Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero

Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero


Скачать книгу
porque no quiere que nadie vea que lleva un alzador en una de sus botas ortopédicas.

      Ella dice que no le importa, pero lo cierto es que los niños pueden ser muy crueles y a veces pueden coartar bastante. Lo único que me alivia en esta situación es la forma de ser de Maia. Es una niña muy madura para su edad. Habla con suavidad, y a veces, tiene argumentos que los adultos no tienen.

      Y hablando de problemas. Acabamos de entrar en uno muy grande. Aquí estamos las tres, en este maravilloso y rosa gimnasio donde nos recibe una encantadora joven embutida en unas ajustadas mallas negras, con un hermoso chaleco, poco mayor que un sujetador, en un bonito tono rosa bebé.

      –Hola, ¿qué tal? ¿Puedo ayudaros? ¿Queréis visitar el gimnasio? –nos pregunta solícita.

      –¡Nos encantaría! –responde una alegre Carmela–. Llamé hace dos días por teléfono y estuve hablando con Ana. Me dijo que podíamos venir y visitar las instalaciones y que alguien nos explicaría como funciona todo esto.

      –Sí, la recuerdo. Yo soy Ana. Encantada de conoceros.

      La muchacha, imagino que de forma inevitable, nos mira a las tres en una rápida inspección. Carmela viste una minifalda muy mona con un chaleco de punto caído. A sus cuarenta y siete años está en forma, motivo por el que estoy furiosa con ella, pues tiene un metabolismo envidiable. Come, bebe y no engorda. La envidia me corroe.

      Inés, de cuarenta y tres, viste camisa y vaqueros muy ajustados. Mi amiga es de esas chicas que saben sacar lo mejor de sí mismas. Ella es delgadita por arriba y algo más gruesa de cintura para abajo, pero sabe qué ropa usar para que el conjunto sea favorecedor. Por supuesto, también viene perfectamente maquillada y peinada. Yo vengo con mi maravilloso, cálido, cómodo y amigable chándal, coleta y una buena capa de protector solar factor cincuenta.

      –Tenemos varios programas en función de cuál sea vuestra idea para practicar deporte. Por un lado podemos ofreceros la llamada sala de máquinas, donde una serie de máquinas aeróbicas, como la bicicleta elíptica, la cinta de andar, o la bicicleta de spinning, hacen que podamos perder calorías con rapidez.

      Me asomo a la correspondiente sala y observo con asombro que no está pintada de rosa. Qué bien. Sus paredes lucen un bonito tono marfil. Un gran ventanal conecta esta sala con el exterior. Maravilloso, pienso. Te pones a sudar como un cerdo, y todo el mundo puede verte. Genial. Sala de máquinas. Mi mente me ofrece mejores definiciones…”Potro de la tortura”, “Inquisición medieval”…

      –Aquí al lado –nos dice Ana en tono profesional y amable–, tenemos la sala que da nombre a nuestro gimnasio: la sala Línea. Se compone de máquinas que ayudan a esculpir el cuerpo de la mujer y darnos mayor agilidad y flexibilidad. Son hidráulicas, por lo que no desarrollan la musculatura hasta un punto que pueda resultar antiestético y moldean a la vez que nos ayudan a quemar calorías.

      Creo que me voy a desmayar. Por cierto, esta sala sí está pintada de un bonito tono rosa pastel, a juego con la camiseta–sujetador de la monitora.

      –Además, el gimnasio cuenta con otros programas de actividades, como step, gap, pilates…

      Mi mente ha dejado de escuchar todas esas palabras raras que me causan cansancio solo de oírlas. Pero claro, he de regresar al mundo y seguir escuchando.

      –Y por supuesto –continúa Ana–, queremos que la clienta pueda relajarse y para ello, tenemos clases de relajación. Tenemos en proyecto una sala para poder dar masajes, sobre todo, para poder ayudar a las mujeres que padecen contracturas musculares.

      Ajá, por fin encontré mi sala ideal. No pienso salir de esa sección del gimnasio ni bajo coacción.

