Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero

Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero


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manera rápida y, desde luego, efectiva. Creí que me daba un patatús cuando le vi sustituir su bocata de chorizo medianero por una manzana. Incluso se apuntó a un gimnasio y poco a poco, y de forma gradual, todo comenzó a dar sus frutos y él empezó a perder peso.

      Tiene una empresa heredada de su padre a medias con su hermano Ángel, nueve años mayor que él. El padre de ambos, Tomás, montó en su día un pequeño taller de mecánica. Con el paso del tiempo, se convirtió en la empresa familiar y en uno de los talleres más importantes de la región, con importantes beneficios y un personal que no dejaba de crecer.

      Mi cuñado, Ángel, es un auténtico manitas de la mecánica. Le gusta mancharse las manos de grasa y escuchar el ruido de un motor que vuelve a rugir con fuerza.

      Por su parte, Fernando, es más de números. La contabilidad, las ideas empresariales y, por supuesto, el marketing. En su día, terminó convenciendo a su padre para que llevase a cabo innovaciones importantes y finalmente terminaron por fundar “Gutiérrez e hijos”.

      Cuando Tomás se jubiló, dejó en el haber de la empresa una buena cantidad de fondos, así como a tres personas trabajando en la zona del taller y dos en la oficina. Hoy en día la plantilla ha ido aumentando. Dos mecánicos y, desde hace unos meses, una administrativa más, Celeste, y un abogado laboralista, Claudio. La empresa crece.

      Ahora, aquí en el umbral de la cocina con esta sonrisa maravillosa, no puedo dejar de pensar que mi marido es uno de esos afortunados a los que los años le sientan muy bien. Si bien comienza a tener canas en las sienes, ello le da un aspecto más interesante. De esta guisa, trajeado y perfumado, nadie diría que su lugar de trabajo es una empresa de mecánica, pero Fernando asume todas las relaciones laborales, marketing, reuniones con nuevos inversores, viajes de negocios, dirección de la empresa…

      Cada mañana baja a última hora del desayuno y, en consecuencia, se pierde la guerra inicial de cereales, tortitas o tostadas con el consiguiente derrame de leche, café, cacao, o lo que cada día toque. En este instante de cabreo estoy meditando, ya me parece a mí mucha casualidad que día tras día evada el espectáculo del desayuno.

      Ajeno a mis pensamientos, termina de adentrarse en el caótico mundo de la cocina, les guiña un ojo a las niñas y mi imaginación oye como en ese guiño va implícito el “mamá es una exagerada”. Una extraña sensación sube por mi garganta cuando veo cómo impone la paz tan solo con su presencia. Él parece notarlo y regresa a por mí, me coge de la mano y me lleva con él. Me da un ligero beso en los labios, me sonríe como un actor de cine y luego pregunta a las niñas sin despegar sus ojos de mí:

      –Niñas, ¿verdad que mamá está hoy aún más guapa que ayer?

      Pero mi corazón y mi cerebro me dicen que en su interior también piensa: “No tienes paciencia con las niñas, mira cómo se hace”.

      Y ya está.

      Se toma el café de pie, apoyado sobre la encimera de la cocina. Más de una vez ha tenido que ir a cambiarse los pantalones porque se los mojaba con algún resto existente en ella. Se apoya en el mismo punto exacto cada día mientras toma su café, observa el caos reinante en la cocina a esas horas del día y yo creo que respira aliviado de partir fuera de casa. Por ello yo he añadido una nueva costumbre a mi ya tradicional lista de ellas. Mantener limpia y seca la encimera en la zona en la que él se apoya.

      –Cariño, deberíamos ir de vacaciones –me dice de repente.

      Yo lo miro como si hubiese dicho: “Cariño, he visto un cocodrilo amarillo en el sofá”. No sé cuántas veces ha hecho ya promesas de ir de vacaciones, pero jamás llega ese momento. La empresa lo absorbe por completo.

