Crimen dormido. Vanessa Torres Ortiz

Crimen dormido - Vanessa Torres Ortiz


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años tal vez; delgado, moreno, alto y usaba gafas; por su semblante, parecía ser una buena persona, simpático y cariñoso—. Qué casualidad que hayas venido, iba a ponerme en contacto contigo, pero siéntate y cuéntame a qué se debe tu visita.

      —Bueno, capitán, como usted sabe —comenzó a explicarse Cintia con cierto nerviosismo que delataban sus manos sudosas y movedizas—, soy periodista y, cómo no, estoy escribiendo sobre el caso de mis vecinos. Como podrá imaginar, toda información que pueda recabar es poca, así que aquí tenga la esperanza de que pueda ayudarme. Me gustaría preguntarle por la autopsia de los cuerpos. ¿Ya la han conseguido?

      —Vaya, Cintia, así que quieres trabajar sobre lo ocurrido, ¿crees que es buena idea que tú misma te ocupes de hacerlo? Me refiero a que, debido al mal trago que tuviste que pasar al encontrar los cuerpos de tus propios vecinos, ¿te sientes preparada para continuar engullendo más sobre este tema?

      Las palabras del capitán parecían querer decir algo más de lo que significaban todas ellas en su conjunto o por lo menos eso le pareció a Cintia, pero ella simplemente se dedicó a contestar.

      —Sí, capitán, me encuentro perfectamente cualificada para encargarme de este trabajo. Tengo la oportunidad de escribir un gran artículo debido a la cercanía que tengo con este caso y no quiero perder tan buena oportunidad.

      —Muy bien, entonces mucha suerte con el artículo. La verdad es que por mi parte no veo ningún inconveniente en ayudarte, así que te explicaré lo que sabemos dentro de lo que pueda revelarte, claro está. Los resultados de la autopsia de ambos cuerpos no los tengo todavía en mis manos, pero te puedo decir que en breve los tendré. Por otro lado, sí que sabemos cómo fueron asesinados: creemos que la persona que cometió el crimen entró en la casa sin ninguna dificultad, cosa que nos dice que muy posiblemente la misma pareja le abriese la puerta, dando por hecho que fuese una persona conocida del matrimonio. En la cocina había mucha sangre de Juan; allí fue donde el asesino o la asesina lo apuñaló con un arma blanca directamente en el corazón. No habiendo acabado todavía con su vida, Juan se dirigió como pudo a su despacho, que se encontraba a continuación de la cocina, creemos que con la intención de agarrar el teléfono, pero cayendo al suelo sin poder descolgarlo. Allí fue donde su vida terminó definitivamente.

      »Luego, nuestro asesino o asesina, repito, subió escaleras arriba al piso superior de la vivienda con la intención de encontrar a la esposa. Esto mismo nos está diciendo que sabía perfectamente que Mónica se encontraba en la casa y también nos dice que fue Juan quien abrió la puerta al asesino, ya que ella se encontraba en su dormitorio. Subió, como ya he dicho, y la encontró en la habitación donde, con un objeto pesado, le golpeó el cráneo varias veces; esto posiblemente la haría desvanecerse y entonces la apuñaló tres veces en el tórax y una directamente en el corazón, acabando así con su vida. Los orificios son de un arma blanca, como ya le he comentado, de grandes dimensiones, así para que me entienda como de un cuchillo de cortar jamón. Cuando el culpable acabó su obra maestra, se marchó de la casa dejando la puerta entreabierta, como muy bien nos has contado, ¿no, Cintia?

      —Sí, así es, la puerta se encontraba entreabierta, por eso mismo me decidí a entrar en la casa. Bueno, eso y, como ya le he contado, porque algo me decía en mi interior que ahí dentro pasaba algo malo, muy malo.

      —Cintia, vuelvo a preguntarte. ¿No recuerdas nada nuevo?

      —No, capitán, todo lo que sé ya se lo he hecho saber. Esta pareja era una pareja normal, salvo por sus continuas disputas. Todas las noches solían discutir fuertemente, cosa a la que culpo de mi insomnio; no podía dormir bien por culpa de ellos, pero ahora es gracioso: los echo en falta… Esa noche, como ya sabe, me disponía a dormir cuando los escuché nuevamente discutir: gritos, voces, jarrones rotos y un gran chillido de Mónica. Eso sí, siento escalofríos al recordarlo; ahora comprendo que ese chillido era de puro terror. He estado pensando en ello, capitán, y creo…

      —Que ese chillido aterrador de Mónica se produjo exactamente cuando se encontró cara a cara con su asesino —continuó cortantemente el capitán, echándose hacia adelante con las manos cruzadas y apoyadas en su mesa.

