Cadena de mentiras. Rowan du Louvre

Cadena de mentiras - Rowan du Louvre


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no obstante, tuvo que hacer algo de fuerza para lograr desasirse de mí, puesto que yo me negaba a separarme de la pasión de su abrazo.

      —Te he echado tanto de menos… —masculló con la respiración sofocada, tras la efusividad de nuestro beso.

      Y entonces, un gesto suyo terminó de descolocarme por completo, logrando hacerme entrar en una crisis de pánico. Dejó ir mi mano para introducir la suya en el bolsillo de su pantalón. Por alguna razón me convencí de que buscaba algo. Un objeto para el que yo todavía no estaba preparada.

      —Quería hablar contigo esta noche —susurró reteniendo mi mirada—. Sobre nosotros…

      Mi corazón parecía querer saltar de mi pecho. No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. ¿Realmente había un nosotros? Sabía de un él y un yo, pero desconocía en qué momento aquello se había transformado en un nosotros. Si ni siquiera habíamos probado de vivir juntos. Y no es que Julien no me gustase, pues saltaba a la vista que sí, pero…

      —Julien, yo… —intenté hablar, pero las palabras se negaban a subir por mi garganta.

      Puede que durante la cena hubiese podido estar segura de que Julien era perfecto para mí, pero evidentemente cuando lo pensé no fue porque creyera que debía firmarlo en un documento tan pronto… También podría ser que me estuviese precipitando, y que no fuese una propuesta de matrimonio lo que él quería ofrecerme. También podía ser que intentase convencerme para vivir juntos, o que hubiese planeado un viaje, o que simplemente quisiera terminar con todo aquello, pero entonces, no habría insinuado que me había echado de menos, ¿no?

      En estos momentos de tortuosa incertidumbre, deseaba más que nunca que comenzase a sonar el molesto busca, que anteriormente no había habido manera de silenciar. También sabía de antemano que, probablemente, él había desconectado su móvil. Y fue entonces cuando caí en la cuenta de algo más. Durante la búsqueda de las llaves en mi bolso no había visto ese aparato, por lo que sentencié que seguramente Julien se debió hacer con él cuando cogió las llaves de mi casa, para garantizarse de que esta noche no habría interrupciones.

      «¡Que tramposo!», pensé contrariada.

      Sin embargo, otro sonido afín me salvó de aquella encerrona. Se trataba del teléfono de casa. Aunque me extrañó que se le pasase por alto desconectar algo tan obvio, sabía que en adelante no debía subestimarle. En parte, casi me sabía mal sentirme tan aliviada por aquella inoportuna llamada, pero yo era así de desnaturalizada en algunas ocasiones.

      —Debo contestar… —mentí apresurándome para levantarme.

      —Déjalo sonar —imploró él.

      Sus palabras de desaliento fueron como una puñalada a traición, y su mirada rebosante de compasión me desarmó sin remedio. No contento con ello, todavía me sujetó de la mano y la acercó con ternura a su rostro.

      —Tengo que ir —intenté convencerle, incapaz de seguir contemplando su mirada de niño abandonado.

      —Por favor…

      —Vuelvo enseguida, Julien —resolví finalmente, fingiendo ser valiente.

      Me desprendí de su mano sin fuerzas, y me incliné levemente para besar sus labios. Fue un beso corto y rápido, pero a fin de cuentas un beso que, a pesar de todo, Julien me devolvió. Acto seguido le di la espalda sin mirarle, para no tener que enfrentarme a su tremenda decepción. La cuestión era que en el fondo me sentía tan mal…

      Un hombre maravilloso había tomado la difícil decisión de compartir su vida con un desastre de mujer como yo, y lo más sensato que se me ocurría era salir corriendo. ¿Por qué era tan cobarde? ¿De qué tenía tanto miedo?

      Me acerqué al teléfono del recibidor, ya que el de la habitación había quedado fulminado por la mañana, durante la discusión con mi padre. Como era costumbre en mí, antes de descolgar el aparato observé en la pantalla el número de la llamada entrante y me di cuenta del tremendo error que acababa de cometer al creer que sería mejor opción responder al teléfono que tratar de conversar con Julien. ¿Quién me iba a decir que para salvarme de un gatito inofensivo iba a tener que enfrentarme a las garras de un león?

