Cadena de mentiras. Rowan du Louvre
ella no estaba allí. En realidad, no había nadie en el salón. Todavía se notaba el calor de la lumbre, detalle por el que terminé por concluir que hasta hace bien poco la chimenea debía haber estado encendida. Cavilando dónde podía haberse metido, encontré un sobre grande de color marrón encima del sofá. No llevaba nada escrito ni en el anverso ni en el reverso. Ni destinatario, ni remitente.
—¿Qué es esto?
Decidí saciar mi curiosidad y lo abrí. No tardé más que unos segundos en arrepentirme de mi aventurado gesto, a la par que me llevé las manos a la boca horrorizada. Dentro de aquel sobre había una serie de fotos que me revolvieron el estómago. Si mi madre había tenido la desgracia de presenciar aquellas mismas imágenes antes que yo, era comprensible que hubiese salido corriendo de casa. Casi podía imaginar su dolor tras abrirlo. ¡Desde luego aquellas fotos eran de muy mal gusto! En las mismas se retrataba a Andru en compañía de otras mujeres. En algunas tan solo aparecía abrazado de manera grotesca, mientras que en otras las besaba con liviandad y lascivia. En las peores se le podía contemplar en posturas más que comprometidas. ¡Todo un trauma para los ojos de cualquiera!
En mitad de mi conmoción, el sobre se desprendió de mis manos para acabar cayendo al suelo, y en consecuencia, todas las fotos quedaron dispersadas de cualquier manera. Al quedar esparcidas por la alfombra roja, de entre ellas salió una tarjeta. Era de un hotel y estaba escrita en el reverso. La inscripción era simple:
“Cadena de Mentiras”
Abre los ojos
Hotel St. Claire (25-XII) 00:30h
Estaba escrita del puño y letra de alguien, pero, ¿quién lo enviaba?, ¿qué significaba?
Imaginaba a mi madre corriendo para llegar a tiempo a aquella cita, por lo que sin dejar pasar un segundo más, hice lo mismo. Pasaban cinco minutos de la hora que figuraba en aquella tarjeta, y tardaría por lo menos quince más en llegar a aquel lugar, pero si mi madre había acudido a ese hotel, debía ir tras ella para protegerla y apoyarla en lo que necesitara.
Antes de salir me percaté de que Noah ya no estaba en la casa. Había desaparecido igual de rápido que había aparecido, pero intenté no darle más importancia de la que tenía. Era consciente de que tampoco había tiempo que perder, por lo que abandoné el hogar y subí nuevamente a mi vehículo.
A partir de ahí, los recuerdos eran sumamente confusos en mi cabeza, además de muy dolorosos. No sabía exactamente el tiempo que había invertido en llegar a aquel lugar, ni siquiera el tiempo que dediqué a estacionar el vehículo. Lo único que todavía no había logrado olvidar era cómo el mundo se derrumbó bajo mis pies cuando salí del coche.
La zona cercana a aquel hotel estaba acordonada. Había muchos policías, una ambulancia y una dotación de bomberos, además de mucha gente alrededor. Al presenciar aquello, mi corazón comenzó a palpitar desbocado. Quería correr para comprobar qué era lo que había sucedido, pero mis piernas se negaron a obedecerme.
Las imágenes pasaron por delante de mis ojos como una sucesión imparable de diapositivas. Logré ver a mi madre tirada de cualquier manera sobre la calzada, con el cuerpo totalmente contracturado sobre la nieve manchada por su propia sangre.
Los policías hablaban por las emisoras y apartaban a los morbosos, que se habían acercado demasiado para tener imágenes de primera mano de la trágica escena. Mientras, los bomberos retiraban de en medio de la misma calzada el amasijo de hierros en que se habían transformado un semáforo y una farola cerca del cuerpo de mi madre.
Los sanitarios se movían a toda velocidad en el intento desesperado por reanimarla, mientras su corazón se debatía entre la vida y la muerte.
—¡No puede traspasar el cordón policial! —me avisó un policía.
Al parecer, sin darme cuenta había cruzado la zona acordonada, y a pesar de que escuché la voz de aquel agente, la ignoré y seguí mi camino.
