Cadena de mentiras. Rowan du Louvre

Cadena de mentiras - Rowan du Louvre


Скачать книгу
mucho menos extraño. En todo caso es diferente. Y lo diferente, en mi opinión, es especial.

      —¿Lo dices en serio?

      —Unas dosis de autoestima no te vendría nada mal —dijo serio. Luego añadió—: No trato de halagarte. Obviamente no es un nombre muy común en Francia, pero es precisamente ahí donde radica su encanto. Su denominación de origen. Cuatro letras que unidas te diferencian del resto de personas. Además, creo que te pega.

      Esa última frase me cogió desprevenida. Sus argumentos prácticamente me habían convencido, hasta que añadió ese «creo que te pega». ¿Qué diablos significaba eso?

      —Lo que intento decir es que a simple vista pareces una mujer paradójica…

      —Vas de mal en peor —le interrumpí sin saber si realmente quería saber cómo terminaba lo que fuese que trataba de explicar.

      —Es solo que el color oscuro de tu pelo, en combinación con el blanco aterciopelado de tu piel, te da un aire enigmático. No sé cómo explicarlo. Es como si hubieses salido de un libro. ¿Las brujas de Mayfair?

      —¿Las brujas de Mayfair? —repetí incrédula a media voz—. ¿Es que acaso pretendes desmoralizarme?

      ¿Debía suponer que mi nombre me venía como anillo al dedo por el hecho de que mi apariencia se semejara a la protagonista de una novela? ¡Pues vaya! Desde luego lo estaba arreglando…

      —¡Me considero algo mayor para creer en brujas!

      —No te enfades. No estoy diciendo que seas…

      Derek interrumpió sus palabras en el momento exacto en que la camarera se acercó hasta nosotros para servirnos lo que habíamos pedido. Dejó el cappuccino de Derek delante de él sin mediar palabra y, cuando fue a hacer lo mismo con el mío, me advirtió sin ninguna amabilidad:

      —Está muy caliente. Le aconsejo que sople si no conoce ningún hechizo para enfriarlo.

      ¡Aquello ya era más de lo que estaba dispuesta a soportar! Observé de soslayo a mi improvisado acompañante mientras la camarera se retiraba de nuestra presencia y le descubrí riéndose de mí.

      —¡Te ha escuchado! —le hice saber bastante molesta—. ¿Eres siempre tan cínico?

      —¡Por supuesto que no! —prosiguió mofándose—. Es un privilegio que concedo solo a las chicas guapas.

      —¡Deja de hacerlo!

      —¿El qué?

      —Reírte de mí.

      Pero a pesar de mi demanda, aquel tipo de aspecto arrogante no borró el rastro de aquella sonrisa insolente. Parecía estar divirtiéndose a mi costa y eso me indignó. Llegados a este punto, opté por levantarme del asiento que ocupaba fingiendo indiferencia.

      —Por favor, no te enfades —dijo entonces mientras colocaba su mano sobre mi hombro intentando detenerme.

      —Es un poco tarde para eso, ¿no crees?

      —Tan solo bromeaba. No he querido insinuar que seas una bruja. Ni siquiera que lo parezcas. Puede que no haya estado de lo más correcto contigo desde un principio, pero puedo asegurar que tampoco pretendía ridiculizarte. Tengo un mal día, además de que es indiscutible que no se me da muy bien hacer cumplidos. Pero mi intención era hacer un comentario bonito, haciendo referencia a la casualidad de tu nombre y el parecido de tus facciones con…

      —¡Déjalo! —le interrumpí tajante, comenzando de nuevo a titubear, solo que esta vez era consecuencia de que estaba terminando de perder los papeles—. Ha sido un error creer que… Bueno… Solo olvídalo, ¿quieres?...

      En el fondo albergaba la esperanza de que sus verdaderas intenciones, para conmigo, no hubiesen sido compararme con nadie por el simple placer de discutir. Puede que realmente estuviese poco cualificado para hacer comentarios agradables y que fuese yo la que estaba siendo injusta con él.

