Cadena de mentiras. Rowan du Louvre

Cadena de mentiras - Rowan du Louvre


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mi atención nuevamente.

      —Lo siento.

      —Deja de pedir disculpas constantemente —dijo con severidad—. No has hecho nada malo.

      —Es solo que me sabe fatal que en el hospital no entiendan que los médicos también somos personas y no máquinas sin sentimientos ni vida privada.

      —Si alguien te da algún problema ya sabes que puedes contratarme… —ironizó mientras me tendía su mano nuevamente, para presentarse: —Príncipe Sicario a tu entera disposición.

      Vale. Sinceramente debía admitir que su ironía había tenido gracia, por lo que resultó inevitable echarme a reír por fin. Pero a pesar de que lo había logrado, Derek se mostraba desconfiado y me miraba de soslayo. Parecía extrañado por mi repentino cambio de humor, sin embargo, cuando comprobó que realmente me había liberado de la innegable tensión que cargaba, me acompañó sin resentimiento. La vaga sensación de que detrás de tanta amabilidad, su mirada afable ocultaba algo, cruzó mi mente sin previo aviso. A pesar de ello, dejé de torturarme para lograr entregarme a aquel agradable momento, convenciéndome de que por lo menos no estaba todo perdido. Quizás, una pequeña parte del día se iba a poder salvar.

      Algunos minutos más tarde de lo que finalmente resultó ser una velada entrañable, llegó la hora de despedirse. Derek, a diferencia de lo sarcástico que había estado desde el inicio, abrió la puerta de la cafetería e inmediatamente después me hizo un gesto con la mano, para cederme el paso. Asentí con la cabeza en señal de agradecimiento antes de pasar al exterior.

      Aunque aquel hombre era un completo desconocido, no tenía ganas de despedirme de él, y mucho menos si debía hacerlo para ir a trabajar. Derek, por su parte, ajeno a mis divagaciones, captó de nuevo la atención de mi mirada. Tenía la extraña sensación de que más que mirarme, me observaba. Era como si detrás de aquellos ojos verdes hubiese algo más…

      Por alguna razón había comenzado a atormentarme la duda de si volveríamos a encontrarnos en algún otro lugar, e incluso me descubrí exhalando un suspiro, contrariada ante la posibilidad de que la respuesta a mi pregunta fuese una negación. Sentía que éramos imanes de polaridades opuestas, ya que había alguna cosa en aquel hombre que me atraía hacia él peligrosamente. Derek se presentaba ante mis ojos como el ser más irresistible que había conocido hasta el momento. Todo en él me empujaba a admirarle, incluso a idolatrarle. Sus rasgos duros, su pelo castaño, su barba de tres o cuatro días, la perfección de su mandíbula, sus labios bien delineados, la seguridad de sus gestos, su prominente voz y hasta su olor.

      —Ha sido un placer compartir este instante contigo, Hechizos —dijo Derek devolviéndome a la realidad mientras me tendía su mano educadamente.

      —El placer ha sido mío —respondí encajando mi mano temblorosa en la suya, deseando sentir de nuevo su contacto.

      —Tengo la extraña sensación de que ya nos habíamos visto antes, pero es absurdo… —comentó entonces, como si tratase de convencerse precisamente de lo contrario.

      —¿Podría ser?

      —Es poco probable. De ser así imagino que te recordaría.

      —¿Por qué? —pregunté aturdida por su afirmación.

      —Porque sería imperdonable haberte olvidado.

      Tras aquel comentario que logró sonrojarme, Derek me obsequió una vez más con su bonita sonrisa. Tardé en caer en la cuenta, pero debía admitir que sabía muy bien cómo halagar a una mujer, y entendí entonces que durante nuestra improvisada conversación tan solo había estado interpretando un papel. Se trataba de un hombre que conseguía seducir con sutileza, y era consciente de ello.

