Crimen dormido. Vanessa Torres Ortiz
con el capitán Méndez, por favor.
—Espere un momento.
Esperó mientras la mujer policía le comunicaba al capitán que «la periodista» quería verlo. Cintia escuchaba la conversación telefónica mientras exploraba la comisaría con la mirada: policías uniformados y unos cuantos personajes mal vestidos y malolientes que gritaban mientras uno de ellos intentaba ponerles las esposas; por otro lado, una sala donde aguardaba la gente a que llegara su turno para la renovación del DNI, y sobre todo sonidos de teléfono esperando a ser atendidos. Pensó en toda esa gente que por diversos motivos llamaba a comisaría al cabo del día y recordó cuando solo unos días antes tuvo que llamar ella.
—Señorita Cintia.
—¡Sí! —contestó asombrada, pues se encontraba tan sumergida en sus pensamientos que se había olvidado por completo de la policía.
—Puede pasar al despacho del capitán: se encuentra al final del pasillo a la izquierda —explicó la mujer señalándole con la mano la dirección que debía tomar.
—Gracias.
Cuando llegó, llamó a la puerta suavemente con el puño y el capitán la invitó a pasar. Allí se encontraba él, sentado cómodamente en su sillón junto al escritorio que se encontraba repleto de papeles y carpetas. Al otro lado de la mesa, disponía de un pequeño ordenador portátil y, junto a este, había una fotografía donde se podía ver a una mujer con dos niños de unos cinco y ocho años aproximadamente; Cintia comprendió que debía de tratarse de su mujer y sus hijos.
—Siéntate, Cintia —le indicó el capitán mientras le señalaba una silla que se encontraba al otro lado de su mesa escritorio—. Sabía que volverías en breve.
—Sí, bueno, como la última vez no pudo informarme sobre la autopsia de los cuerpos, he vuelto para saber si ya dispone de información.
—Veo que eres buena periodista… —dijo el capitán con una amplia sonrisa mientras se acariciaba las manos—. Así es, ya tenemos los resultados de la autopsia, y también puedo informarte de que el funeral se realizará mañana a las diez, por si te interesa asistir.
—Sí, por supuesto, asistiré al funeral —respondió Cintia colocándose un mechón de cabello que se había escapado de su cola detrás de la oreja.
—Pues veamos, —Comenzó a buscar dentro de un portapapeles color púrpura de donde acabó sacando un folio—, la verdad es que la autopsia no nos ha dicho nada nuevo, pero sí nos ha confirmado nuestras sospechas: la muerte de Juan fue debida a las puñaladas producidas por un arma blanca de grandes dimensiones, —Le acercó a Cintia una fotografía donde aparecía un cuchillo jamonero—, uno como este; el utilizado en los crímenes siento decirte que todavía no lo hemos encontrado, pero también te puedo asegurar que lo haremos. —La miró a los ojos fijamente—. Bien, en el cuerpo del hombre no han encontrado nada relevante, salvo, claro está, los orificios del cuchillo. Mónica fue golpeada con un objeto contundente, como ya te comenté, y posteriormente también fue apuñalada con el mismo cuchillo directamente en el corazón. En su cuerpo tampoco se han encontrado más lesiones y no hubo agresión sexual, solo una cosa…
—¿El qué? —preguntó Cintia ansiosa.
—En el cuerpo de la mujer se ha hallado una pequeña cantidad de tranquilizantes. Creemos que se puede tratar de algo común: que la doctora se administrara algún tipo de medicamento no es nada fuera de lo normal. De todas formas, no descartamos nada, estudiaremos su historial médico.
—Y, entonces —comenzó a formular una pregunta—, me ha contado que el arma homicida no ha aparecido, ¿no es así?
—Pues así es, desgraciadamente, —Descruzó las manos y se aproximó al rostro de Cintia—, pero te puedo asegurar que no solo daremos con el paradero del arma homicida, sino que también lo haremos con nuestro asesino o nuestra asesina.
Sintió un pequeño escalofrío con las palabras del capitán y se echó hacia atrás apoyando así la espalda en el respaldo de la silla donde se encontraba sentada.
