Crimen dormido. Vanessa Torres Ortiz

Crimen dormido - Vanessa Torres Ortiz


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entrado, lo habrían visto.

      —¡No lo sé, Juanra! Pero ha tenido que ser así, a no ser que me telefonee el capitán Méndez para decirme que sí la han encontrado, pero no se lo habían comunicado a él y eso no va a pasar.

      Con tanta emoción al descubierto por parte de ella, Justo alzó la vista y se dirigió hasta donde se encontraba la pareja.

      —Cintia, ¿cómo lleva su artículo? —preguntó en tono irónico.

      —¡Oh, bien! La verdad es que bien; acabo de venir de comisaría donde el capitán me ha proporcionado información sobre el caso.

      —Y usted, Juan Ramón, ¿también viene de comisaría? —preguntó esta vez dirigiéndose a Juanra con tono de enfado.

      —No, no —dijo Juanra mientras se alejaba empujando su silla con los pies hasta su mesa de trabajo.

      —Entonces, ¿puedes comenzar a escribir algo?

      —Sí, la verdad es que puedo ponerme manos a la obra. Tengo los resultados de las autopsias al igual que la forma en que se cometieron los crímenes según la policía, claro. Aprovecho para comunicarte que mañana es el entierro; por supuesto, asistiré, a ver si tengo suerte y puedo recopilar más datos. Preguntaré todo lo que pueda a las personas que asistan y a los familiares, obviamente.

      —Me parece estupendo. Te veo entusiasmada, Cintia, eso me gusta… —Se acercó lentamente hasta su oreja—. ¿Podemos quedar esta tarde para tomar un café y charlar más tranquilamente sobre todo esto? Creo que tenemos que analizar una serie de cuestiones.

      Cintia no parecía entender muy bien la propuesta de su jefe de quedar fuera del trabajo precisamente para charlar sobre cosas de él. ¿Por qué no lo hacían allí? En esos momentos, por ejemplo. La incógnita que Justo le había pintado tampoco la convencía demasiado. ¿A qué cuestiones se refería? Claramente pensó que si quería dar respuesta a todas sus preguntas, lo mejor sería quedar con él para ese café.

      —¿Te parece bien a las seis en la cafetería Molina? Se encuentra justo a la vuelta de la esquina de esta avenida.

      —Sí, la conozco —respondió él mientras se doblaba los puños de su camisa beis—, allí nos vemos; a las seis.

      Llegó la hora de marcharse para el almuerzo. Entre tantos pensamientos, Cintia no había conseguido escribir nada bueno sobre su artículo: era como si no pudiese encontrar la concentración que necesitaba; todo lo sucedido durante estos días atrás la había descolocado por completo. En ocasiones, sentía como si su alma abandonase por un instante su cuerpo y había otras que, en cuanto cerraba los ojos, veía claramente a su hermano Jaime y a Jenny. No podía dejar a un lado toda esa historia y la recomía el no poder saber la verdad; había una verdad en todo aquello, de eso estaba completamente segura, pero ¿el qué? Se levantó de su silla y cogió el bolso mientras se dirigía a la mesa escritorio de Juanra: él todavía se encontraba guardando como loco un millón de papeles y documentos que tenía esparcidos por toda la mesa.

      —¡Venga, deja eso! Estoy deseando ver dónde me vas a invitar a comer hoy —dijo risueña.

      —¡Ah! ¿Que debo invitarte a comer? Mmm… ¿y qué voy a recibir a cambio? —dijo Juanra con picardía poniéndose en pie.

      —Bueno, pues no sé… —respondió sensualmente junto a la oreja de su chico—, ya se nos ocurrirá algo. —Tendió la mano y le pegó un gran achuchón en el trasero. En ese momento, miró hacia la oficina de Justo y pudo comprobar que este los estaba mirando no con muy buena cara.

      Mientras bajaban en el ascensor, ella pensaba en su jefe. ¿Por qué los miraba de esa forma? Parecía como si no le hubiese sentado muy bien ver cómo le tocaba el culo a su novio. ¿Qué quería Justo de ella? También se sorprendió al comprobar que había utilizado la palabra novio para referirse a Juanra; no sabía si sentir alegría o no, pero lo que sí se sentía era rara.