      —Sí, eso mismo he pensado yo…

      Se estrecharon la mano amistosamente y Cintia le dio las gracias por lo amable y colaborador que había estado con ella. Era consciente de que le quedaba un largo e incluso complicado trabajo por delante, pero se sentía con ganas de ello. Se puso en pie y, girándose con la intención de marcharse del despacho del capitán, este llamó su atención:

      —¡Cintia, espera! —Ella se volvió rápidamente esperando las palabras que quería decirle el capitán—. Antes de marcharte, por favor, acompaña a mi compañera por este pasillo: necesitamos que nos facilites tu ADN y huellas dactilares. Al haber estado en la escena del crimen, es lógico que aparezcan huellas tuyas allí y debemos estar prevenidos.

      —Por supuesto, capitán.

      Más tarde se encontraba trabajando o, por lo menos, eso intentaba, frente al ordenador de la redacción. Por una parte, se encontraba satisfecha por la colaboración que había recibido del capitán, pero por otra… había algo que no le gustaba. Cuando preguntó sobre si ya había conseguido las pruebas forenses de la autopsia, el capitán contestó que no, pero entonces, si no tenía tal información, ¿cómo sabía tan exactamente cómo fueron cometidos los crímenes y cómo actuó el asesino? Sentía que el capitán, por alguna razón, no le quiso decir toda la verdad, que le quiso ocultar que sí tenían las pruebas… Era extraño, sí, pero, pensándolo fríamente, ella había conseguido la información que quería y con eso tenía suficiente por ahora. De todas formas, pensó en volver al día siguiente para preguntar por ello y para saber cuándo darían sepultura a los cuerpos.

      Juanra llevaba un rato fijándose en ella, en su amor secreto. Desde que ocurrió la tragedia, la veía muy desmejorada tanto anímica como físicamente; sentía la necesidad de intentar por lo menos ayudarla, no quería verla de esa forma. Ahí la contemplaba, sentada en su mesa con los ojos sumidos en el ordenador, ¿qué estaría pasando por su mente? ¿Qué estaría escribiendo? Al mismo tiempo, sentía piedad por ella después de haber tenido una infancia poco afortunada: la muerte de un hermano, la emigración de sus propios padres a otro lugar distanciados de ella, de no saber nada de la vida de su hermana y sus sobrinos… Pobre Cintia, llevar una vida así no tendría que ser nada fácil. Recordó que la otra noche en su casa, cuando le confesó su historia con su hermana, pudo casi leerle en los ojos que era una persona triste, falta de amor por todos lados, y él era la persona perfecta para darle amor, de eso se sentía completamente seguro y así lo iba al menos a intentar. Fue rodando con su silla giratoria hasta la mesa de su compañera; ella parecía no haberse dado cuenta de la presencia de su amigo, casi pegado a su brazo izquierdo.

      —Cintia…

      —¡Ah! ¡Por Dios, Juanra, qué susto me has dado! No te esperaba aquí a mi lado, casi se me sale el corazón…

      —Perdona, Cintia, no era mi intención, es solo que te veo tan ensimismada con tu artículo que me ha parecido buena idea acercarme para proponerte algo.

      —¿Ah, sí? —preguntó ella dejándose caer con su silla hacia atrás y cruzando los brazos con intención de escuchar su proposición—. Cuéntame.

      —Bueno, lo cierto es que, ya que llevas unos días que no lo estás pasando muy bien, he pensado que, aprovechando que es viernes, podríamos salir al pub que tanto te gustaba frecuentar antes, al Dinamita. ¿Te acuerdas? Ponían muy buena música; ¿qué te parece? De esta forma desconectas un poco, te vendrá bien.

      —Vaya, el Dinamita… Es cierto, hace una década que no vamos. Está bien, quedemos. No es que me apetezca demasiado, pero tienes razón, debo levantar un poco la cabeza. —Cintia se levantó y se inclinó hacia el oído de Juanra—. Ahora, si me permites, necesito ir urgentemente al servicio.

      Juanra sonrió mientras volvía a su mesa conduciendo su silla: «Parece que esto promete». Para dirigirse al cuarto de baño, no le quedaba más remedio que pasar justo al lado de su compañero


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