      –¿A dónde, Fernando? Y sobre todo, ¿cuándo? Porque me encantaría.

      –A donde tú quieras ir.

      –¿Dónde sea?

      –Pues claro tonta.

      Ojalá eso fuese verdad. Aun así, vuelvo a repetir una vez más, como cada vez que me lo pregunta.

      –A Grecia.

      Fin de la conversación. Una vez más. Las niñas ni han reaccionado a ello. Ya han escuchado millones de veces lo del tema de las vacaciones. Y lo de Grecia. Me muero por ir a ese lugar. Me fascina, me atrae, me seduce, me subleva, me transporta…, ¡me encantaría ir!

      Después, como si nada, ellos se van. Incluso tengo que recordar a las niñas que me den un beso antes de marcharse, mientras salen riendo y hablando de forma animada entre ellos y yo me quedo en este caos culinario. He de encargarme de que todo esté perfecto, para cuando los que lo han causado regresen. Qué ironía.

      Una vida sencilla para una mujer sencilla, normal. Parece que estoy escuchando las palabras de mi amiga Carmela, que además es mi cuñada, mujer de Ángel.

      –¡¿Qué puñetas significa eso, Helena?! ¿Qué es ser normal?

      – 4 –

      De forma automática me pongo a recoger los distintos objetos que están por todas partes sin deber estar ahí. Se supone que he de darme prisa, ya que precisamente hoy vienen Carmela y mi amiga Inés, para no sé qué cosa de apuntarme a un gimnasio. ¡Con la de cosas que tengo yo que hacer cada día!

      Recojo lo más rápido que puedo la cocina y vuelo a los dormitorios. Tanto mi madre como mi abuela me decían más de una vez…

      “Si las camas están hechas y los platos fregados, parece que todo está terminado”.

      De pronto recuerdo que se me ha olvidado algo importante y corro rauda al teléfono.

      –Gutiérrez e hijos. Dígame.

      Esa voz. ¡Ah, sí!

      –¿Claudio?

      –Hola, Helena. ¿Qué tal?

      –Bien. ¿Te tienen atendiendo al teléfono? ¿Y Celeste?

      –Ha salido a hacer un recado, y sí, tu marido es un negrero. Hace tiempo que no te veo por el taller, ¿estás bien?

      Claudio siempre tan atento. Desde que entró a trabajar con Ángel y Fernando le he visto en un par de ocasiones. Quizás en la que más tiempo hablamos fue en la pasada comida de Navidad. Fernando tomó aquella comida como una oportunidad para hacer negocios y Claudio fue muy amable haciéndome compañía. Es un hombre muy educado, por cierto. Su mujer no pudo acompañarle aquella noche, así que, como a mí mi marido me tenía abandonada, hablamos bastante.

      –Oh, sí, estoy bien. Gracias, Claudio. ¿Y Fernando? Necesitaría hablar con él.

      –No ha llegado todavía. Supongo que estará a punto de llegar. ¿Quieres que le dé algún recado?

      –No, gracias. Ya están abusando bastante de ti, le llamaré al móvil.

      –Como quieras. A ver si nos visitas pronto y pones un poco de color en este lugar.

      –¿Con la de administrativas guapas que hay por ahí? ¡Venga ya! –No sé cómo lo hace, pero cada vez que hablo con este hombre, termino riendo–. Pero gracias por el piropo.

      –De nada –contesta él y sé que también sonríe.

      –Hasta luego, entonces.

      –Adiós.

      Miro el reloj. ¿Dónde se habrá metido este hombre? Por la hora en la que se fue debería llevar ya bastante rato en el taller. No me gusta llamarlo a su móvil, por si está en alguna reunión con un cliente, pero hoy me voy a arriesgar.

      –Dime, Helena –me contesta su voz.

      –Perdona que te moleste, Fernando. Te he llamado al taller, pero Claudio me dijo que no habías llegado aún. Imagino que estás con algún cliente. Se


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