      —¡Hola, Andru! —saludé decepcionada.

      Pude escuchar como Julien, tras sentir el nombre de mi progenitor, se levantaba del sofá para quedarse apoyado en el marco de la puerta que separaba el salón del recibidor, para seguir el hilo de la conversación. Sabía de sobras que tras aquella llamada necesitaría refuerzos. Después de todo, seguía preocupándose por mí.

      —Rowan, cariño —saludó mi padre con la voz forzada, como si me estuviese preparando un nuevo melodrama—. Espero no haberte despertado, pero es que acabo de ver las noticias y he escuchado lo del tiroteo en esa cafetería…

      —Lamento comunicarte que he sobrevivido, si es lo que quieres saber —le corté tajante, incapaz de seguir con el guion de la película que él mismo se había montado.

      En ese mismo instante, intuí también de qué manera había llegado a enterarse Julien de que mi paciente de esta tarde había sido un herido de bala. Sí, al final se ponía en evidencia lo exageradamente desconfiada que llegaba a ser. Entonces comencé a sentirme mal por cómo le había respondido a Andru; a fin de cuentas, él era mi padre y podía ser que su tono de preocupación fuese real.

      —Comprendo que estés enfadada conmigo después de cómo ha trascendido nuestra conversación de esta mañana —continuó en tono conciliador—. Pero solo con que me respondas al teléfono hoy, tengo suficiente.

      —Lo siento —me disculpé arrepentida—. No he tenido un buen día.

      —Tengo entendido que el inspector le Viel ha vuelto a la ciudad —dijo entonces, haciendo caso omiso de mis palabras—. Imagino que debe estar ahí contigo, y pese a que no pretendo molestar ni mucho menos, me encantaría hacerte una pregunta.

      —¿Qué quieres saber?

      —¿Cómo están las cosas entre vosotros? —inquirió derrochando dramatismo—. Deja que me explique. En las noticias dijeron que el motivo por el que ese hombre salvó la vida fue porque tú estabas allí en el momento de los disparos…

      —Sigo sin comprender qué tiene eso que ver con Julien o conmigo.

      —Es muy sencillo, hija —continuó, haciendo especial hincapié en nuestro parentesco—: debe haber problemas en el paraíso para que tú, que tanto has criticado mis escarceos, te pasees por Saint Cyprien en compañía de otro hombre.

      —¿De qué estás hablando? —increpé molesta, consciente de que había subestimado las ganas de hacer daño de mi padre—. ¡No pretendas justificarte conmigo!

      —No lo hago —respondió con voz queda—. Es solo que me preocupa la repercusión que puedan tener tus devaneos sexuales en mi carrera.

      —¡Eres un ser despreciable! —exclamé entonces, furiosa.

      Julien, después de escuchar el tono de mi voz, se acercó a mí por la espalda para ponerme sus manos sobre los hombros, con gesto protector. Sentí que me infundía fuerzas para que no me derrumbase y para que, sobre todo, mi eterno rival no se concienciase de su inminente victoria.

      —Sé lo que soy y lo asumo, pequeña entrometida —alegó Andru con entereza—. ¿Puedes hacer tú lo mismo?

      —¡Por un momento había llegado a pensar que te preocupabas realmente por mí! Pero ahora veo que no he podido estar más ciega. ¡Deja de hurgar en mi vida! ¡Que tú engañases a mamá no te da derecho a hacer comparaciones! ¡Nunca seremos iguales!

      —De eso no me cabe la menor duda.

      Julien me quitó el teléfono de las manos antes de que Andru terminase de decir lo que tuviese que explicarme, y lo colgó sin miramientos. Si no fuese por él, seguramente hubiese continuado gritando a mi padre hasta quedarme afónica. Pero logró calmar mis nervios con su carácter conciliador, cuando me recompensó con


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