—Estupendo. También tengo algo que comentarle, capitán; no sé si será de ayuda, pero creo que debo contarle…
—Dime, cuéntame —dijo el capitán algo extrañado.
—Con los nervios, pues la verdad es que pasé algo por alto. Cuando encontré a Mónica debajo de su cama, lo que me llamó la atención para agacharme fue que en el suelo brillaba una alianza. Al cogerla, pude leer que en ella estaban grabados los nombres del matrimonio y su fecha de boda, pero la volví a dejar en el suelo y en ese momento fue cuando descubrí el cuerpo sin vida de la doctora. ¿No han encontrado la alianza que menciono? Bueno, es por si pudiese tener huellas del asesino, no sé, quién sabe…
—Pues no, no tengo constancia de que hubiese ninguna alianza en el lugar del crimen. Yo personalmente estuve allí y no la vi. ¿Estás segura de que fue eso lo que viste y de que la volviste a dejar en el suelo?
—¡Claro que sí! —contestó con nerviosismo; ella estaba segura de lo que vio y de dónde la dejó.
—De acuerdo, en ese caso preguntaré a mis agentes por si la han encontrado y no me lo han notificado.
La visita se dio por concluida y ella se levantó de la silla para estrecharle la mano al capitán.
—Muchas gracias, capitán, le agradezco enormemente su colaboración; su ayuda es imprescindible para poder escribir mi artículo. También le pediría un favor: aquí tiene mi tarjeta con el número de la redacción y el de mi móvil. Cuando tenga más información, le agradecería que me lo comunicase y, por supuesto, lo de la alianza para saber si la han encontrado, aunque sea por curiosidad —dijo mientras se reía dulcemente ante la mirada del capitán.
—Muy bien, te telefonearé cuando sepa algo más, pero… Cintia, —Ella se encontraba abriendo la puerta del despacho con la intención de salir—, que sepas que todo esto lo estoy haciendo porque me has caído bien, ¿eh?
Cintia se sorprendió por sus palabras e incluso la hicieron enrojecerse.
—Muchas gracias, capitán.
El camino a redacción lo atravesó envuelta en sus pensamientos sobre los crímenes y sobre todo en la dichosa alianza: «¿Cómo es posible que no la hayan encontrado? La dejé allí, donde estaba». Algo aterrador pasó ligeramente por su cabeza y comenzó a dar grandes pasos para acortar su camino; deseaba llegar para contárselo todo a Juanra. Al pasar por una calle, unos obreros la piropearon, pero ella se encontraba sumida en sus pensamientos: todo esto la estaba volviendo loca de nuevo.
Ya sentada en su mesa, delante del ordenador, este se le acercó rodando con su silla hasta colocarse justo al lado de ella; le dio un suave beso en la mejilla y le preguntó por su visita a comisaría. Ella le explicó lo que le había contado el capitán Méndez, pero también le contó lo que venía rondándole por la cabeza desde que salió de comisaría:
—Juanra, ¿entiendes lo que quiero decirte con esto?
—No sé, Cintia, no creo que esa alianza tenga mucho que ver con todo esto. Yo creo que se encontraba en el suelo porque su dueña se encontraba debajo de la cama y, cuando la metieron ahí, debió ser cuando se le cayó. No creo que haya que buscarle los tres pies al gato, es así de simple.
—Sí, en eso estoy de acuerdo contigo, pero lo que estoy intentando decirte es que, si yo la dejé allí y la policía no la ha encontrado, solo puede significar una cosa… —Él suspiró fuertemente: Cintia era muy cabezota, pero también le parecía que se estaba preocupando demasiado; todas esas cosas eran trabajo de la policía, no de ella—. ¡Juanra, joder! ¡Alguien tuvo que entrar después de que yo me fuese de la casa y llevarse la maldita alianza! Y si eso fue así, es que esa alianza oculta pruebas contundentes del asesino, ¿entiendes? ¡El asesino fue el que entró de nuevo en la casa para llevarse esa prueba!
Se quedó verdaderamente