Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. Lilia Ana Bertoni
elementos que considerara perjudiciales:
Nosotros somos y tenemos que ser hospitalarios con el extranjero […]; hay razones de conveniencia recíproca que nos obligan a fomentar su incorporación a nuestras sociedades, [pero] debemos tratar de que el cosmopolitismo no nos mire destituidos de toda defensa; hemos sentido ya ciertos síntomas perturbadores que nos hacen pensar en la necesidad de seleccionar y depurar la masa anónima.61
Esta afirmación suponía un cambio de posición muy fuerte sobre un tema central de la política argentina. Con términos similares fundamentará Miguel Cané, diez años después, su proyecto de ley de expulsión de extranjeros.62 El Congreso de Montevideo constituyó un gran paso adelante en la consolidación de los principios de plena jurisdicción del Estado sobre los habitantes, fueran nacionales o extranjeros, y consecuentemente en la afirmación de la soberanía de la República Argentina.
Sin embargo, para estar a tono con los criterios de la época, y que no se pusiera en duda la soberanía nacional, los grupos dirigentes pensaron que también era imprescindible contar con una “nacionalidad” en los mismos términos en que la concebían las potencias colonialistas. Si bien la afluencia permanente y sostenida de inmigrantes era necesaria para sostener el crecimiento económico, su presencia parecía constituir un mentís a la existencia de una nacionalidad argentina.
Construir la nacionalidad
El momento era crítico. Precisamente cuando se reveló la importancia de la existencia de una “nacionalidad” argentina, que apuntalara a una nación soberana e indiscutida, se percibió la endeblez de los rasgos que la configuraban, que parecían estar diluyéndose en un torrente sin color por la afluencia demasiado caudalosa de otras aguas. “¡Es que nosotros vamos perdiendo el sentimiento de la nacionalidad con la asimilación del elemento extranjero!”, sostenía con preocupación Estanislao Zeballos en el Congreso en 1887; y agregaba: “La nacionalidad no se forma cuando la masa es extraña”. En ese momento, se reveló con claridad a los grupos dirigentes que el proceso social y cultural no podía abandonarse a su movimiento espontáneo, y que aquellos aspectos culturales que tenían que ver con la formación de una identidad nacional requerían de una decidida, intensa y constante acción del Estado nacional. “Ha llegado el momento –agregó Zeballos– de que el Congreso se preocupe, con cualquier pretexto y en cualquier circunstancia de que el extranjero que se asimile a esta tierra sea afecto a la nacionalidad argentina […]; al descuidar la formación de esos elementos descuidamos por completo garantir el porvenir de nuestra nacionalidad”.63
La solución que encontraron fue lanzar un fuerte emprendimiento de construcción de la nacionalidad, que apuntara a la vez a diversos problemas. Había que invitar a los extranjeros a naturalizarse, para que participaran formalmente en la vida política y a la vez asumieran un compromiso más firme con el país, con lo que se podría acabar con una “fuente […] perenne de cuestiones y reclamaciones embarazosas con las potencias del Continente europeo”, pues en materia de naturalización “el gran principio que hay que proclamar y sostener […] es la territorialidad de la ley”.64 Era también necesario lograr que los hijos de extranjeros nacidos aquí se hicieran argentinos plenos también por la lengua, las costumbres, la manifiesta adhesión a la patria, y a la vez, cercenar el crecimiento y desarrollo de enclaves de nacionalidades extranjeras, cuya existencia no había sido hasta entonces considerada como problemática. Tampoco se podía permitir a los cónsules extranjeros –como sugería Pedro Lamas– “tener registros e inscribir como ciudadanos italianos a los hijos nacidos bajo la bandera de nuestra república”.
Desde entonces se prestó una atención distinta a las actividades culturales de los grupos extranjeros en las asociaciones, periódicos y escuelas, pues a la luz de los nuevos problemas se habían convertido en elementos que definían la pertenencia a una nacionalidad. Se hizo evidente para muchos que aspectos, ámbitos y tradiciones hasta entonces considerados no demasiado importantes, o que habían sido vistos hasta entonces de otra manera –fiestas patrias y espacios públicos, banderas y escudos, escuelas y enseñanza del pasado– tenían en realidad gran importancia y estaban en buena parte “ocupados” por colectividades extranjeras. Como afirmó Zeballos:
El abandono con que nosotros consideramos al inmigrante como elemento político […] es un peligro, porque el hombre […] vive también de ideales; puesto que los extranjeros no tienen una patria aquí, se consagran al culto de la patria ausente. Recórrase la ciudad de Buenos Aires, y se verá en todas partes banderas extranjeras, en los edificios; las sociedades, llenas de retratos e insignias extranjeras; las escuelas subvencionadas por gobiernos europeos, enseñando idioma extranjero; en una palabra, en todas partes palpitando el sentimiento de la patria ausente, porque no encendemos en las masas el sentimiento de la patria presente.65
Si bien no varió demasiado el tono habitual del discurso oficial, siempre teñido de entusiasmo y de gran confianza en el futuro de una Argentina abierta a todos, la preocupación por la nacionalidad afloró en la acción empeñosa puesta en torno a un conjunto de medidas y disposiciones dirigidas a su construcción.
Su importancia fue creciendo en la opinión pública hasta configurar un movimiento social bastante amplio que agrupó, en un cruce transversal, a miembros de la elite social y económica, a políticos vinculados con el gobierno y a opositores, a instituciones oficiales, clubes privados, grupos de opinión, damas de beneficencia, grupos de oficiales del ejército y asociaciones de maestros. Terminó, finalmente, despertando el entusiasmo popular en las manifestaciones patrióticas que se organizaron para sustentarlo.
En los siguientes capítulos y a través de tres líneas de desarrollo se seguirá el proceso de formación de la nacionalidad en una primera etapa: el armado de la escuela pública y el conflicto con las escuelas de las colectividades extranjeras, la preocupación nacional en torno a las fiestas patrias y, finalmente, el problema de la naturalización de los extranjeros.
Notas
1 Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 21 de octubre de 1887.
2 D. F. Sarmiento, El Diario, 10 de septiembre de 1887, reproducidas en Condición del extranjero en América. Obras Completas, tomo XXXVI, Buenos Aires, Luz del Día, 1944, pp. 206 y 207.
3 Pasquale Stanislao Mancini, “De la nacionalidad como fundamento del derecho de gentes”, en Sobre la nacionalidad, Madrid, Tecnos, 1985, p. 57.
4 Hacia 1810, en la aún vigente tradición del derecho natural y de gentes, se consideraban como sinónimos Estado y nación, asociados a “la circunstancia de compartir un mismo conjunto de leyes, un mismo territorio y un mismo gobierno”, mientras que la nacionalidad sólo aparece más tarde, con el romanticismo. Véase J. C. Chiaramonte, “La formación de los Estados nacionales en Iberoamérica”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, tercera serie, n.º 15, 1997.
5 Véase Tulio Halperin Donghi, Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880), Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980; Oscar Oszlak, La formación del Estado argentino, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1985.