Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. Lilia Ana Bertoni

Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas - Lilia Ana Bertoni


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la formulación de Pasquale Stanislao Mancini la nacionalidad se convirtió en una fundamentación para el nuevo Estado italiano. Desde la cátedra de la Universidad de Turín, hacia 1850, formuló la teoría –incorporada con su nombre al derecho internacional privado– según la cual la nacionalidad misma es una persona jurídica. La tradición del derecho natural y de gentes, imperante hasta entonces, reconocía a los Estados esa condición de personas jurídicas. Mancini, por el contrario, afirmó: “En la génesis de los derechos internacionales, la nación y no el Estado, representa la unidad elemental”.32 La nación –que en esta concepción es equivalente a la nacionalidad y anterior al Estado– era el conjunto de hombres que tenían en común la raza, la lengua, las costumbres, la historia, las tradiciones y que, además, habían logrado una “conciencia de la nacionalidad”. Se explicaba como “el sentimiento que ella [la nación] adquiere de sí misma y que la hace capaz de constituirse por dentro y de manifestarse por fuera”.33 Desde este punto de vista, podía entenderse que los grandes conjuntos inmigratorios que se mantenían extranjeros en sus nuevos lugares de residencia, y que conservaban los rasgos culturales que –como la lengua– definían la nacionalidad, constituían parte de la nación de origen.

      Esta nueva concepción de la nacionalidad, utilizada en una época de expansión colonialista, tenía una consecuencia: en el exterior los extranjeros continuaban siendo sus portadores, la transmitían a sus hijos, y consecuentemente podían ser considerados parte de ella más allá de sus fronteras. Precisamente por entonces comenzaba la etapa más intensa de las migraciones internacionales y de la febril actividad colonialista en todo el mundo. Se desató una inusitada competencia entre las naciones potencias que modificó las pautas de las relaciones entre los Estados.

      Sin embargo, el sistema de Viena no sobrevivió a la ola revolucionaria de 1848 y al estallido de la guerra de Crimea en 1854. En los años siguientes se alteró el equilibrio de poder en Europa y, como resultado de la exitosa Realpolitik de Cavour y Bismarck, se crearon dos nuevos Estados, Italia y Alemania. La vieja legitimidad fue perdiendo sentido y la política internacional se basó cada vez más en la fuerza. Si bien las nuevas naciones fueron creadas por los Estados, lograron suscitar un entusiasta apoyo popular, dieron vuelo al principio de la nacionalidad y alentaron los ideales de autodeterminación de los pueblos.

      El criterio de la nacionalidad cobró un enorme prestigio: la constitución del nuevo Estado italiano se había respaldado en él y el Estado alemán fundó en ese mismo principio la anexión de Alsacia y Lorena luego de vencer a Francia en 1870. En los años siguientes y hasta la Gran Guerra, el prestigio del principio de nacionalidad no cesó de crecer; los movimientos nacionalistas se multiplicaron en Europa, particularmente en los Balcanes y en los imperios plurilingües de Austria-Hungría y Rusia, alentando movimientos separatistas, pero emergieron también en la compleja vida política de las naciones del oeste europeo.

      Aunque las ideas pacifistas no desaparecieron, resultaron fortalecidas las posturas defensivas y nacionalistas que parecieron las más adecuadas para interpretar el funcionamiento del mundo y la economía. Se afirmaron las formas económicas monopólicas y las naciones combinaron una competencia agresiva con un cerrado proteccionismo. Perdida la confianza en los viejos valores, las clases poseedoras se volcaron entusiastas a respaldar la agresiva conquista de mercados y de zonas de influencia, las políticas armamentistas y las conquistas territoriales. Por su parte, los gobiernos fueron más sensibles a las demandas de éxito y gloria nacional, en tanto sectores cada vez más amplios de la población participaban en la política y eran sensibles a esos logros. El potencial industrial y la posesión de colonias se convirtieron en los rasgos que definían el perfil de una nación-potencia.


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