Cadena de mentiras. Rowan du Louvre
respecto a las secuelas que pudiesen llegar a quedarle tras la falta de oxígeno en el cerebro. Al parecer no me había olvidado. Recordaba mi nombre y también algunos de los temas de la conversación que habíamos mantenido en la cafetería. ¿Qué más se podía pedir? Tras esas palabras, sus ojos volvieron a cerrarse, dejando una sonrisa que ofrecía un tono cálido a su rostro. A partir de ahí, la mano que anteriormente sujetaba la mía, cayó sin más. Le devolví parte de su dignidad cuando coloqué bien su brazo y, en un impulso incontrolado, acaricié su mejilla. Era suave, pese a la barba de algunos días que la cubría. Sin saber muy bien por qué, todavía le observé unos segundos más y luego, aun consciente de que no podía verme, le devolví la sonrisa.
—Descansa, Derek…
Detuve el Jeep delante de la puerta del garaje de mi casa. Estaba demasiado cansada para guardarlo dentro, por no decir que no tenía ganas siquiera de hacer ese pequeño esfuerzo. Inmediatamente después de salir del vehículo, me abordó a traición una brisa helada que erizó mi piel sin remedio. Hacía frío en la calle, de eso ya no me cabía la menor duda, y lo peor era que no había encontrado más ropa en el trabajo que la camiseta excesivamente escotada que ahora vestía.
Una vez delante de la puerta abrí el bolso y me propuse encontrar las llaves. Debo admitir que me deprimí cuando llegué a ver la cantidad de cosas inútiles y excentricidades que había dentro. El típico montón de trastos que se acostumbraba a meter y que no servía para nada.
Me pasé tanto tiempo hurgando en el interior, que incluso temí llegar al punto de vaciarlo y no hallarlas, cuando de repente, la puerta se abrió sola. «Pero, ¿qué narices…?», me pregunté incrédula.
Observé mis manos detenidamente para terminar de convencerme de que no había tenido nada que ver en todo aquello. El tema de la magia era algo en lo que no había llegado a creer jamás, por lo que la opción que restaba no era precisamente la más conciliadora.
—Buenas noches, preciosa —saludó entonces Julien desmantelando mi teoría del allanamiento de morada.
—¿Cómo has entrado?
—Bueno, para ser sincero debo admitir que sustraer las llaves de tu bolso no resultó de lo más sencillo —respondió divertido, mientras me sujetaba por la cintura para darme la bienvenida—. Sé que dice muy poco a mi favor como inspector de policía, pero prometí pasar la noche contigo y…
Dejó la frase sin terminar para centrar todos sus sentidos en mi bienestar. No había tardado mucho en percatarse de que mi vestimenta no era quizás la más adecuada para la época del año en la que nos encontrábamos. Su cálido abrazo no se demoró demasiado y eso me halagó.
En el salón de casa, Julien había dispuesto una velada de lo más romántica. No había escatimado en detalles: desde la preparación de la mesa —con un mantel negro, un camino de mesa blanco y algunos pétalos de rosa esparcidos con gusto sobre la misma—, hasta la decoración del resto del salón con velas encendidas por toda la estancia, que cedían una luz cálida y bastante acogedora. Julien tenía el don de cautivarme, y aquella cita tenía pinta de convertirse en una cena inolvidable.
Sorprendida favorablemente por aquellos preparativos, recompensé a Julien con un beso, el mismo con el que él no se había demorado en la entrada de mi casa para recibirme, consciente de que estaba pasando frío en el exterior. Solo que el mío se convirtió en algo más. Me costaba controlar mis impulsos. Sus labios eran tórridos, igual que sus manos; su aroma era dulce como él y su pelo castaño y ondulado se enredaba fácilmente entre mis dedos.
Julien era un hombre alto y bien parecido y acostumbraba a ser meticuloso con la ropa que vestía. Le gustaban las veladas tranquilas, quizás porque en su trabajo como policía ya encontraba a diario la dosis exacta de adrenalina que precisaba. Pero en mi caso, de vez en cuando añoraba un poco de acción en nuestras citas. Por lo demás, estaba prácticamente convencida de que podía llegar a convertirse en el hombre de mi vida. Puede que no existiese el hombre perfecto, pero él, para mí, era lo más parecido.