      –Fantástico. Esto es mucho mejor de lo que ya me esperaba –dice una muy animada y contenta Carmela.

      –¿Estáis interesadas entonces? –pregunta Ana.

      –¡Por supuesto! –vuelve a añadir mi traidora cuñada.

      –Un momento, un momento. No hemos hablado del precio –señalo.

      Necesito que cueste una cantidad bárbara para que así mis amigas desistan de su empeño y yo pueda volver a mis rutinas diarias.

      –Tenemos una oferta especial. Si se inscriben en este mes en curso, la matrícula les sale gratis y el precio mensual al inscribirse las tres, será de 25 euros al mes.

      Oh, oh. La ofertita dichosa acaba de fastidiarme.

      –¡Genial! Es asequible y, en proporción a lo que ofrece, me parece irrechazable –dice Inés.

      –Por supuesto, quiero que tengan en cuenta que hay servicios que van aparte. A veces, organizamos excursiones de senderismo y otras actividades al aire libre que no entran en el precio.

      –Oh, vaya desilusión. Pensé que te referías a guapos monitores –dice una bromista Inés.

      –No. Por supuesto todas las monitoras son mujeres –añade una seria Ana, que no ha cogido la broma, me temo.

      –Bien. Chicas, ¿podemos hablarlo ante un helado o un café con un dulcecito? –pregunto yo.

      –¡Ni hablar! ¡Aquí no hay nada que hablar! ¡Nos inscribimos las tres ahora mismo!

      Me temo que la capitana Carmela ya ha tomado una decisión inamovible. Solo tengo ganas de resoplar, pero recuerdo el incidente de hace un rato en casa y, sí, mejor salir y hacer deporte, aunque ese deporte bien puede ser andar a paso rápido. De veras, todas estas máquinas me han puesto mal cuerpo.

      Miro a Carmela y veo tal expresión en su cara que hasta me da miedo. Madre mía. Parece un teniente coronel de la armada a punto de impartir una orden de vital importancia. Pues sí que está decidida. Decidida y algo más. No sé lo que es, pero sí noto una obstinación muy especial. Tal vez sea una ama de casa tranquila, pero tengo un olfato especial para los “gatos encerrados”. Y aquí hay uno muy, muy gordo.

      – 6 –

      –En serio, Carmela. Yo no quiero apuntarme. Estoy gordita, lo sé. Pero, ¿qué quieres? Tengo casi cuarenta y soy pre-menopáusica. Está justificado de sobra –casi le suplico a mi cuñada.

      –Pero vamos a ver, Helena, ¿qué más te da? ¡Tienes tiempo de sobra! Y por el dinero no será, digo yo. Que las dos sabemos que puedes permitirte pagar 25€ al mes. Te gastas mucho más en clases de inglés o deportes para tus hijas. ¡Y Fernando también va a un gimnasio!

      –Lo sé, pero es que él quiere ir. Mírame, Carmela. Inés y tú os estáis tomando una infusión y yo una copa de helado. ¿Para qué quiero ir yo a un gimnasio?

      –Para empezar, querida cuñada, porque te lo pido yo como un favor. Si vamos las tres juntas será más divertido. Además, te importa tu peso o, de lo contrario, no te pondrías ropa tan holgada. Eso solo puede ser para “tapar”.

      –O para ir cómoda –contesto molesta.

      Mientras Carmela y yo discutimos, Inés permanece en un silencio absoluto. Se limita a mover su cabeza de una a otra sin más.

      –¿Inés? ¿Qué opinas tú? –le pregunto.

      –Creo que nos vendrá bien. Pero…

      –¡Ajá! –grito victoriosa–. ¡Hay un pero!

      –Ya sabéis que quiero quedarme embarazada y no sé si el deporte puede ser bueno.

      –Bueno, no. Mejor –le contesta Carmela.

      –¿Estás segura?

      –¡Claro que sí! Te ayudará a fortalecer partes de tu cuerpo necesarias. Además, en el momento que quieras puedes dejarlo o pasar a ejercicios más suaves.

      –Supongo que es cierto.

      Maldición.


Скачать книгу