La experiencia deformativa. Antonio Díaz Oliva
restaurant en Patronato, no muy lejos del Parque Forestal y el afrancesado departamento de la señora Gonçalves.
Jimin cursa cuarto medio, sin demasiadas ganas, y es el encargado de que nunca falte kimchi, jengibre, hojuelas de pimienta, la pasta de ají rojo fermentado y repollo; su tarea dentro de la dinámica familiar es aprovisionar el restaurante con aquellos elementos, y de vez en cuando atender la caja. Así conoce a la sobrina de la señora Gonçalves, Alexia Fernández Gonçalves, quien frecuenta el restaurant.
Un día Alexia le comenta al padre de Jimin que busca alguien que la ayude con su tía. Alguien de confianza, le dice. ¿Y qué necesita?, le pregunta el padre. Una persona que le lleve las comidas y la pasee una vez al día. ¿Y qué le sucede a su tía? Nada, es que tiene casi setenta años, responde Alexia. Legalmente estoy a cargo de ella, aunque en verdad no tenemos la mejor de las relaciones. El padre de Jimin parece indiferente a todo esto. Y bueno, continúa Alexia, su esposo (mi tío) murió hace un tiempo y desde entonces que está en silla de ruedas. El padre de Jimin la sigue escuchando. Le es difícil desplazarse, agrega Alexia. Tiene mala espalda. Piernas atrofiadas. Y es un poco quejona. El padre de Jimin la mira en silencio. Sin más llama a su hijo, quien aparece con un delantal y secándose las manos con un paño de cocina. Estaba por terminar de cortar repollo. Jimin, con el pelo largo y rape al costado, se saca los audífonos Monster plateados (escucha Diplo). Con Alexia se saludan. Jimin y su padre hablan en coreano por unos minutos; Alexia permanece en silencio.
La conversación es interrumpida cuando entran nuevos clientes y Jimin se levanta de la silla para atenderlos. Mi hijo es muy trabajador, le dice el padre de Jimin a Alexia. Ella asiente con la cabeza. Usted me dice cuándo quiere que comience, agrega él. Alexia pasa a explicarle lo que necesita, ahora con más detalle, como a qué hora tiene que estar, el tipo de comida que debe llevarle a su tía-abuela, qué hacer en caso de un accidente, etc.
No muy lejos, Jimin los escucha mientras atiende a una pareja de treintañeros que pide galbi con champiñón a la parrilla. Luego regresa a la cocina. Le pasa la orden al chef y vuelve a la tabla y al repollo. Antes de eso se pone audífonos y sube el volumen a su teléfono. Pasa de Diplo a Skrillex.
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Mujer del piso 14, departamento G.
Todos los días, luego del trabajo, la mujer del piso 14, departamento G, abre el refrigerador, saca una torta de chocolate, la cubre con crema chantilly, corta un pedazo generoso y devora la mitad en pocos segundos, sin siquiera sentarse. Da la impresión de no haber comido nada en todo el día. Lame el plato, le pasa el dedo y lo deja remojando en el lavaplatos. Entonces se dirige a su pieza y vuelve con una tenida como para ir a correr –mallas gris claro, polera blanca y un cintillo azul que le alarga la frente–; pero al parecer la mujer del piso 14, departamento G, solo camina, dado que nunca regresa sudando. A su vuelta, apenas media hora más tarde, se cambia y abre el refrigerador, saca la mitad restante de la torta, y repite lo de cubrirla con crema chantilly para comérsela, esta vez, echada en el sillón cama. Nota: cuando la mujer del piso 14, departamento G, no hace esto –comer, caminar, comer, caminar–, se le ve inquieta, aproblemada, incluso histérica. Cuando no lo hace camina en círculos por el estrecho departamento, habla por teléfono por horas; a veces, muchas veces, le grita a la pantalla de su teléfono –¿pareja?, ¿amiga?, ¿madre?–, otras veces se ríe a carcajadas, y en algunas ocasiones, incluso, se larga a llorar. Aunque es un llanto falso, como de estudiante de teatro de primer año. A las diez en punto se lava los dientes y apaga las luces del departamento. Antes de meterse a la cama se pone de rodillas, apoya los codos sobre el colchón y reza en silencio con los ojos cerrados.
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Antes de salir Jimin la ayuda: le explica cómo funciona, ya que la señora Gonçalves nunca ha tenido un teléfono inteligente, (el término, se queja, le suena a la vez futurista y estúpido) y así lo pone sobre un trípode que alguna vez usó para una cámara fotográfica. Fija el teléfono frente al ventanal del departamento, y después lo conecta a la televisión con un cable que, según Jimin, le servirá para escuchar el audio, ya que no tiene parlantes.