      Beep… beep… beep…

      Cuando más o menos había decidido olvidar los comentarios de Derek, el busca que llevaba en el bolso, y que ya formaba parte de mi outfit diario, optó por interrumpir nuestra extrovertida conversación. En ese momento me arrepentí de no haberlo apagado antes de salir de casa.

      —¿Un marido celoso? —bromeó, sonriendo abiertamente.

      —Peor… —respondí importunada por la interrupción—. Es del hospital.

      —¿Del hospital?

      —Sí, bueno… es que yo… trabajo allí…

      Mis palabras, aunque de nuevo un poco torpes, le cogieron desprevenido. De repente me pareció que incluso fruncía el ceño. Parecía haberse quedado pensativo. La nueva expresión de su rostro me incitó a fijarme todavía más en él.

      —¿He dicho algo que te ha molestado? —le pregunté.

      —No… —dijo dubitativo, evitando mi mirada—. No esperaba que pudieras ser tú…

      —¿Qué pudiera ser yo, quién?

      —Tu profesión —trató de corregir su comentario inmediatamente—. No esperaba que ser matasanos pudiera ser tu trabajo…

      Fingir que aquel eufemismo de mi profesión no me había molestado era inútil. No era la primera vez que lo escuchaba, pese a que se sobreentendía que los pacientes acudían a nuestras consultas para buscar soluciones a su malestar general y no para empeorarlo sin remedio, motivo por el que decidí rebatir su desafortunado comentario, bastante ofendida:

      —Mi especialidad, para ser más concreta, no es la que mencionas, sino la neurocirugía —pronuncié con vehemencia—. Y para ser sincera, debo decir que me decepciona terriblemente que hables de esa manera del servicio sanitario en general.

      —¿Te decepciona? —repitió con suspicacia.

      —Sí, claro. En realidad te creía más original.

      —¿Sí? ¡Esta sí que es buena! —dijo entonces eufórico—. ¿Así que primero te parezco el ser más impertinente y arrogante de la faz del planeta y ahora mi falta de creatividad se pone en entredicho?

      —Francamente, tu creatividad o la falta de ella, me da exactamente igual —expresé sin ninguna amabilidad—. Pero admito que sí tengo curiosidad por averiguar a qué te dedicas, ya que te permites el privilegio de menospreciar mi profesión.

      —Prefiero escuchar tus teorías —me desafió sonriente.

      —Pues las posibilidades que barajo están entre príncipe encantado y asesino en serie.

      —¿En serio? —Se sorprendió llevándose las manos a la cabeza—. ¿De verdad te parezco un príncipe sicario? ¡Menudo negocio podríamos montar! Yo les disparo y tú les curas con tus pociones y hechizos.

      —¿No puedes dejar de ser tan sarcástico todo el tiempo? —protesté exasperada—. Tus cambios de humor son como…

      —¡Deberías aprender a relajarte! —me cortó tajante—. Estoy completamente seguro de que detrás de esa cara de pocos amigos hay una sonrisa capaz de desarmar al más valiente.

      —¡No estoy enfurruñada si es lo que intentas decirme!

      —¡Sí lo estás! —afirmó con seguridad, observándome con sutileza—. Además, me ratifico en mi sugerencia sobre tu autoestima. Está claro que va en declive últimamente.

      —¿Me estás psicoanalizando?

      —No me ha hecho falta —añadió mostrando con una sonrisa una perfecta hilera de dientes blancos—. Salta a la vista, Hechizos. Cada vez que intento hacerte un cumplido te pones a la defensiva, convenciéndote a ti misma de que trato de ser cruel contigo. Sin embargo, lo único que pretendo es ser sincero. En mi anterior comentario has resaltado lo de tu cara de pocos amigos, cuando la clave estaba en que debías tener una bonita sonrisa, pese


Скачать книгу