      —Te invito a comer, pero iremos en tu coche —dijo Juanra cuando ya se encontraban en la puerta de la calle.

      —¿En mi qué? —Cintia vio cómo sonreía abiertamente mientras con el dedo le señalaba un Peugeot 107 rojo estacionado en la misma puerta del periódico—. ¡Oh, Dios mío! Este es el coche de tu hermano, ¿verdad?

      —No, este es tu coche; tu nuevo y bonito coche.

      —¡Me encanta! —Le abrazó con todas sus fuerzas y le dio una multitud de besos.

      —Pues se encontraba aquí esta mañana cuando llegaste, pero como siempre estás tan abismada con tus preocupaciones, pues no te diste cuenta… ¡Venga, arranca, que nos vamos!

      El sonido del coche al arrancar la llenó de felicidad. Se encontraba tremendamente feliz en aquellos momentos: tenía coche nuevo, tenía novio e iban a comer en un bonito mesón donde tanto la carne como el pescado eran de buena calidad; eso era algo que la hacía también feliz: el hecho de vivir sola tanto tiempo hacía que no tuviese nunca ganas de cocinar un buen plato. Su menú se basaba casi siempre en pizzas, hamburguesas, bocadillos y carnes o pescados listos para freír en abundante aceite; alguna vez se le antojaba una ensalada, pero era tan aburrido tener que lavar y cortar la lechuga que pocas veces se daba ese gusto. Esta vez se preparaba para comer un buen solomillo o una presa ibérica, quizá de aperitivo pedirían queso manchego y jamón o incluso se atreverían con unas ricas almejas al vapor… Solo de pensarlo se le hacía la boca agua.

      Cintia había pasado en numerosas ocasiones por la puerta del mesón donde se encontraban sentados, pero nunca había entrado. Le encantaban sus paredes blancas con adornos y zócalos de madera; el sonido de platos y cubiertos la hacían sentirse en el paraíso; parecía que era exagerado, pero así se sentía. Lo mejor de todo era sentirse amada por alguien, el poder compartir una comida con otra persona y, mejor si cabe, que esa persona la quisiera y se preocupase por ella. Eran tantos años de soledad, tantos años sin recibir el cariño de otro ser humano… Era consciente de que se volvía loca muchas veces pensando en su familia; tanto tiempo esperando a alguien que la amara de verdad y se encontraba en la mesa de al lado de su puesto de trabajo, qué casualidades de la vida.

      —Juanra, ¿qué sorpresa me tenías preparada hoy? ¿Eh?

      —¿A qué te refieres? —dijo bromeando—. ¿A la comida? ¿Al coche? ¿A mi agradable compañía?

      —Pues visto así, a todo en su conjunto, —Miró firmemente a los ojos claros de Juanra con los suyos humedecidos—, sobre todo a tu agradable compañía.

      Él cerró los ojos y la besó. Entonces, dos lágrimas fluyeron de los ojos de Cintia; eran de emoción, de alegría.

      —Ey, venga, no quiero que te pongas así ahora. Recuerda que estamos aquí celebrando que tienes de nuevo coche —le dijo abrazándola.

      —Sí, perdona, pero es de alegría: me siento muy contenta, tengo mucho que agradecerte.

      La comida transcurrió placenteramente: todos los platos estaban exquisitos, y volvieron a reír y a bromear juntos; era una espléndida velada. Después del postre, Juanra pidió al camarero que los atendía unos licores de hierbas para ayudar a la digestión. Ella entonces ojeó el reloj y se asombró al comprobar que el tiempo había pasado volando y que solo faltaba menos de media hora para las seis de la tarde, hora en la que había quedado con Justo; también recordó que no le había comentado nada a Juanra sobre su cita con el jefe. No sabía cómo reaccionaría él, pero tampoco creyó que sintiese celos por haber quedado con él para tratar el tema de su artículo. Sin más cavilaciones, se lo contó todo.

      —Pero ¿por qué no te cuenta lo que tenga que contarte en la redacción y no en una cafetería? ¡Ese está buscando algo más, Cintia!

      —Juanra, no me vengas con esas. La verdad es que a mí también me tiene intrigada; al igual que tú, yo me he hecho esa misma pregunta, pero él me vio esta mañana tocarte el culo, debe de haberse imaginado ya que estamos juntos, no creo


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