Cadena de mentiras. Rowan du Louvre
a besarme, pero ahora profundizó mucho más en mis labios, convirtiéndolo en algo mucho más intenso. Como agravante, podía sentir su cuerpo semidesnudo rozando el mío. Su olor me embriagaba y su calor me abrasaba, al mismo tiempo que sus besos descendían sedientos por el resto de mi piel.
Todas mis terminaciones nerviosas se activaron de repente, estimulando sin remedio mi cuerpo. Sus manos me incitaban a desearle, pero él no iba a conformarse solo con eso. Deslizó sus labios por la envergadura de mi cuello, logrando erizar mi piel con sus caricias. Yo había comenzado a clavar mis manos en su espalda entre pequeños jadeos apenas audibles, y en represalia él comenzó a apretarme contra su cuerpo de tal forma que parecía que pudiésemos fundirnos en uno en cualquier momento. Acto seguido mi respiración se convirtió en gemidos espontáneos y mi piel ardía con cada caricia suya, al igual que con cada beso.
Mis manos seguían clavándose con fuerza en su ancha espalda hasta que, con un movimiento ágil, Julien me tumbó en la cama para colocarse justo encima de mí. Para ser sincera, no sentí su peso, y deduje que era debido al nivel de excitación que había alcanzado.
Las cosas mejoraron mucho más cuando además logré sentir cómo su deseo había conseguido endurecerse bajo las sábanas.
Fue abriéndose paso por mi cuerpo con sus labios, y tan solo detuvo su camino cuando topó con mis pechos. Ahí se demoró algunos instantes para acariciarlos con sus dedos y para besarlos con la misma dulzura con la que había comenzado. Resultaba excesivamente placentero sentir su lengua ardiente y húmeda en ellos.
Sin perder el tiempo, deslizó sus manos gráciles como una serpiente por mi vientre, para pasar luego a mis caderas, y no se detuvo hasta terminar por fin entre mis piernas. Me acarició primero por encima de la ropa interior. Para entonces yo ya estaba en pleno apogeo; comenzaba a faltarme el aire y casi pierdo el sentido cuando tomó la decisión de apartar la poca ropa interior que vestía para proseguir con sus caricias. El roce de sus dedos se me planteaba como algo delicioso, mientras mi respiración comenzaba a sonar sofocada. Luego se lamió un dedo y lo introdujo dentro de mí con movimientos suaves, mientras yo no hacía más que sentir como su excitación terminaba de endurecerse contra mis muslos. Para entonces, su respiración era casi salvaje.
En un impulso incontrolado, apartó de golpe las sábanas para que no se entrometieran en su camino. Ya no eran sus manos las que entraban a jugar, las había cambiado inesperadamente por sus labios y me besaba con ardiente pasión los pechos, el vientre, los muslos y entre ellos. Pero aquello ya fue demasiado para los dos. Llegados a aquel extremo, Julien separó mis piernas, se colocó encima y seguidamente entró en mí. Primero lo hizo con movimientos acompasados y suaves, para segundos después alcanzar el clímax, acelerándose con movimientos algo más bruscos mientras se dejaba arrastrar por el deseo. Se aferró entonces con fuerza a mi cuerpo, mientras yo clavaba mis uñas en su espalda hasta que, finalmente, nuestros cuerpos se relajaron.
Minutos más tarde me hice un hueco de nuevo entre los brazos de Julien. Él me recibió con mucho gusto, para variar, e inmediatamente después comenzó a deleitarse con mis rizos. Para entonces, su mirada hacia mí volvía a ser de nuevo dulce, y sus palabras también.
—Te quiero, preciosa.
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