Cadena de mentiras. Rowan du Louvre
molesta.
—Deberías atender la alerta de tu busca, por ejemplo.
—¡Eso es absurdo! —protesté enérgicamente—. ¡Ni siquiera es prioritario!
De repente silencié mis palabras. Lorraine acababa de recordarme que el motivo por el que Derek y yo salimos de la cafetería fue precisamente porque me habían reclamado desde el hospital. Pero ese era un dato que carecía de valor si no le añadíamos el agravante de que cuando llegué detrás de la ambulancia y me encontré tanto con ella como con Mae, ambas ya estaban al corriente de que me habían llamado. Esto resultaba extraño por el simple hecho de que ninguna de ellas tenía nada que ver con los casos de pacientes que yo tenía ingresados, por lo que no había motivo aparente para que las hubiesen informado del aviso que me habían enviado desde central… a menos que el aviso lo hubieran puesto ellas.
—Decidme que no habéis sido vosotras.
—Se suponía que era una sorpresa —alegó Lorraine en su defensa.
—No creíamos que todo se iba a complicar de esta manera —dijo entonces Mae.
—No hay tiempo para eso ahora —nos interrumpió Ethan con impaciencia—. Si vas a entrar en el quirófano ve a prepararte. No creo que con el aspecto que llevas logres pasar de la puerta. Aunque, para ser sincero, pienso como ellas. Dejarte pasar es un error. Te conozco lo suficiente como para poder garantizar que te has emparentado con el paciente, y ambos sabemos lo que ocurrirá si algo sale mal.
—Es un riesgo que estoy dispuesta a asumir —respondí fríamente mientras me planteaba la seria duda de si debería darles a mis amigas la oportunidad de explicarse o si debería enfadarme con ellas directamente.
Me escapé a los vestuarios, dónde me desprendí de mi ropa manchada de sangre, cambiándola por el uniforme reglamentario de quirófano. Inmediatamente después recogí mi larga melena bajo una cofia y acudí a la zona estéril para terminar de asearme antes de entrar al área quirúrgica. Cuando terminé de prepararme, lo único que quedaba a la vista de mi rostro eran mis ojos, que probablemente mostraban la angustia y la inquietud de mi alma. No servía de nada negarme la evidencia, y la misma era que me sentía intranquila. Mis amigos tenían razón, puesto que yo había tenido un primer contacto con el paciente, pero todo eso había sido mucho antes de saber siquiera que iba a terminar convirtiéndose en tal.
Traté de respirar hondo rezando porque eso funcionase, pero sabía perfectamente que mi devoción no iba a ser suficiente. Después, dejé transcurrir algunos segundos para terminar de asimilar que debía relajarme o terminarían por prohibirme la entrada en el quirófano. Para cuando creí estar preparada, crucé con paso decidido la puerta de cristal que me separaba del paciente. Una vez en el interior, lo primero que encontré fue la mirada de recelo de Ethan. Dudaba de mi capacidad para mantenerme al margen, de no confraternizar con los pacientes, pero yo necesitaba estar en esa intervención ya fuese con su aprobación o sin ella.
Mae y Lorraine a duras penas cruzaron sus miradas conmigo. Detrás de ellas estaba Derek, inconsciente y con los apósitos manchados de sangre. Ya le habían colocado un catéter intravenoso en una mano, por el que el anestesista procedería a sedarlo en cuanto diéramos comienzo a la intervención.
Resolvimos previamente que Ethan, con la ayuda de Mae, se haría cargo de la lesión de tórax. Las radiografías previas habían mostrado dos costillas esternales fragmentadas, una fisura en la escápula, además del lóbulo inferior del pulmón izquierdo lastimado. Se estudió la posibilidad de extirpar parcialmente la zona afectada. Las fracturas de cartílagos y huesos eran lo de menos, ya que ese tipo de lesiones cicatrizaban por sí solas con el tiempo.
En mi caso me asistiría Lorraine. Debíamos extraer la bala que, según había mostrado una radiografía, se había alojado en su cabeza al perforar el hueso temporal. En las imágenes nos habíamos asegurado de que el proyectil no hubiese alcanzado tejidos blandos, y todo indicaba que el mismo podía haberse quedado incrustado en el cráneo.