Luego de horas de observar a sus vecinos es cuando se da cuenta: lo único que tiene que hacer es mirar por la ventana y esperar; esperar y listo: inevitablemente llega ese momento en que se aprecia cómo la gente realmente es. Aquel momento de transparencia en que no estamos pendientes de los demás, cuando nos liberamos de la atención de los demás, cuando bajamos la guardia y nos mostramos tal como somos.
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Gato del piso 5, departamento D.
Es un gato himalayo de cabeza maciza, nariz corta y chata, manto largo y sedoso. Vive prácticamente solo. Es como la señora Gonçalves: necesita alguien que le lleve comida y agua. El resto del tiempo se lo pasa echado sobre un sillón o persigue un ratón de plástico o se pasea por los muebles y (a veces) maúlla. De ser así sube el conserje del edificio: un hombrecito con lentes poto de botella, pelo corto y peinado a un lado gracias a una importante cantidad de gel. Además siempre viste una cotona azul. Si el gato maúlla demasiado fuerte entonces llega el conserje y le sirve más comida, le cambia el agua, incluso le pasa la mano por el lomo para calmarlo, le habla y hasta lo levanta por el aire como si el gato fuera una guagua. Por lo general el gato se calma, espera que el conserje se retire, cierre la puerta, y entonces regresa al sillón verde y aterciopelado donde duerme gran parte del día.
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Se escribe sobre ella en La Tercera, El Mercurio y The Clinic; en radio Duna dicen que es la gran sorpresa del arte contemporáneo chileno; en revista Viernes aparece en portada, mirando hacia la cámara con una lupa. Todo sucede gracias a Jimin, quien toma algunos de los videos, los edita, les pone música (su música) y finalmente le crea un usuario en YouTube, así como una página web, una cuenta de Instagram, incluso de Twitter; y en todas esas redes sociales la señora Gonçalves aparece en una silla de rueda con un gorro de Fedora gris y lentes oscuros. Gracias a su personalidad digital, y a esos videos catalogados por la crítica como intervenciones para conocer a los demás («Todo un logro en una época en que ni siquiera tenemos tiempo para nosotros», como dijo un crítico del Artes y Letras), muchos medios de comunicación quieren un poco de ella.
En una entrevista le preguntan que por qué lo hace: qué la llevó a grabar otras vidas: ¿acaso no se sentía mal al desnudar a la gente sin pedirles permiso? Es una entrevista por email que Jimin (ahora ascendido oficialmente al puesto de asistente), la ayuda a responder. La señora Gonçalves dice que lo hace porque el señor Gonçalves, su esposo, murió de un día para otro y sintió que realmente nunca lo conoció. Lo cual es verdad: estuvieron casados por más de cuarenta años, pero, aun así, la señora Gonçalves siente que asumió demasiado respecto a la vida de su esposo. Que eran amigos. Amantes. Confidentes. Y a veces enemigos domésticos, como cuando peleaban por cosas mundanas como la loza o la basura. Pero que nunca sintió a su esposo igual de transparente como la gente que observa y graba. Siempre era lo mismo: el señor Gonçalves en su papel de esposo.
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Trotadora del piso 5, departamento E.
Un espacio aparentemente abandonado. Hay una trotadora, una banca con algunas pesas, una bicicleta elíptica y una bicicleta estática. Todo cubierto por una capa de polvo que algunas tardes, cuando el sol refleja rayos naranjos sobre el edificio, parece polvo dorado y flotante. Por lo menos seis semanas sin que una persona entre. Teoría: el dueño es la misma persona que trabajaba como entrenador en un gimnasio ubicado a pocas cuadras; un gimnasio que quebró luego de un conocido –y todavía sin resolver– crimen pasional que sucedió, de hecho, sobre la trotadora del piso 5, departamento E.
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Alexia Fernández Gonçalves también vive en Bellas Artes; de hecho, no muy lejos de la señora Gonçalves, aunque por razones distintas: el Colegio de Arquitectos de Chile queda cerca. Alexia vive y trabaja en la misma cuadra. Y no solo eso; los fines de semana por la noche le gusta caminar por Bellas Artes y Bellavista.
Alexia nació en Brasilia, una ciudad completamente falsa y creada por un loco o visionario obsesionado con el hormigón armado. Por eso siente que su profesión estaba trazada de antemano. Sería arquitecta. Sí. Pero una arquitecta de acá, de Santiago, ya que Alexia