Crimen dormido. Vanessa Torres Ortiz

Crimen dormido - Vanessa Torres Ortiz


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estar tranquilo. —Cerró la conversación con un beso y se marcharon del mesón.

      Como tuvo que llevar a Juanra a su casa y pasarse por la suya para peinarse un poco y coger algo de dinero, sabía perfectamente que a esa cita llegaría un poco tarde. Mientras se volvía a hacer su típica coleta alta, pensaba en cómo había reaccionado Juanra cuando le contó lo del café con Justo. Era cierto que él no había tenido mucha suerte en el amor, pues sabía que llevaba un largo periodo de tiempo sin haber mantenido ninguna relación que durase más de una noche o incluso de unas horas; él había sido su mejor amigo y le había confiado todos sus secretos. Comprendía que sintiera celos y miedo: se encontraba muy ilusionado con ella y una vez le confesó que su primer amor se acabó porque ella lo engañó con su mejor amigo. Debió de pasarlo muy mal: sabía que Juanra era muy sentimental y aquello tuvo que dolerle demasiado, pero ella no era de ese tipo de mujeres; bien cierto era que todavía no sabía exactamente si lo amaba de veras, pero lo que sí sabía era que se encontraba muy a gusto con él.

      Eran las seis en punto y su jefe se encontraba en la puerta de la cafetería; pensó que sería más correcto esperarla fuera, pero tampoco quería parecer un príncipe azul a la espera de su amada princesa, como en un cuento de hadas, así que pasó adentro y se sentó en la primera mesa que vio libre. Llegó la camarera, pero él prefirió decirle que esperaría a que llegara su acompañante; la mujer lo miró con gesto molesto, no dijo nada y continuó ejerciendo su trabajo, atendiendo a los demás clientes que se encontraban allí. La espera se le estaba haciendo algo insoportable: Justo era hombre de máxima puntualidad y, de la misma forma, le gustaba que los demás lo fueran también. Cintia se estaba retrasando. Ya que para él esa cita iba a ser algo incómoda, el hecho de tener que esperar como un gilipollas le hacía sentirse todavía peor. Entonces, pensó en pedir un café, pero ya que le había confesado a la camarera que estaba esperando a una persona, le pareció mal llamarla para pedirlo. ¿Qué pensaría la mujer? ¿Que lo habían dejado plantado? Sintió verdadera vergüenza: no le gustaba nada que la gente se riera de él; optó simplemente por levantarse y marcharse antes de que nadie se percatara. Empujó la puerta del establecimiento hacia afuera, tal y como se indicaba en el cartelito, y entonces vio su cara.

      —¡Justo! Oh, ¿ya te marchabas? —saludó Cintia avergonzada por su tardanza.

      —Sí, llevo esperando más de media hora y pensé que ya no vendrías.

      La expresión del jefe era de mero enfado y la de Cintia de completa vergüenza. ¿Qué estaría pensando de ella en esos momentos? Se sentaron en la misma mesa donde Justo había estado esperando minutos antes. La camarera los vio y fue rápidamente hacia ellos.

      —Buenas tardes, ¿qué desean?

      Él la miró a como preguntando mentalmente qué le apetecía tomar.

      —Yo un café solo, gracias.

      Justo pidió exactamente lo mismo que ella; la camarera se marchó sonriendo para sus adentros: había sido testigo de la tardanza de ella y pudo comprobar en la mirada de su chico que este no se encontraba nada contento.

      —Lo siento mucho, Justo, he estado comiendo con Juanra y se me ha hecho tarde. Tenía que pasar por mi casa a por unas cosillas y bueno… Siento de veras mi tardanza.

      —Tranquila, no pasa nada, solo es que me gusta la puntualidad, a lo mejor es una de mis manías, no sé, pero ya está, olvidémoslo. —Suspiró levemente y se limpió las manos en su propio pantalón; los nervios le hacían sudar—. Entonces, ¿Juanra y tú estáis saliendo?

      —¡Oh! Sí, bueno, la verdad es que llevamos muy poco tiempo, pero sí, lo estamos intentando. —Cintia pensó si el descubrimiento de su relación con Juanra podría perjudicarle de alguna manera, pero de todas formas era la verdad, no podía ni quería negarlo.