«¡Qué cabeza más dura!», pensé irracionalmente.
De repente, mis cavilaciones fueron interrumpidas por la entrada de una quinta persona en el quirófano. Se trataba de un hombre de complexión fuerte y bastante alto. Se semejaba más a un deportista o a un atleta de élite que a un médico. Con la cofia y la mascarilla quirúrgica, no fui capaz de reconocerlo.
—Mi nombre es Bastien —se presentó sin más—. Me envía el director de neurocirugía. Al parecer el anestesista que esperabais está en otro quirófano.
—No me han informado de nada —se extrañó Ethan.
—Ha sido una decisión de última hora —aclaró restándole importancia, mientras se acercaba a Derek para evaluar la forma en que procedería a subministrarle la anestesia para inducirle el sueño fisiológico.
Finalmente optó por la inhalación de gases en lugar de la canalización por vena. Me extrañó el procedimiento, pero no dije nada. Me conformé con intercambiar alguna mirada con Ethan. Normalmente la inhalación mediante mascarilla se utilizaba con niños y Derek era evidentemente un adulto. Cuarenta y pocos sin posibilidad de fallo.
Una vez realizada la inducción al sueño, el cuerpo de Derek se relajó y dejó de sufrir. Procedimos inmediatamente a intubarle introduciéndole una sonda traqueal, y Bastien monitorizó la anestesia mediante fármacos administrados intravenosamente.
Quería convencerme de que la falta momentánea de oxígeno en su cerebro no habría producido daños irreparables, y que no le quedarían secuelas importantes, pero hasta que Derek no despertase del coma inducido era pronto para comenzar a hacer diagnósticos.
Comencé a examinar con sigilo el lugar donde se había alojado el proyectil. Pese a que llevaba varios años realizando intervenciones neurológicas por aneurismas, angiomas, embolias, tumores y muchas otras dolencias, estaba igual de nerviosa que si fuese la primera vez que entraba en un quirófano. La operación en sí no era muy complicada, teniendo en cuenta que en las imágenes tan solo habíamos detectado una fractura craneal.
Con unas pinzas y suma destreza traté de extraer el trozo de metal, hasta que inesperadamente la alarma del monitor que registraba sus constantes comenzó a sonar.
—¿Qué ha pasado? —pregunté.
—¡Fibrilación ventricular! —respondió Bastien.
Sonaba muy lejana en mi cabeza. Parecían susurros provocados por delirios en mi cerebro. Debía dejar de torturarme y sacudir de una vez las fluctuaciones de mi cabeza.
—¡Acerca el carro de paradas! —ordenó Ethan a Mae, adelantándose a mis movimientos.
Sin embargo, no la miraba a ella. Sus ojos estaban clavados en mí. Parecía reprocharme la falta de reflejos. Se había dado cuenta de que me había quedado paralizada, y si no quería tener que enfrentarme a su malhumor en adelante, tendría que esforzarme.
Cuando Ethan fue a coger las palas del desfibrilador, en un gesto audaz me adelanté, puse gel conductor en las mismas, me cercioré de que el aparato no estuviera en modo sincronizado, puesto que de ser así, el mismo se acompasaría con la actividad eléctrica del corazón y la descarga tan solo se produciría cuando detectase un QRS, y lo puse en modo asincrónico para seguir con el procedimiento.
—¡Carga a trescientos! —le ordené a mi compañero, consciente de las repercusiones que me traería. Antes de proceder a la descarga, desvié la mirada hacia Lorraine para indicarle—: Sujeta la cabeza al paciente. No conviene que se mueva durante la reanimación. Podríamos agravarle las lesiones.
Coloqué las palas del desfibrilador en el pecho de Derek, con cuidado de no alcanzar la herida del tórax, y procedí a someterle a la primera descarga. Tras la misma, su cuerpo saltó sobre la mesa de quirófano, pero su corazón no reaccionó.
—¡Mae, un miligramo de epinefrina! —exclamé ahora—. ¡Ethan, vuelve a cargar!
Nuevamente solté una descarga sobre el pecho de Derek, con la mirada fija en el monitor