      Encaminó sus pasos hacia la izquierda, mientras que yo anduve en sentido contrario, puesto que era justamente donde permanecía estacionado mi coche. No sé exactamente qué rondaba por la cabeza del Príncipe Sicario en ese momento pero, en mi caso, caminé anormalmente despacio. Era como si me supusiera un enorme esfuerzo el simple hecho de alejarme. Mientras lo hacía, mi mente funcionaba a la velocidad del rayo. Me ofrecía ideas descabelladas, como la de detenerme en seco y girarme hacia él… Y luego, ¿qué?... ¿Debía mirar cómo se alejaba? ¿Debía llamarle y…? ¡Toda esta situación era tan absurda! Ni siquiera le conocía. Tan solo habíamos hablado a duras penas un par de horas y tampoco es que hubiese estado excesivamente amable conmigo, para que ahora me estuviese planteando la opción de volverme para llamar su atención. Sin embargo, a pesar de eso, mi cerebro maquinaba cuál sería el momento oportuno para hacerlo sin que él me descubriese. Un paso, otro paso y tras cinco o seis más, no logré contenerme ni un segundo más. Me detuve en seco y cerré los ojos con la intención de prepararme para lo que estaba a punto de hacer, mientras las dudas me abordaban sin compasión.

      —Uno… dos… —seguí contando— tres… cuatro…

      El corazón me latía a mil por hora. Las palpitaciones resonaban en mis oídos como tambores desbocados. Tuve que concienciarme de que lo que estaba a punto de hacer no era tan absurdo como parecía. Y así fue como después de todo ese despliegue de incertidumbre e indecisión, logré armarme de valor. Puse la mente en blanco para acallar todas aquellas voces que casi me ensordecían, di media vuelta y…

      —… cinco…

      Allí estaba Derek, como yo había supuesto, pero lo que más me sorprendió fue que también se había girado hacia mí. No obstante, se me hizo extraña la manera en que me observaba. Su expresión permanecía anormalmente seria, como si estuviese molesto por algo. Tardé apenas algunos segundos en caer en la cuenta de que no estaba enfadado conmigo, precisamente. Al parecer, ni siquiera me miraba a mí. Al contrario que yo, Derek no se había girado para verme. En su semblante se reflejaba ahora un atisbo de preocupación. Algo le había cogido desprevenido y le había puesto en alerta. Observándole con detenimiento, también pude apreciar una mueca de horror en su mirada. Posiblemente estaba asustado. Y fue en aquel preciso instante cuando me percaté de algo más. Un importante detalle en el que antes no había reparado.

      Detrás de él había dos hombres. Ambos ocultaban sus rostros bajo unos pasamontañas y vestían ropas oscuras similares, pero lo más impactante de todo aquello fue que empuñaban sus pistolas en mitad de la calle y a plena luz del día…

      Durante unos instantes, llegué a creer que Derek tampoco había podido resistirse a la idea de volverse para verme, pero mis ilusiones se disiparon de golpe tras advertir a aquellos dos hombres armados. Concluí entonces que el motivo que le había conducido a girarse hacia mí era precisamente asegurarse de que yo no lo hiciera. Debía querer cerciorarse de que proseguiría mi camino hacia el coche, sin mirar atrás. No obstante, la curiosidad y la necesidad de volverle a ver doblegaron mi voluntad y marcaron mi destino de repente.

      Derek me miraba como lamentando mi aventurado gesto. Parecía querer borrar de mis ojos la terrible escena que estaba contemplando, puesto que era aterradora para los ojos de cualquiera.

      Y entonces, todo lo que ya sabía que estaba a punto de acontecer, sucedió sin que yo pudiese hacer nada por remediarlo.

      Mi cuerpo estaba paralizado por el terror y un grito se ahogaba ahora en mi garganta. Pude ver a Derek articulando palabras con los labios, pero sin sonido alguno.

      —Vete… —me decía—. Vete…

      Y con la mirada casi me imploraba que lo hiciera, pero… ¡no podía hacerlo! Mis piernas se negaban a obedecerme. ¡Estaba bloqueada! Mis ojos comenzaron a enrojecer mientras se humedecían. Quería evitar lo que estaba a punto de ocurrir. Aquellos mercenarios ni siquiera me miraban. Parecía que, por el contrario, disfrutaran teniéndome como espectadora. No sabía qué hacer. No había nada que pudiera hacer y eso me mortificaba.

      —¡Corre! —gritó de repente.

      Todos mis sentidos se pusieron en alerta en el preciso instante en que escuché en mi cabeza dos detonaciones estridentes. Después de eso se hizo el silencio. En ese intervalo mi rostro terminó de palidecer. Pese a que me invadió la confusión por completo, no pude evitar proferir


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