Cadena de mentiras. Rowan du Louvre
de tus actos! ¡Ni tampoco de acusaciones del tipo «abuso de autoridad» o «falta de compañerismo»! —exclamó el señor Gordon perdiendo los papeles.
—¿Abuso de…? —intenté manifestarme, pero mi jefe no me lo permitió.
—¡Anuló a sus compañeros en el quirófano y se pasó la normativa…!
—¿Por el culo? —le interrumpí de repente, más furiosa conmigo misma por tratar de justificarme que por el hecho de que el señor Gordon me hubiese convocado en su despacho.
—¡Haz el favor de hablar con propiedad! —exclamó mi jefe, golpeando la mesa con el puño cerrado.
A causa de eso me di cuenta de inmediato de mi tremendo error. Acababa de propasarme con el director y aquello tenía un precio. Había superado con creces los límites de mi propia imbecilidad, y más pronto o más tarde me enfrentaría a las consecuencias. Aun así, tenía el firme convencimiento de que, presuntamente, había salvado una vida. A fin de cuentas, mi profesión abarcaba precisamente eso. ¿Qué se supone que debía hacer si no? ¿Hubiese sido mejor profesional si le hubiese dejado morir por seguir al pie de la letra la puñetera normativa?
Hasta donde yo sabía, el juramento hipocrático y el reglamento de enfermería defendían el principio de velar por la vida de cualquier persona, desde el instante de la concepción e, incluso bajo amenaza, a no emplear los conocimientos médicos para contravenir las leyes humanas. Entonces, ¿no era eso lo que yo había demostrado en el quirófano?
—No sé dónde pretende llegar, señor —rebatí tratando de esquivar su mirada de pocos amigos—. Intervine al paciente y creo poder asegurar que fui rigurosa con el reglamento. Pese a mi hipotético mal comportamiento, que yo no califico como inadecuado, dudo que mis compañeros presentasen queja alguna con respecto a mí. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el paciente sigue con vida gracias a algunas determinaciones de urgencia que en su momento creí convenientes.
—Sabes perfectamente que tu manera de maniobrar es sancionable —rebatió con firmeza—. ¿Y si durante tu intento por recuperar el ritmo cardíaco hubieses agravado sus lesiones u ocasionado otras nuevas? Podrías haber dejado en entredicho la profesionalidad del centro hospitalario, así como a sus especialistas. Además de tener que enfrentarte a una importante demanda por negligencia médica.
—Era un riesgo que merecía la pena correr —resolví finalmente, dándole la espalda a mi jefe, indignada por su reprimenda. Luego, simplemente, me despedí—: Si me disculpa, señor, tengo asuntos más importantes que atender.
—¡No he terminado contigo todavía!
—Buenas noches, señor Gordon —le interrumpí haciendo caso omiso a sus palabras—. ¡Por cierto! Hágale llegar mis condolencias a ese tal Bastien, por su patética existencia.
Después de mi espectacular despedida abandoné el despacho del señor Gordon, sin pensamiento ninguno de volverme para contemplar su rostro desencajado por mi comportamiento. Solo cerré la puerta detrás de mí y me alejé sin remordimientos.
Anduve por aquel pasillo rezando por no encontrarme con el impresentable de Bastien. Hasta ese momento había intentado convencerme de que tan solo habíamos tenido un mal comienzo, pero estaba claro que había tropezado con una inoportuna piedra que entorpecía mi camino.
Lo mejor para ambos era que no tuviese el placer de volver a encontrarle hasta que me olvidase del mal humor que me había provocado el sermón del señor Gordon.
Sin más obligaciones en el hospital, opté por guardar mi acreditación en el bolso, dispuesta a regresar a la tranquilidad de mi hogar, donde más tarde o más temprano me deleitaría con la visita de Julien. En ocasiones como la de hoy me halagaba enormemente poder contar con todo su apoyo. Siempre era un placer disfrutar de su compañía, pero en estos momentos, además, ansiaba encontrarle para reconfortarme entre sus brazos.
—¿Qué sería de mí sin él? —Suspiré, decaída por todos los contratiempos que se me habían presentado durante el día.