—¡Señorita, no puede seguir avanzando! —me advirtió de nuevo.
Pero yo proseguí a lo mío, como si aquellas palabras no fuesen conmigo.
—¿Señorita? ¿Se encuentra bien? —dijo entonces sosteniéndome de un brazo.
—No… no estoy bien… —respondí compungida sin mirarle siquiera—. ¿Qué ha ocurrido?... ¿Por qué está mi madre herida en el suelo?... ¿Dónde está Andru?...
Tras asociar y comprobar que yo era la hija de la mujer que ahora estaban atendiendo los paramédicos de la ambulancia, el agente se identificó. Su nombre era le Viel. Julien le Viel. Me sometió a un bombardeo de preguntas antes de permitir que me acercara al lugar del accidente. También creyó conveniente ponerme en sobre aviso de lo que había sucedido:
—Parece algo premeditado —comenzó a explicarme—. Quienquiera que sea el culpable, primero la embistió brutalmente y después se dio a la fuga. La halló un transeúnte casual, agonizando entre el amasijo de hierros en que se había convertido el semáforo arrancado y la farola que también se llevó por delante…
Después de aquella terrible narración, rompí a llorar exhausta. No lograba dar crédito a aquellas palabras. Julien pasó su brazo sobre mis hombros tratando de consolarme, mientras me acompañaba al lugar de los hechos. La escena era evidentemente atroz, ya no me cabía la menor duda. Pese a que había intentado mentalizarme, cuando llegué frente a ella me di verdadera cuenta de que no estaba preparada para lo que finalmente vi.
—¡Oh!... ¡Dios Santo!... ¿Qué clase de animal…? —comencé a sollozar totalmente compungida—. ¡Mamá!… Mamá…
De pronto, abrió los ojos escasamente unos segundos para contemplarme.
—Rowan… —susurró con mucho esfuerzo, poco antes de cerrarlos nuevamente.
—¡Mamá! —Me asusté entonces—. ¡Mamá!
Tras mis gritos, Julien despertó sobresaltado. Casi al mismo tiempo yo me incorporaba bruscamente en la cama con el corazón acelerado y las lágrimas ahogadas que pugnaban por salir de mis ojos.
—Rowan, ¿qué te ocurre?
—Julien… —sollocé abatida—. He vuelto a soñar…
Él se incorporó a mi lado en la cama, y consciente de lo desamparada que me sentía, me pasó un brazo por la espalda para acunarme en su pecho. Tenía grabadas en su memoria las mismas imágenes que yo, pero jamás sabría el dolor que las mismas me causaban. Llevaba intentando ayudarme a superarlas desde que nos conocimos, el día de la tragedia, pero las pesadillas eran cada día más reales.
Por mi parte aproveché para apretarme fuertemente contra él. La sensación de vacío que sentía dentro me daba verdadero vértigo, sobre todo teniendo en cuenta que el asesinato de mi madre todavía no se había resuelto. A estas alturas, todas las investigaciones seguían siendo tan solo conjeturas.
El no tener a quien culpar me hacía mucho daño y me mortificaba enormemente. Ese energúmeno vivía en libertad después del crimen que había cometido, y el único consuelo que me quedaba era que debía aprender a vivir con ello y sobrellevarlo.
Apenas faltaba un mes para el primer aniversario de su repentino fallecimiento, y seguía echándola tanto de menos como el primer día. Me había sometido a varias terapias con psicólogos de reconocido prestigio, y lo único que había sacado en claro es que los seres queridos tan solo mueren cuando dejas de recordarlos, pero ¿quién demonios quería vivir de recuerdos? En mi caso necesitaba abrazarla, sentirla, escucharla…
Julien acariciaba mi cabello en un vano intento por sosegar mi llanto desconsolado, pero todo era inútil. No había nada que hacer. Mi madre había muerto y por más que me torturase aceptar la cruda realidad, jamás la volvería a ver. Julien se apartó a escasos centímetros de mí, mientras con su mano alzó mi rostro para poder hablarme mirándome a los ojos.
—Resolveré el caso, ¿de acuerdo? —me dijo a