Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú. Betina Plomovic

Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú - Betina Plomovic


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vez más a afirmar que ya nadie sea normal.

      Los dos primeros DSM pasaron desapercibidos a pesar de su loable intención de modernizar los manuales de Pinel y Kraepelin, este con un inquietante enfoque de apoyo al sistema penal. El DSM III (1980) ya tuvo especial incidencia, así como los sucesivos DSMIV (1994) y el reciente DSM5 (2016). Según reconoce Frances, se ha engañado al público con campañas que convencen de que problemas cotidianos son en realidad trastornos psiquiátricos no reconocidos, bajo «el empuje agresivo y diabólicamente astuto de las empresas farmacéuticas». El autor se lamenta de que el lobby de psiquiatras no ha sido capaz de «contrarrestar la propaganda de la farmacéuticas», y por tanto la desenfrenada publicidad de las mismas provocaron la sucesiva aparición de «epidemias psiquiátricas» justo después de las publicaciones de las últimas versiones DSM.

      Estamos expuestos a esta influencia tan invasiva y debemos ser prudentes, pues los propios médicos que consultamos se debaten en una presión aún mayor. Resulta un ejercicio necesario en las situaciones en las que pretendemos ayuda para preservar la salud de un ser querido y patinamos en la irreflexión, nos ponemos las gafas de la fe ciega en los facultativos —ellos saben— y nos deslizamos en el laisser-faire sobre un asunto tan importante como nuestra propia vida. Cuidado, somos responsables de nuestra salud y este poder no es delegable… ¡¡A no ser que queramos ser definitivamente pacientes al servicio de la industria farmacéutica!!

      Si esta precaución es difícil en el contexto de una enfermedad conocida, la situación se torna tremendamente arriesgada cuando estamos ya convencidos de que existe una patología real y que el diagnóstico es errante. En una sesión grupal para familias en el tercer ingreso de mi hija, nos describían las características patológicas de la conducta propia de una persona con anorexia. Un mediodía escuchaba atónita ante la letargia de mis compañeros, y atiné a levantar la mano y pregunté a la doctora si su exposición coincidía con la conducta totalmente normalizada de una persona adolescente. «Sí, de hecho sí», admitió la facultativa ante nuestra sorpresa. ¿Medicar a los adolescentes por su eventual mutismo selectivo, por sus cambios de humor, por su desorden?

      En el caso de la llamada anorexia —enfermedad de la que hemos visto no existe unanimidad médica, ni en la determinación de sus causas ni de su tratamiento— entiendo que el primer ejercicio terapéutico se enfoca a contener los síntomas cuando se hacen incompatibles con la vida. De ahí los ingresos y las tristísimas sondas nasogástricas: su labor ha salvado muchas vidas y rindo todo mi agradecimiento a esta actuación médica que ofrece soluciones a un problema real. Se actúa entonces sobre un problema médico, no psiquiátrico, y la medicina tecnocrática sabe resolverlo.

      Aun así, mi total desacuerdo con los métodos de encarnizamiento médico que hacen que ciertas intervenciones sean totalmente inadmisibles. Una persona con un diagnóstico de anorexia, ¿necesita estar aislada durante más de medio año en una unidad psiquiátrica de crisis? ¿Tiene que estar una adolescente con una enfermedad enigmática —pero no peligrosa para los demás— encerrada 24h en un habitáculo de pocos metros cuadrados dentro de una unidad de psiquiatría de adultos? ¿Y encerrada bajo llave y sin contacto humano, ni siquiera visual excepto cuando se abre la puerta para suministrarle la bandeja de alimentos? ¿Debe una persona enferma de la llamada anorexia tener estrictamente prohibido salir «a que le toque el aire», y estar obligada a permanecer aislada bajo llave durante el tiempo de encierro que estime su psiquiatra?

      «Estar ingresada es lo más parecido a no estar viva», esta afirmación de mi hija a su doctora quedó registrada en su historial médico y así consta en el correspondiente informe de alta hospitalaria.

      Está claro que una voluntad contrariada en una situación de enfermedad —«no quiero ingresar ni que me alimenten»— necesita un apoyo médico, lo que provoca que emerjan situaciones totalmente comprensibles de rabia, pesar, tristeza, desesperanza o cansancio, o quizá otras. Por supuesto se reclama una actuación terapéutica. Lo cuestionable es la respuesta profesional en forma de situaciones de aislamiento forzado, de castigos o de contenciones mecánicas —atarles en la cama—: lo que resulta actualmente prohibido en nuestras cárceles, resulta aún vigente en nuestros psiquiátricos. Ante estos tratamientos: ¿quién de nosotros no estaría con los nervios a flor de piel o con un ánimo alterado? El desconsuelo o el desaliento de esos momentos ¿sería un emergente cuadro de depresión o la consecuencia previsible de una auténtica iatrogenia médica, dolosa, actuada con total oposición de la familia? Sería una reflexión general para todos los tratamientos psiquiátricos, aunque retorno al caso que describo: ¿la llamada anorexia produce depresión —síntoma que se le diagnosticó a mi hija meses después de su ingreso— o el tratamiento sobre este diagnóstico genera más problemas a las personas enfermas, entre ellas la sintomatología depresiva?

      Refiriéndome a la inflación diagnóstica descrita por Allen, en el largo camino entre hospitales he podido recopilar interesantes diagnósticos accesorios a la propia anorexia, que por supuesto remitían a medicamentos necesarios que con buen criterio algún paciente se niega a recibir. Lo cierto es que el primer ingreso se debió a UN diagnóstico, que debe aparecer en alguna versión del DSM y que otros hospitales identificaron con la paralela clasificación de la OMS, y que en la nomenclatura actual serían pertinentes:

      •Anorexia nerviosa o Severa Anorexia Nerviosa

      Otros factores diagnósticos se fueron añadiendo paulatinamente e impelían a la administración de fármacos, aunque no trataban la enfermedad real por la que se solicitó ayuda médica. Cuanto más tiempo duraban los internamientos de mi hija, más «enfermedades» se le diagnosticaban. Su informe médico se engrosaba por nuevas patologías que se le iban añadiendo:

      •Trastorno depresivo no clasificado bajo otros conceptos (311)

      •Trastorno depresivo mayor

      •Moderado episodio depresivo

      •Trastorno de la conducta

      •Trastorno de la conducta alimentaria no especificado

      •Problemas interpersonales NCOC (v 62.81)

      •Procede terapia psiquiátrica con fármacos (94.25)

      •Problemas relativos al grupo primario de apoyo

      •Rasgos disfuncionales de personalidad

      •Desorden por estrés postraumático

      •Desorden de personalidad de tipo narcisista

      •Alteración psiquiátrica sin especificar: Trastorno psicótico no especificado.

      •(En


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