      —Cintia, te he pedido vernos fuera del trabajo porque… —Los labios parecían temblarle y sus ojos brillaban de una manera especial—. Me gustaría que todo lo que hayas averiguado sobre tu artículo y lo que sigas averiguando me lo contaras de inmediato… Me encuentro relacionado con todo esto más de lo que nadie imagina. —Se quedó asombrada, con la boca entreabierta. ¿Qué le estaba intentando decir? Lo siguió mirando impaciente a la espera de sus palabras, pero no pudo decir nada—. Verás, desde la muerte de este matrimonio lo estoy pasando realmente mal; tengo que llevar el dolor que siento guardado para mí y creo que o le cuento a alguien mis sentimientos o reviento.

      —Claro, Justo, puedes confiar en mí. ¿Por qué llevas tu dolor en secreto? ¿Conocías a esta pareja?

      —Sí. —Él miró al cielo como esperando que desde allí le mandaran fuerzas para continuar; en ese momento apareció la camarera con los cafés y esperaron callados hasta que se marchó—. Digamos que Mónica y yo… teníamos una relación muy cercana.

      —Espera, espera —cortó Cintia tajante—, ¿me estás diciendo que Mónica y tú erais amantes?

      Justo suspiró fuertemente mientras unas gotas de sudor rodaban por su cara a gran velocidad. Sí, era cierto: eran amantes.

      —Nos conocimos hace un par de años: fui al hospital para realizarme unas pruebas porque llevaba un tiempo sintiéndome mal, nervioso, no podía conciliar el sueño, muy cansado sin motivo aparente y solía encontrarme siempre de muy mal humor. La doctora que llevaba mi caso era ella: me trató maravillosamente, bueno, tan bien que poco a poco fuimos intimando. Al principio solo nos veíamos allí, en consulta. Me pronosticó ansiedad y una vez que me encontraba mejor ya no debía seguir acudiendo a su consulta, pero ella… no quiso interrumpir mis citas médicas, todo lo contrario, me citaba con más frecuencia. Mi ansiedad parecía curada: las charlas que establecía con ella creo que fueron mi cura. Ella me hacía sentirme mucho mejor con tan solo encontrarme a su lado. Entonces, comencé a mirarla con otros ojos y a ella le ocurrió lo mismo conmigo. Era tan preciosa… Cuando me encontraba a su lado, parecía que el mundo se paraba: todo junto a ella era esplendor.

      »Poco a poco, según continuaban nuestras citas, me iba enamorando más y ella también de mí hasta que un día que nos encontrábamos allí en su consulta nos besamos. Desde entonces fue un no parar… A continuación, comenzamos a quedar fuera del hospital: en cuanto disponía de un par de minutos libres, allí estaba yo esperando a que me telefoneara para vernos, aunque fuese solo cinco minutos. Ella me contaba las numerosas peleas que tenía con su marido, me decía que había desaparecido completamente cualquier sentimiento hacia él; ya no lo quería e incluso estaba convencida de que su marido también tenía una amante. Él no era el mismo hombre con el que se había casado y, en cuanto disponía de algo de tiempo libre, desaparecía sin saber dónde se encontraba. Decía que conmigo había vuelto a ser feliz, a tener ilusión y que quería estar a mi lado. Entonces, cuando mejor estábamos el uno con el otro… ¡Un hijo de puta me la arrebató! Teníamos planes de irnos a vivir juntos: ella le había pedido el divorcio a él; lo teníamos todo planeado, una vida maravillosa por descubrir juntos…

      Comenzó a llorar tímidamente: sus lágrimas caían por sus mejillas rápidamente al igual que lo había hecho antes su sudor. Cintia se acercó a él y lo abrazó delicadamente.

      —¡No sabes cuánto lo siento, Justo! Nunca hubiese imaginado una historia de amor tan bonita. —Se separó de él y lo miró fijamente a los ojos—. Debes de estar pasándolo fatal, encerrando tus sentimientos solo en ti, sin poder hablar con nadie de esto; es terrible. No te preocupes, encontraremos al responsable de todo este dolor y pagará por ello, te lo prometo. —Le acarició dulcemente la mejilla y le dio un beso.

      Justo se sentía algo mejor: la idea de desahogarse con Cintia había sido certera. Desde el día que se enteró de la noticia de la muerte de su amada, su vida ya no era vida: noches sin dormir, tener que disimular tanto dolor, derramar lágrimas en soledad; solo podía pensar en ella, en sus dulces labios, en su preciosa sonrisa, su voz aterciopelada; parecía que la sintiese a todas horas. Por lo menos, ahora se sentía algo más aliviado. Ya podía compartir con alguien ese dolor tan tremendo.


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