Nos sentamos a la mesa para degustar el suculento menú que Julien había preparado para ambos. Tenía una pinta estupenda, aunque teniendo en cuenta que no había comido nada en todo el día, hasta el plato menos elaborado me hubiese parecido un manjar esta noche. Pero ese no era el caso. Sinceramente mi cocinero personal se había superado, y lo había hecho con creces.
Descorchó una botella de vino tinto, llenó las copas de ambos y se dispuso a brindar sin más dilación. Mientras alzaba la mía, no pude evitar fijarme en cómo le brillaban los ojos. Estaba especialmente radiante esta noche, y no sabía exactamente el por qué.
—Por una velada insuperable y cargada de sorpresas —manifestó Julien con voz cálida, a la par que nuestras copas de cristal se besaban.
—Sabes que detesto las sorpresas… —añadí mirándole desconfiada, mientras tomaba un trago de mi copa.
Inmediatamente después comencé a devorar literalmente mi cena. Al principio me dio incluso un poco de apuro por lo bien presentados que había dispuesto Julien los platos, pero como había mencionado con anterioridad, estaba mucho más que hambrienta, y no ayudaba demasiado que todo estuviese tan delicioso.
—Me pareció entender que esta tarde interviniste a un herido de bala —comenzó a hablar Julien de pronto, en tono preocupado.
—Eso es —respondí incapaz de dejar de engullir.
—¿Y sabes cómo se encuentra?
—Su pronóstico es reservado —resolví con la boca llena, tras su pregunta, recelosa por su repentino interés—. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada… —dijo entonces restándole importancia—. Esta noche está prohibido hablar de trabajo.
Tras sus palabras, proseguimos cenando tranquilamente, intercambiando alguna que otra mirada. Julien lo hacía rebosante de cariño, de eso estoy segura, pero en mi caso lo hacía desconfiada, pues seguía preguntándome por qué había abordado el tema de Derek. Hasta la fecha jamás me había preguntado por ningún paciente, y tampoco recordaba haber mencionado el detalle de los disparos.
—¿Has terminado? —preguntó Julien, sacándome de mi debate interno.
—Sí… claro… —respondí baja de reflejos, volviendo a la realidad.
—Hoy pareces estar en otra parte —observó mientras recogía mi plato.
—Supongo que no ha sido mi mejor día.
Después le ayudé a recoger la mesa, pese a que prácticamente él ya lo había hecho todo. Acto seguido nos llevamos nuestras copas de vino y las depositamos sobre la mesa de centro, de madera de roble, y nos acomodamos en el sofá. El salón seguía a media luz. Algunas velas estaban prácticamente sofocadas y otras ya se habían consumido del todo. También permanecía encendida la chimenea, cediendo su lumbre y su calor a toda la estancia, protegiéndonos del frío del exterior.
Por su parte, Julien no había dejado de mirarme desde que ocupamos sendos lugares en el sofá. Había algo en sus ojos que no había logrado comprender durante la cena. Se trataba de ese brillo… ¿Qué le hacía estar tan radiante esta noche? No quería apartar mi vista de él. Profundicé en ellos buscando respuestas, albergando la esperanza de poder descifrar aquella mirada. Sin embargo, lo único que conseguí fue dejarme llevar por la misma cuando descendió de los míos a mis labios, sugiriéndome acortar las distancias que separaban nuestros rostros. Comencé a sentir cómo se estrechaba el recorrido entre su boca y la mía. El preámbulo era su respiración acariciando mi piel, nuestros alientos mezclándose, y el calor que desprendía todo él, a escasos milímetros de la inminente unión.
—Rowan… —susurró antes de culminar en un beso—. Te quiero…
Y entonces me besó. Cerré los ojos para dejarme transportar por aquel delicioso gesto, mientras una de sus manos se enredaba en mi pelo y me apretaba contra sus labios. Con la que le quedaba libre empujó mi espalda hasta tenerme justo sobre él. Me dejé guiar sin intención