—No renuncies a él… —dijo de repente alguien detrás de mí.
Después de aquel comentario me volví sorprendida para encontrarme con Lorraine, que me observaba preocupada.
—¿Qué no renuncie a quién? —repetí incrédula.
Lorraine, lejos de intentar explicarme lo que había intentado decirme, todavía se rodeó de más misterio y murmuró en voz queda:
—No le des la espalda.
No perdió un segundo más en terminar de concretar lo que fuese que tratara de decir con aquellas palabras. Por el contrario, hizo una mueca con su rostro, como tratando de darme a entender que, más que una orden, lo que pretendía hacerme era una súplica. Después me rebasó sin mirar atrás y prosiguió su camino, como si aquella conversación no hubiese tenido lugar. Estuve a punto de creer que todo había sido producto de mi imaginación, cuando advertí que mi amiga no se había plantado en mi camino por la más pura casualidad. Detrás de ella se hallaba la UCI, donde recientemente habían trasladado a Derek, por lo que supuse que había estado en la habitación que él ocupaba.
Quizás Ethan le había puesto al corriente de la determinación que había tomado con respecto al paciente, razón por la cual ella, en lugar de comprenderme y apoyarme incondicionalmente, había optado por reivindicar su opinión de no dejar a Derek en manos de otro especialista. Pero lo que realmente me extrañó fue cuál podía ser su interés para que yo me hiciese cargo personalmente de él.
Mis pasos se dirigieron inconscientemente hacia la unidad de cuidados intensivos. Cuanto más cerca estaba, más desconcertada me sentía. Era como si me faltase el aire. Mi corazón latía desbocado y el recuerdo del olor de su perfume me provocaba un hormigueo parecido al aleteo de mariposas en el estómago. Me detuve a escasos milímetros de la puerta con el corazón al punto del colapso a causa de las pulsaciones. Un latido más y estallaría, saltando de mi pecho en mil pedazos. Me asaltaban las dudas. Ni siquiera me veía capaz de abrir la puerta. Acerqué la mano hasta el pomo de la misma y la dejé reposar allí. Me faltaba valor para moverme. Tenía miedo por todo lo que en aquel instante estaba sintiendo dentro de mí. Derek me atraía hacia él como si se tratase de un vórtice y yo no era capaz de evitar caer en su epicentro.
Finalmente me armé de valor, respiré hondo y me dispuse a entrar en la habitación en silencio. Permanecía a oscuras. La única luz que había era la que se filtraba desde el pasillo, por la abertura de cristal opaco de la puerta.
Dirigí la mirada hacia el frente y por fin le vi. A simple vista daba la sensación de que dormía, pero era simplemente el efecto que producía tenerle tumbado sobre la camilla con los ojos cerrados. Llevaba puestas las gafas nasales por las que se le subministraba oxígeno, ya que la saturación seguía siendo relativamente baja. El monitor mostraba sus constantes todavía débiles. Esperar que ya se hubiese estabilizado era precipitarse en el diagnóstico.
Al parecer todo estaba en relativo orden. Por fin había confirmado que su estado estaba dentro de los parámetros normales, teniendo en cuenta las lesiones que había sufrido. Convencida de ello, me volví sobre mis pasos dispuesta a macharme, cuando en un espasmo impredecible, que yo no pude ver, la mano de Derek me detuvo, sujetando mi brazo con poca fuerza.
—¡Derek! —me sorprendí, volviéndome como un acto reflejo.
Le observé totalmente atónita y pude verle con los ojos entreabiertos, cosa que me sorprendió debido a las complicadas intervenciones a las que se había visto sometido y a la cantidad de anestesia que había recibido su cuerpo.
—Rowan… —susurró mi nombre, con un hilillo de voz apenas audible.
De repente me quedé igual que cuando nos conocimos hacía tan solo unas pocas horas. Me gustaba oír su voz, me eclipsaban sus labios y hasta la poca cordura que me quedaba se desvanecía con su mirada. Tenía un rostro perfecto, incluso aunque estuviera magullado a causa de la caída tras los disparos.
—Tus… hechizos… han…