejas formarían una unión ventajosa. Eve esperaba que no saliera a colación nada relacionado con la cruz de su existencia, Devon St. Claire. No necesitaba que nadie se lo estuviera recordando a cada momento.
La velada duró hasta bien entrada la madrugada, cuando los invitados anunciaron que se iban. Amelia y otra doncella ayudaron a ponerse los abrigos a la pareja, poco después subieron al carruaje. Eve y Edi dieron las buenas noches a su padre y subieron a sus dormitorios. Una somnolienta Ángela estaba esperando a Eve para ayudarla a cambiarse y ponerse el camisón. La joven respiró aliviada al poder acostarse a descansar. La doncella le desabrochó el vestido y lo dejó caer al suelo, separó las piernas para que Ángela lo guardara, mientras ella se ponía el camisón. Luego se sentó frente al tocador y la doncella le quitó la diadema y deshizo la trenza quedando una cascada de rizos.
Veinte minutos más tarde, Eve ya estaba acostada y a punto de quedarse profundamente dormida. En cuanto le dio las buenas noches a la doncella, ya no fue capaz de permanecer más tiempo con los ojos abiertos. El día le había resultado agotador y eterno.
Amelia ayudó a Edi a quitarse el vestido y ponerse el camisón. La joven estaba cansada, pero, aun así, tenía ganas de charlar. El ama de llaves puso los ojos en blanco pidiendo paciencia. No tenía ni idea de dónde sacaba esa niña tantas energías, sobre todo a esas horas de la madrugada. Media hora después y de insistir para que se acostara, Edi cayó rendida en la cama. Amelia la arropó, apagó la luz de la vela y salió del dormitorio para ir a descansar.
Devon ya llevaba más de una hora en el club y todavía no había visto a lady Brigitte Salcombe. Esperaba que ella apareciera esa noche. Llevaba semanas sin acostarse con ella y su cuerpo anhelaba el contacto de su suave piel. Su cuerpo se estremeció de placer al recordar los besos, las caricias y todas las noches de pasión que había compartido con su amante. Pidió otra bebida mientras esperaba a que la mujer llegara. Seguramente estaba esperando a que su marido se quedara durmiendo y poder salir de la mansión en que la tenía recluida. Ojalá no se equivocara y ella apareciera, mientras pensaba en la joya que había dejado a cargo del cochero. Estaba seguro de que la mujer se iba a quedar asombrada por la exquisita joya. Su fortuna era considerable y podía permitirse el lujo de agasajar a las mujeres que tanto placer le daban. Pero Devon tenía muy claro que las relaciones con esas mujeres no iban a pasar de lo físico. Ninguna de sus amantes se podía comparar con Evelyn. Su prometida había sido una mujer única e irremplazable. Devon creía que cuando Dios había fabricado a Evelyn, rompió el molde y no existía sobre la faz de la Tierra una mujer como ella. Se bebió el contenido de la copa, sacó el reloj y comprobó que ya pasaban de las dos y cuarto de la madrugada. Esperaría un poco más, si Brigitte no aparecía pronto se iría a casa. Se sintió molesto porque esa noche no iba a poder disfrutar de los encantos de su amante.
Devon estaba a punto de levantarse de la mesa donde estaba sentado, dispuesto a marcharse a casa, cuando de pronto escuchó muy cerca del oído, una voz aterciopelada que reconoció al instante.
―Me estabas esperando… ―susurró Brigitte.
El cuerpo de Devon se tensó de placer, al notar el cálido aliento de su amante sobre su piel. Luego ella se sentó en la silla que había frente a él.
―Pensaba que esta noche no ibas aparecer por el club. No tuve tiempo de enviarte un recado por un sirviente ―dijo Devon mirándola con intensidad.
―Tenía pensado venir temprano, pero Arthur tardó una eternidad en quedarse dormido.
―Me alegro de que pudieras librarte del viejo y acudir al club.
Se acercó a ella y la besó apasionadamente; por fortuna, en ese antro nadie estaba pendiente de lo que hacía la gente, solo deseaban divertirse y nada más. Después de unos minutos, dijo:
―Brigitte, salgamos de aquí, tengo algo que quiero darte.
―¿En serio…? ―preguntó ella haciéndose la sorprendida.
Devon se levantó de la silla y extendió la mano a Brigitte para que se levantara. Abrazados, salieron del club. Fuera ya no llovía y fueron dando un pequeño paseo hasta el carruaje. Jonas, el cochero, bajó del pescante nada más ver a la pareja. Esperó pacientemente con la portezuela abierta mientras Devon y la mujer llegaban al lado del carruaje. Jonas entregó discretamente a su patrón la bolsa de terciopelo que había dejado a su cargo. Luego, el cochero ayudó a la dama; cuando estuvo acomodada, Devon tomó asiento al lado de ella. Poco después, Devon dio unos suaves golpes en el techo, y enseguida el carruaje se puso en marcha. Jonas sabía perfectamente a dónde debía dirigirse cuando su patrón estaba en compañía de esa mujer.
Devon abrió la bolsa y sacó de su interior el estuche del collar.
―Esto es para ti, mi amor. ―La besó de nuevo, pero esta vez con más intensidad y mucha más pasión. Largo rato después, Brigitte abrió el estuche y se quedó asombrada al ver la carísima joya.
―¡Ohhh, Devon... es... es asombroso…! ―exclamó la mujer―. ¡Nunca había visto un collar tan espectacular!
―Sabía que te iba a gustar, lo vi en la joyería y pensé que era perfecto para ti ―respondió él, sacando el collar del estuche y lo puso en el delicado cuello de Brigitte.
―Estás increíblemente hermosa. ―Y volvió a besarla.
―Estoy deseando verme en el espejo ―dijo ella entre beso y beso.
Media hora más tarde, el cochero aparcaba al lado del Savoy, el hotel más glamuroso de la época. Jonas bajó del pescante, y abrió la portezuela del carruaje para que Brigitte y Devon bajaran. Poco después, subieron las escaleras del edificio y el portero les abrió la puerta. Ya en el interior del edificio, una nube de colorido y elegancia los recibió. Devon se acercó a recepción y reservó una habitación, luego un botones los acompañó a la habitación que les habían asignado.